CÓMO SER UN HÉROE
La mejor reflexión escrita jamás sobre el valor -y su ausencia- es The anatomy of courage, de Lord Moran. Me lo recomendó el historiador Max Hastings al hacerle algunas confidencias dolientes sobre mi carácter pusilánime. De ese libro sublime en el que el barón Moran -amigo y médico de Churchill y él mismo condecorado en la batalla del Somme- sostiene la extraordinaria teoría de que todos tenemos una cantidad determinada de valor que, ojo al dato, no puede uno irla dilapidando así como así, destaco el capítulo titulado De cómo la imaginación ayuda a algunos hombres y destruye a otros, que, en su segundo enunciado, es como si hablara de mí, oigan. Con toda su trascendencia, La anatomía del coraje no es el libro de autoayuda heroica que uno precisa para ir por la vida y menos en verano, así que imaginarán mi entusiasmo al toparme con How to be a hero, de Sam Martin (Apple Press, 2008), una obrita que ofrece los principios básicos para ser un héroe. Me la compré con las expectativas que pueden suponer aunque me desanimé un poco cuando en el primer capítulo leí que la mejor forma de ser un héroe es ser uno mismo. No íbamos bien.
Más interesante encontré la sección sobre qué ropa vestir y qué actitud adoptar: ir elegante te confiere un liderazgo natural en situaciones de emergencia y los brazos en jarras crean efecto de autoconfianza. El librito enseña, someramente, a dar una patada de kárate, tomar los mandos de un aeroplano en apuros, evadir captura, recibir un balazo, montar a caballo ("agite el sombrero y grite yee-ha!"), reanimar a una chica, cambiar un neumático (?) y bailar el tango (??). Un capítulo para reflexionar es el de cómo acompañar a casa a una dama que se ha propasado con el alcohol, sin aprovecharte ("recuerda que eres un héroe"). Entre las cualidades del héroe que se apuntan están "determinación", "lealtad", "valor", "perseverancia" y "autosacrificio". En mi ejemplar he subrayado "perseverancia". De los varios modelos de héroe que se proponen he tenido que descartar inmediatamente a Pelé, luego a Edmund Hillary (sufro vértigo), Neil Armstrong (por mi agorafobia) y Wilbeforce (no sé quién es). Mi perfil, descubrí, no se corresponde con el del hombre de acción, el del intrépido aventurero, el del héroe deportivo o -ya ni te digo- el del superhéroe. Encontré finalmente cierto consuelo en que reúno todas las características del antihéroe: nada excepcional, confuso, débil y confiado, de manera absurda, en la capacidad de redención.
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