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Consecuencias del nuevo escenario en el País Vasco
Columna
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Lógica aritmética, lógica política

José María Ridao

Las dificultades para gestionar los resultados electorales en el País Vasco no sólo se refieren a la formación del Gobierno autónomo, sino a la situación en la que quedarían las alianzas parlamentarias en el Congreso de los Diputados en Madrid. El Partido Nacionalista Vasco (PNV) ganó las elecciones pero, atrapado en las políticas inspiradas por Juan José Ibarretxe, no está en condiciones de obtener la mayoría necesaria en la Cámara vasca. Los socialistas, por su parte, tienen en su mano la posibilidad de obtener apoyos suficientes para formar Gobierno, pero se enfrentan al recelo de quedar en manos de los populares, expresado dentro y fuera del partido. Tendrían que sobreponerse, además, a los argumentos que mantienen un pie dentro de las instituciones y otro fuera, como el de que la ilegalización de la izquierda abertzale ha desfigurado el mapa político surgido de las elecciones. El mapa real seguiría concediendo la mayoría a los nacionalistas, algo que, siempre según los partidarios de este argumento, debería tomarse en consideración de una manera u otra a la hora de formar el nuevo Gobierno vasco.

Sólo se debate con quién buscar alianzas, no qué hacer desde ellas
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Se trata de un argumento en el que importa más lo que se calla que lo que se dice, porque contraponer un supuesto mapa real al mapa efectivamente obtenido en las elecciones para seguir hablando de una mayoría nacionalista sólo puede significar una cosa: que la izquierda abertzale habría sido determinante para mantener al Partido Nacionalista Vasco en el poder, con todos los riesgos que ello comportaría tanto para el nacionalismo democrático como para la estabilidad del sistema estatutario y constitucional.

Pero se trata, en segundo lugar, de un argumento que comparte con todos los demás la lógica desde la que se están interpretando los resultados electorales en el País Vasco y, por extensión, sus eventuales efectos en la política de alianzas del Gobierno central. Se trata de una lógica estrictamente aritmética, que ha prescindido hasta ahora de cualquier lógica política. Es decir, sólo se debate cómo y con quién formar Gobierno en el País Vasco, o cómo y con quién buscar alianzas en el Congreso de los Diputados, pero no qué hacer desde ese Gobierno y desde esas alianzas.

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En otras circunstancias, este desenfoque no pasaría de ser un error venial. Pero, en las actuales, corre el riesgo de transformarse en una losa capaz de comprometer la política como instrumento para hacer frente a las dificultades que se están viniendo encima. El rápido deterioro de la situación económica no permite prolongar indefinidamente las maniobras para decidir quién manda sin dar una respuesta, siquiera una indicación, de para qué manda.

Como la mayor parte de los países desarrollados, España se encuentra en recesión, y el presidente del Banco Central Europeo ha evocado el fantasma de la deflación tras bajar los tipos de interés al 1,5%. Por segunda vez en las tres últimas décadas -la primera tuvo lugar bajo el Gobierno de Suárez-, la urgencia mayor no procede tanto de la situación en el País Vasco, donde el terrorismo pasa hoy por horas bajas gracias a la acción policial y judicial, como de la que afecta al conjunto del país, que se encamina hacia una de las crisis más graves que ha padecido la economía internacional. ¿Puede el Gobierno central quedar paralizado en el Congreso hasta que no se resuelva quién ocupará Ajuria Enea y, llegado el caso, hasta que no recomponga la política de alianzas que necesita entre otras muchas cosas para hacer frente a la crisis?

La lógica aritmética desde la que se están analizando los resultados en el País Vasco lleva, sin duda, a que el Gobierno central se mantenga a la expectativa, sin comprometerse en ninguna dirección para dejar abiertas todas las posibilidades de alianza. Pero la lógica política exigiría otra forma de actuar. No se trata de aprobar nuevos planes económicos de choque, incapaces a estas alturas de restaurar un mínimo de confianza, sino de recomponer el liderazgo político que perdió el Gobierno en el momento de asomar la crisis.

Si alguna consecuencia se puede extraer de la manera en la que Barak Obama está gestionando la situación económica de Estados Unidos es que no ha esperado a tener garantizado el apoyo a sus planes para presentarlos ante las Cámaras, sino que los ha presentado ante las Cámaras para que obtuvieran el apoyo. Por descontado, el sistema político norteamericano es distinto del español. Pero tan distinto, en el fondo, como entender la política como un permanente regate o como un instrumento imprescindible para, entre otras cosas, hacer frente a la crisis.

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