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fundido en negro | relato

El carterista

Pareces un cabeza rapada -bromea Zulay cuando se marcha al trabajo en la peluquería.

-¡Soy un cabeza rapada que se come a su negrita! -la atrapo para repetir el gozoso juego de anoche, pero se escapa de la cama haciendo que me confíe con un beso.

-No llegues tarde a tu entrevista -me dice desde la puerta, y añade -No sé cómo me gustas tanto, ¡con esa pinta!

Unos meses antes yo ya había notado la pérdida de pelo en el peine y en la almohada, y lo había achacado al estrés por perder el trabajo. Por eso había decidido raparme al uno, en la creencia -falsa- de que un cabello corto necesita menos mantenimiento y se cae menos.

Remoloneo unos minutos entre las sábanas, busco algún pelo corto en la almohada y luego salto de la cama sin pereza. Desde que voy al gimnasio me encuentro muy bien. Es la única ventaja de estar en paro. Antes nunca había tenido tiempo: no iba a ponerme a levantar pesas después de aparcar la furgoneta de reparto a las ocho de la tarde. Sólo montaba en bicicleta algunos fines de semana.

No me gusta demasiado la ropa que he elegido -vaqueros y camisa formal-, porque me hace viejo, pero le gustará al responsable de dar trabajo en el hipermercado. En la carpeta llevo la solicitud y mi breve currículum y me guardo la cartera en el bolsillo posterior.

En el metro lleno huele a sudor y a desodorante barato. Entre parada y parada, la oscuridad de los túneles convierte en espejos los cristales. Zulay tiene razón: parezco un skin y por eso me rehúye alguna gente, como un muchacho de unos veinte años, con aspecto de hippy, palidez de cadena perpetua y un leve aroma a marihuana y a cuero, que al entrar ha chocado conmigo y ahora me observa por el cristal con recelo.

Como ha dicho Zulay, en la entrevista debo ofrecer mi fuerza de trabajo con una actitud positiva, pero no desesperada ni pedigüeña. Al tocarme el bolsillo posterior del pantalón noto que no está la cartera... Tampoco está en los otros bolsillos ni se me ha caído al suelo. ¡Pero estoy seguro de haberla cogido al salir de casa! ¡Me la han robado en alguno de los roces al entrar y salir!

Miro alrededor y de nuevo sorprendo al muchacho antisistema observándome con recelo antes de salir al andén de la parada. La puerta del vagón ya se cierra cuando me precipito tras él, que camina deprisa entre otros pasajeros. Dudo entre abordarlo o esperar la ayuda de algún segurata, pero de pronto nos quedamos solos en el largo pasillo. Cuando me ve tras él, acelera el paso. Entonces me decido, lo alcanzo y lo empujo contra la pared.

-¡Dame la cartera! -le ordeno.

-Yo no... -protesta con voz débil, aterrorizada. Casi me da pena.

-¡La cartera o te rompo la cara!

Saca del bolsillo la cartera y me la entrega sin mirar, sólo deseando huir hacia un grupo de adolescentes chillones que aparece al fondo del pasillo.

Todo ha ocurrido en unos segundos y acelero para no llegar tarde a la entrevista.

El tipo que espera en la oficina viste chaqueta y corbata y tiene ante él cinco o seis mil solicitudes como la mía.

-¿Me deja su documentación?

Saco la cartera del bolsillo. Demasiado tarde compruebo que no es la mía, pero ya no puedo ocultarlo. Al abrirla cae sobre la brillante mesa un inocente preservativo y una pequeña bolsa de marihuana.

Eugenio Fuentes es autor de El interior del bosque (Tusquets, 2008).

CÉSAR FERNÁNDEZ ARIAS

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