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Columna
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Pesadilla urbana

"La policía detuvo al fumador que causó el pánico a las puertas de un colegio de Madrid...". Se había dormido con la radio encendida, un sistema que utilizaba frecuentemente para conciliar el sueño, y la voz inalterable del locutor le había despertado. O a lo mejor no. La alarmante noticia debía ser la cola de su pesadilla. En agosto cierran los colegios, pensó mientras se daba la vuelta en la cama empapado en sudor. "Una patrulla móvil de la policía sanitaria del Estado, avisada por una profesora del colegio, detuvo a la salida de las clases del instituto Jesús Gil de Orcasitas a un individuo que se exhibía ostentóreamente con un cigarrillo encendido...". La pesadilla continuaba, buscó a tientas el paquete de tabaco y el mechero sobre la mesilla de noche e inhaló los primeros humos para despejar las brumas de su mente.

Una pancarta conmina a los ciudadanos a no besarse. Madrid con obras, sin dinero y sin amor

Minutos más tarde, fumado, duchado y desayunado, se dispuso a leer el periódico y los más correosos asuntos de la actualidad desfilaron delante de sus ojos. Las serpientes de verano, falsas y peregrinas noticias con las que antes rellenaban los diarios sus páginas durante los meses de sequía estival, se habían convertido este año en un rabioso culebrón que se mordía la cola que le seguía creciendo pese a las furiosas dentelladas de sus fauces insaciables. No se demoró mucho con la actualidad y buscó las secciones más refrescantes para despejarse del todo. Esfuerzo vano, emboscada en un rincón del periódico una breve nota informaba de la detención de Bob Dylan en una urbanización de New Jersey por pasear en solitario bajo la lluvia.

El agente de la policía sanitaria del Estado que detuvo al ciudadano Robert Zimmerman encontró muy sospechoso el comportamiento del merodeador suburbano, barbudo, desaliñado y sin duda desequilibrado. El desolado lector se pellizcó las mejillas y se sirvió una segunda taza de café, pero la noticia aún estaba allí. Unas décadas antes otro ilustre ciudadano estadounidense, el escritor Ray Bradbury, fue detenido por un delito similar en California. La policía se resistía a creer que un individuo en sus cabales saliera a pasear en solitario durante la retransmisión de la Super Bowl, enorme evento deportivo que se celebra una vez al año y concilia frente al televisor a todos los buenos patriotas norteamericanos. Eso no lo ponía el periódico, pero él se acordaba, por fin parecía estar saliendo de la nebulosa. ¿O no?

Un reportaje publicado en las páginas de Madrid, aseguraba que en agosto había crecido el número de turistas que visitaban la capital. Venían más pero gastaban menos, cambiaban las terrazas por los bancos y las tapas por los bocadillos de mortadela. Ésta sí que era una pesadilla: pasar el ferragosto madrileño a la intemperie, sin dinero, entre obras ciclópeas y carteles de cerrado por vacaciones en la mayoría de los comercios. Hacer colas interminables a pleno sol para acceder a eventos, a ser posible gratuitos, y convertir los paseos en deporte de riesgo: insolación, inmersión en socavón, equilibrios sobre planchas metálicas y pasarelas precarias y bamboleantes como selváticos puentes de lianas.

El aturdido lector recordó un chiste leído unos meses antes en una columna de la misma sección del diario: Primer premio, una semana en Madrid, segundo premio, dos semanas en Madrid. En el agosto madrileño celebran los castizos y los bomberos sus fiestas y verbenas de San Cayetano y la Paloma que es la Virgen de la Soledad a la que sólo acompañaban por estas fechas los ciudadanos que no habían podido salir de vacaciones y bailaban el chotis sobre un ladrillo, cedido gentilmente por una compañía inmobiliaria. Este año los fieles cofrades, desafiando, en aras de su fe, las recomendaciones de todas las policías sanitarias, han seguido besuqueando con fervor la sagrada imagen. En la fachada del Colegio de Médicos una pancarta admonitoria conmina a los ciudadanos a no besarse y a no cogerse de las manos. Madrid en agosto, con obras, sin dinero y sin amor. Las autoridades sanitarias advierten y las autoridades eclesiásticas se frotan sus propias manos, siempre recién lavadas, cualquier forma de promiscuidad será erradicada. Aunque haya que prescindir de besamanos y suprimir el osculeo de imágenes y reliquias, volverá a reinar la castidad, que es de lo que se trata, esta vez por prescripción facultativa.

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El lector adormilado enciende su segundo cigarrillo, procurando que el vecino de al lado no observe su gesto culpable. La pesadilla se prolonga, en el mensaje impreso sobre la cajetilla, ha creído leer: "Madrid puede matar". Mal día para dejar de fumar.

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