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Reportaje:

A balazos contra el aborto

El asesinato del doctor George Tiller reaviva el debate sobre la interrupción del embarazo en Estados Unidos, que es legal desde el año 1973

Yolanda Monge

Hay coches en las calles de Wichita (Kansas) que llevan una pegatina que reza: "El doctor Tiller es mi héroe". Ninguna se ve ahora en los parachoques, después de la tragedia, de aquellas que decían: "Tiller, the killer" ("Tiller, el asesino"). Pero las hubo. Hasta que unas balas diparadas a la cabeza acabaron el pasado 31 de mayo con el doctor George Tiller, de 67 años, uno de los tres únicos médicos que en Estados Unidos practicaba abortos a mujeres en avanzado estado de gestación. Fue asesinado por Scott Roeder (51 años), un fundamentalista religioso del ojo por ojo. Lo consiguieron a la tercera (atrás quedó la bomba en su despacho de 1986 y el intento de asesinato de 1993). Su muerte le ha elevado a la categoría de leyenda y, por ahora, ha silenciado al escandaloso, y a veces demagógico, movimiento pro vida que quiere poner toda la distancia posible entre su ideario y un asesinato a sangre fría ante una iglesia.

La policía afirma que el autor de los tiros no pertenecía a grupos pro vida

Porque ahí es donde murió. A las puertas de su iglesia de siempre, entregando folletos con el orden del día mientras su mujer, Jeanne, cantaba en el coro. De nada le valió el coche blindado, el chaleco antibalas ni el guardaespaldas. Su asesino se acercó y le voló la cabeza ante la mirada aterrada de los feligreses.

Casi todos los entrevistados dicen que "tenía que pasar"; que las amenazas eran muchas y que el doctor era "el demonio" para esos fanáticos que se consideran a sí mismos únicos defensores de la vida. Pero hacía 10 años que no era asesinado un médico que efectuaba abortos. Dicen que en la última época Tiller había bajado la guardia. Todos ellos también pensaban que lejos quedaban ya los años de las clínicas bombardeadas, los doctores asesinados (cuatro desde 1993 -excluido Tiller-, además de otras cuatro personas relacionadas con las clínicas) y los asedios en las puertas de los centros para abortar como aquel "Summer of Mercy" ("Verano de la Piedad") de 1991 en Wichita que ocupó titulares durante 47 días. Entonces, el anuncio de que el doctor Tiller comenzaba a realizar abortos en la ciudad llevó a Operation Rescue a trasladar su base desde California a Kansas e iniciar -para quedarse- un movimiento de desobediencia civil que logró cerrar la consulta de Tiller durante un tiempo.

El cierre de ahora es definitivo. La familia de Tiller ha decidido clausurar el centro. "La victoria es doble", dice abatida Peggy Bowman, 68 años, amiga y colaboradora de Tiller. "Acabaron con el doctor y acabaron con la clínica", insiste. "Es como si le hubieran matado dos veces", murmura triste en su casa. "Lamentamos profundamente su muerte", asegura Troy Newman, 43 años, director de Operation Rescue, el más activo grupo pro vida. "Nosotros defendemos la vida", postula Newman. "Esto era antes un matadero de seres inocentes hasta que nosotros logramos echar a los abortistas y comprar este lugar. No sabe cómo olía aquí cuando se fueron, dejando los suelos manchados de sangre", dice. En su opinión, la muerte de Tiller está haciendo más mal que bien al movimiento: "Nos estigmatiza como asesinos y fanáticos".

Pero el propio fundador de Operation Rescue, Randall Terry, emitía el siguiente comunicado un día después del crimen: "George Tiller era un asesino en serie. Lamentamos que no tuviera tiempo suficiente para preparar su alma para encontrarse con Dios".

Para gran parte del movimiento a favor del aborto, el asesinato de Tiller es causa directa de una retórica inflamatoria que sólo engendra violencia. El debate está servido. ¿Debería la violencia contra los médicos que efectúan abortos considerarse terrorismo doméstico? "Esta gente no está debatiendo", asegura una mujer que abortó a las siete semanas en la clínica de Tiller hace cinco años, cuando tenía 22. "Esta gente usa balas y bombas".

La policía asegura que Roeder actuó solo y que no tenía vínculos con ningún movimiento pro vida. Según su familia, tenía un largo historial de enfermedades mentales. En los noventa, tuvo lazos con las milicias antigobierno y fue detenido cuando conducía un coche con explosivos. Quedó libre por un tecnicismo legal.

En las calles de Wichita, depende de a quién se pregunte, el aborto es un asesinato o un derecho. Como en casi todo, Estados Unidos está dividido en dos. Aunque por primera vez, la encuesta Gallup del mes pasado habla de una mayoría contraria a la interrupción del embarazo (el 51%). Tras su legalización en 1973, son mayoría los Estados que ponen un corto límite a las semanas en las se puede poner fin a la gestación. Kansas, junto a Colorado y Nebraska -los otros dos únicos Estados donde dos médicos practican abortos en las últimas semanas del embarazo- eran una excepción. Y aún así, sólo el 1% se realiza después de la semana 21. "Son casos extremos: niñas de diez años violadas por sus padres que no saben que estaban embarazadas; fetos sin cerebro o sin pulmones; fetos que habrían muerto a los pocos días", expone Bowman.

El día del funeral, cientos de personas abarrotan la iglesia. No falta un grupo de manifestantes contrarios al aborto. Nadie les presta atención. Es un día para recordar quién fue George Tiller. El médico quería ser dermatólogo, pero tras heredar prematuramente la consulta de su padre -murió en un accidente de aviación en 1970- descubrió un secreto mal guardado. Su padre había practicado abortos ilegales durante los años cincuenta y sesenta, y lo hizo después de que una mujer, a la que negó su ayuda, muriese a manos de un "médico chapucero y carnicero".

El doctor Tiller decidió que tampoco él dejaría que las mujeres volviesen a "las perchas y los carniceros". "He aprendido de las mujeres que el aborto es un problema de supervivencia", dijo Tiller en una ocasión. "Es un asunto que afecta a sus sueños y sus esperanzas". Es un derecho garantizado por el Tribunal Supremo.

Una mujer y sus dos hijos, junto a la clínica de  Tiller, en Wichita.
Una mujer y sus dos hijos, junto a la clínica de Tiller, en Wichita.AP

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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