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Columna
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Lo intolerable

La semana pasada saltó la noticia de que Alex Uriarte, uno de los presuntos etarras detenidos cerca de Perpignan junto con Jurdan Martitegui, jefe del aparato militar, daba clases de Ética (y de Historia) en un centro de Secundaria de Vitoria. Un hecho verdaderamente escandaloso, como señaló la prensa nacional. Escandaloso sí, pero sorprendente, no tanto. En Euskadi todos convivimos, de una u otra manera, no digo con etarras, pero sí con personas que apoyan, comprenden o justifican con alguna o ninguna reserva la actividad terrorista. Son vecinos nuestros, familiares, clientes, compañeros de clase o de trabajo. Los hay desconfiados y con permanente mirada de odio, como los hay afables y amabilísimos. Los vemos cuidando de sus hijos o intentando llegar a fin de mes, al igual que el resto de los mortales. Y dedicándose a cualquier actividad profesional, como la enseñanza.

Que a un licenciado en Historia como Uriarte le hicieran dar la asignatura de Ética en la ESO no tiene, me temo, ningún misterio. A menudo se la considera una asignatura maría que cualquiera está capacitado para dar. Y más cualquiera que proviene de una carrera humanística, aunque a lo largo de la licenciatura (de Historia, como de otras de Ciencias Sociales y Humanidades) no haya tenido, como ocurre recurrentemente, ninguna asignatura de Ética. La materia desaparece igualmente en el nuevo diseño del grado de Magisterio (al menos en Vitoria). La reciente inclusión de Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos -en el último curso de la Educación Primaria y en dos cursos de la Secundaria- tampoco ha llevado, al parecer, a replantear la necesidad de una materia que inicie explícitamente a los futuros profesores en esos temas.

No es que crea que recibir algunas clases de ética sea la panacea (y menos si las da alguien como el tal Uriarte, claro está). Al fin y al cabo, es la sociedad entera la que educa: toda nuestra experiencia vital y social está plagada de enseñanzas morales, positivas o negativas, conscientes o inconscientes. Pero he ahí que la ética ofrece algo distinto: la posibilidad de tomarse en serio esa moral vivida convirtiéndola en objeto de reflexión, de argumentación, de búsqueda de las mejores razones a favor de ciertos principios y en contra de otros. A ser más consciente, en definitiva, de los límites entre lo tolerable y lo intolerable.

Nos gustaría percibir en la sociedad vasca, que lleva tanto tiempo conviviendo con lo intolerable, un impulso en favor de una regeneración ética. Que en los planes de estudio, que en las direcciones de los centros que deciden quién y cómo se han de dar las asignaturas, se prestara atención y se mimara a una asignatura como Ética u otras de contenido similar sería, por lo menos, un signo esperanzador. Insuficiente por sí solo, por supuesto, pero esperanzador como síntoma, precisamente, de ese afán de regeneración.

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