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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Chistes de loros

Loros, cotorras, pericos y cacatúas son unos animales que siempre han conseguido llamar la atención y acaparar notoriedad. Aparte de los que viven en casas particulares, en el zoo o en tiendas de animales, en Barcelona hay más de 1.500 individuos asilvestrados, correspondientes a seis especies distintas. Y tontos no son. Si se fijan, los lugares donde se les puede ver volar en libertad están casi todos en barrios de postín; como las famosas cotorras argentinas que señorean la Diagonal o los ruidosos loritos verdes de muchos jardines de la zona alta.

Los loros tienen algo de familiar y a la vez de cafre; como aquel sonsonete del "quin joc més bèstia", con que terminaba un chiste que siempre contaba mi padre. Fruto de su peculiar sentido del humor, muchos de estos pajaritos se han integrado en el anecdotario local. Hace pocos meses, una lorita del Poble Sec -llamada Lola- saltó a la prensa por el acoso a que la sometía alguno de sus vecinos, harto de que este animal fuese capaz de reproducir cualquier sonido imaginable. Hasta el punto que sus dueños recibieron cartas anónimas, les pusieron carteles frente a su casa y su balcón fue objeto de diversos apedreamientos.

Los loros y sus congéneres recuerdan que quedan cosas graciosas en este universo en crisis

La saga de estos pájaros cachondos se remonta a las crónicas del tiempo de la camomila. En el siglo XIX, en la calle de Banys Vells había un loro célebre en toda la ciudad, que insultaba y respondía a los comentarios de los transeúntes. Estaba sujeto por la pata a una cadena, que pendía a su vez de las rejas de un balcón, mientras escandalizaba al vecindario. El escritor Pompeu Gener -famoso bohemio finisecular, conocido por sus anécdotas inverosímiles- aseguraba tener un tío que intentaba cruzar una paloma mensajera y un loro para transmitir mensajes hablados. No menos famoso que el pajarraco protagonista del poema anónimo titulado: El lloro, el moro, el mico i el senyor de Puerto Rico, que llegó a bautizar un programa de Catalunya Ràdio.

Existe también una larga estirpe de loros que aprenden a imitar el silbato del jefe de estación y dan la salida de los trenes por su cuenta; historias así se cuentan un poco por todas partes. En Barcelona, por ejemplo, hay dos animalitos que se hicieron populares a fuerza de bromazos así. El primero en Horta, en el bar Quimet de la plaza de Eivissa -conocido aún por los mayores como el "bar del loro"-, que se entretenía confundiendo a los conductores del tranvía. El segundo fue un pájaro traído de la Guinea Ecuatorial en 1958, que originó verdaderos quebraderos de cabeza a la compañía de transportes y a la Guardia Urbana. Era capaz de imitar el silbato de salida de las líneas 36 y 52, al tiempo que piropeaba a las señoras y llamaba borrachos a los caballeros. Ahí estuvo hasta 1992, en La Licorera, una estupenda bodega que todavía se encuentra en la calle de Taulat. Si le quieren ver, descansa disecado tras el mostrador del negocio familiar; mientras su fama rebasaba las fronteras del ámbito doméstico para convertirse -desde 1997- en uno de los iconos del Poblenou como gigante de su fiesta mayor -el Lloro del 36-, que le homenajea en forma de enorme cacatúa gris con sombrero de tranviario.

Aunque también los hay más pacíficos y prudentes en el hablar. Sin ir más lejos, el simpático lorito del bar Anduriña, en la calle de la Fruita; seguramente la terraza veraniega más original y relajante de la ciudad. Si tienen suerte, en ocasiones, su dueño le abre la puertecita de la jaula y el animalito sobrevuela contento sobre mesas y parroquianos, para posarse, mansamente, en la barra. Como el resto de sus congéneres, parece recordarnos que todavía quedan cosas graciosas en este universo en crisis.

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