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La policía libera a un hombre de 23 años raptado el viernes en O'Donnell

La alerta de un vecino que oyó los gritos de la víctima desbarató el secuestro

Dos de la tarde en un pequeño pueblo como Pezuela de las Torres (825 vecinos). Unos gritos desesperados rompen la tranquilidad en una hilera de chalés a la entrada del municipio. "¡Auxilio! ¡socorro!". Salen de un pequeño chamizo dentro de un chalé que parece abandonado. Los alaridos estremecen a un vecino. Cree que alguien ha sufrido un accidente y avisa a la Guardia Civil. Una alerta providencial. Gracias a ella, el sábado pasado los agentes liberaron a Valentín Pérez González, de 23 años, capturado la víspera en el eje de O?Donnell. Los captores (seis, ya detenidos) exigían a la familia de la víctima un millón de euros.La historia del secuestro arranca en la mañana del viernes 31 de julio. Valentín, vecino de Mejorada del Campo (22.300 habitantes), sale de casa sobre las nueve de la mañana. Va a su lugar de trabajo en la capital, en la calle de Vizcaya (Arganzuela). El trayecto no debería costarle más de media hora, como otros muchos días. Pero hoy no llegará a su puesto.

Los captores le tuvieron esposado durante 24 horas y sólo le dieron agua
Antes de que pudiera decir nada le pusieron una capucha en la cabeza

Cuando debía estar ya en su trabajo en el negocio familiar de compra-venta de coches, su padre llama al móvil de Valentín. El hijo no descuelga. Otra llamada. Y otra más. Todas se estrellan con el silencio. Angustiado, el progenitor decide recorrer el mismo trayecto que su hijo rumbo al trabajo. Quizá le haya pasado algo. En el arcén de la prolongación de O?Donnell ve las luces de emergencia de un coche. El de su hijo. El vehículo está vacío. Tiene las ventanillas bajadas y las llaves puestas. Ni rastro de Valentín. Algo va mal.

Las sospechas se confirman una media hora después cuando Valentín llama desde su móvil al de su padre. La conversación es breve: "Papá, ha pasado algo muy feo". "Si quiere volver a ver a su hijo, prepare un millón de euros", amenaza de fondo una voz varonil. La comunicación se corta.

El padre de Valentín se dirige a la comisaría que tiene más cerca, la del distrito de San Blas, en la calle de Alberique. Allí relata la desaparición de su hijo y la llamada que acaba de recibir. El testimonio que ofrece provoca que los policías activen el protocolo de secuestros: avisan a los expertos en este tipo de delitos: el Grupo XII de la Policía Judicial de Madrid y la sección de Secuestros y Extorsiones de la Brigada Central de Delitos Especializados y Violentos. Los funcionarios montan un dispositivo de vigilancia en torno al padre y comienzan a rastrear las llamadas de toda la familia.

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Horas después, en la tarde del viernes, el padre de Valentín recibe tres llamadas desde diferentes cabinas públicas de la capital. Son de los captores. En todas ellas, las voces amenazantes insisten en el precio del rescate: la libertad de Valentín cuesta un millón de euros. En caso de no pagar el dinero, la vida del rehén corre peligro.

La familia tendrá que esperar hasta la mañana siguiente, ya en pleno sábado, para tener novedades. Y serán las mejores que pueden esperar.El pasado sábado, a las dos de la tarde, Valentín se quedó solo en el chalé. Sus captores se marcharon de la vivienda sin dejar ningún tipo de vigilancia. El hombre, que había pasado las últimas 24 horas esposado en la bodega del chalé sin recibir si quiera un mísero trozo de pan para alimentarse, logró quitarse la mordaza que le tapa la boca. Y empezó a chillar con todas sus fuerzas: "¡Auxilio! ¡Socorro!".

En ese momento tuvo suerte. El dueño del chalé contiguo daba una vuelta por la parcela justo antes de empezar a comer. "Ha pasado algo muy raro. Alguien está chillando. Seguro que ha sufrido algún accidente", informó a sus allegados. Pensó que alguien se habría caído de la bicicleta o algo similar.

El hijo del vecino no dudó. Tiró de teléfono móvil y avisó a la Guardia Civil. Una patrulla del puesto de Anchuelo tardó unos 15 minutos en llegar a Pezuela, al número 2 del camino de Santorcaz, donde se hallaba retenido Valentín. Los agentes escucharon su voz que pedía auxilio. Rápidamentesaltaron la valla del chalé, le liberaron y le quitaron los grilletes.

Valentín se abrazó a todos los que están junto a él. Se encontraba muy nervioso, hambriento y casi no logró articular palabra, recuerdan los vecinos. "No paraba de dar las gracias a todos los que estaban. Sólo le habían dado agua durante el tiempo que había estado secuestrado", relataba ayer un vecino de la zona. "Casi no podía subir ni la escalera de lo débil que estaba. Tenía miedo de que lo mataran, porque así se lo habían dicho sus secuestradores. Estaba muy emocionado", añadía otro.

Los guardias civiles llaman de inmediato a su padre y le dan la buena noticia: su hijo ha sido liberado en buen estado. La pesadilla ha terminado. "Se lo llevaron enseguida para hacerle un reconocimiento médico y ver si estaba bien de salud. Vinieron un montón de policías, muchos de paisano, y nos dijeron que no nos moviéramos de la casa", afirmaba una residente de la cercana calle de Mercurio.

Los agentes de la Policía Nacional, que acaban de llegar, inspeccionaron al detalle el coche del hijo de la propietaria del chalé, que estaba aparcado en la calle contigua. Justo en ese momento, llegó la propietaria, Trinidad J. B. Se refugió en la casa de una vecina para evitar la detención, según algunos residentes. Pero le salió mal. Los agentes la vieron y la detuvieron como autora del secuestro. También arrestaron al hijo y a la novia de éste. "La más joven no paraba de chillar que a ella nadie la trataba así, que la soltaran de inmediato", explica otra vecina. Trinidad, que según la investigación había vigilado al rehén, fue compañera sentimental de un mando de la Guardia Civil hace años.

La vigilancia de los policías en el chalé tuvo su recompensa tiempo después. Un individuo, que permanecía oculto en la casa, intentó huir en un coche que la víctima identifica como el utilizado en el secuestro. Los agentes se abalanzaron sobre él y le detuvieron en el acto, según informó ayer la Dirección General de la Policía. Se trataba de Alberto, que se encargaba de la custodia del secuestrado junto con Trinidad.

Valentín relató poco después su captura ante los agentes de la Policía Judicial de Madrid y del grupo de secuestros de la Comisaría General. Cuando conducía por la Prolongación de O?Donnell se acercó a él un coche sin distintivos policiales pero con una luz azul lanzadestellos en el salpicadero, como la que utilizan los coches camuflados de la policía. Al ponerse a su altura, los ocupantes le hicieron señales para que se detuviera de inmediato. Valentín creyó que eran agentes de paisano. Paró en el lateral y esperó a que se bajaran los supuestos agentes. Ello le dijeron que debía acompañarles. Valentín accedió sin oponer resistencia. Pese a ello le esposaron.

Sentado en el asiento trasero del turismo con los lanzadestellos, el hombre empezó a sospechar. Antes de que pudiera decir nada, le pusieron una capucha en la cabeza y le obligaron a bajarla hasta las rodillas. Luego le taparon con una manta, para que no se le viera desde el exterior. Valentín calcula que los secuestradores condujeron durante una hora aproximadamente. No se confunde: es el tiempo que se necesita para llegar desde la capital a Pezuela de las Torres. Allí le introdujeron en la bodega donde permanecerá hasta que le liberen.

Una mirilla se convertirá en aliada. El secuestrado logró escapar gracias a que mira cada cierto por el orificio de la puerta. Cuando se percata de que no está su vigilante y logra quitarse la mordaza empieza a chillar pidiendo auxilio.

La Guardia Civil pasa de inmediato el caso a los especialistas de la Policía Nacional que han comenzado a investigar el secuestro, quienes continúan las pesquisas, porque supuestamente hay más implicados.

Las investigaciones les llevan a detener a dos personas en el municipio de Rivas-Vaciamadrid. Entre ellos están uno de los asaltantes y el considerado autor intelectual del secuestro, de nombre José Carlos y conocido como Boni. Éste conocía al padre y a un hermano de Valentín, porque le vendieron un coche en el compraventa familiar. El secuestrado no le había visto nunca.

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