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EL CÓRNER INGLÉS | Internacional
Columna
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El exquisito virus español

"Nuestros aficionados vienen

al estadio a comer sándwiches

de gambas sin tener ni idea

de lo que está pasando en el campo".

Roy Keane, en 2000, cuando jugaba en el Manchester United

Los hinchas ingleses se están modernizando, se están volviendo más como los españoles. Es decir, más exigentes, más impacientes, más exquisitos.

Hasta hace muy poco, los aficionados de las Islas miraban a los españoles, especialmente a los del Barcelona y el Madrid, con cierto desdén. Nosotros hacemos un ruido descomunal, ellos son unos señoritos inhibidos. Nosotros somos leales hasta la muerte; ellos, en cuanto su equipo se pone detrás en el marcador, se hunden. Éste ha sido el mito, visto desde la perspectiva inglesa. Y tampoco ha estado tan alejado de la realidad. Los propios jugadores españoles lo han comentado muchas veces tras jugar partidos de la Copa de la UEFA o la Champions en Newcastle, Liverpool o Manchester. ¡Qué pasión! ¡Qué compromiso! ¡Ojalá nuestros seguidores nos apoyaran así cuando vamos perdiendo!

"Estos partidos son los que debes ganar", se lamenta el entrenador español

Bueno, ya no. El mito ya es historia. El virus español -al menos, el del Camp Nou y el Bernabéu- se extiende a los grandes campos ingleses. Aquello de We'll support you evermore (os apoyaremos para siempre) ya no existe. Ni siquiera en la catedral de Anfield, el estadio del Liverpool, refugio espiritual de los aficionados más incondicionales, o así pensábamos, del mundo. Hace un par de fin de semanas empataron 0-0 en casa contra el West Ham y los abucheos al equipo por parte de sus propios seguidores se podrían haber oído en Manchester, donde gran parte del partido del United contra el Sunderland el sábado pasado transcurrió en lo que algunos periodistas presentes describieron como un silencio sepulcral.

La tendencia es clara y varios comentaristas de la vieja escuela futbolera se lamentan de lo que interpretan como un creciente aburguesamiento del hincha medio inglés, relacionado, según dicen, con un incremento notable durante los últimos años del precio de las entradas. El ambiente salvaje, tribal, de antaño se va sustituyendo por algo menos generoso, más criticón; algo que se aproxima más a una noche de ópera en la Scala.

Pero, tratándose del fútbol inglés, se impone una nota más bestia que en España o en otras Ligas europeas. Como ocurrió el fin de semana pasado en el estadio del Arsenal. Había 60.000 espectadores, la mayoría de las cuales se pasaron la casi totalidad del partido insultando de manera despiadada a Emmanuel Eboué. No, Eboué no jugaba para el Wigan, el equipo rival; jugaba de extremo izquierdo para el Arsenal, que ganó el partido por 1-0.

Fue tan incesante el abuso contra el jugador de Costa de Marfil, leal integrante de la plantilla desde principios de 2005, que su entrenador, Arsène Wenger, decidió quitarlo antes del final del partido. Es verdad que había jugado mal, pero no peor que, por ejemplo, Sergio Ramos en el reciente partido del Madrid contra el Juventus en el Bernabéu. Eboué abandonó el campo como si acabara de fallar el penalti decisivo en la final de la Copa del Mundo. Desolado, abatido, llorando y ridiculizado por su propia afición.

Fue un espectáculo de una crueldad terrible. Y de una enorme estupidez, ya que el resto del equipo, solidario con Eboué, se sintió traicionado por la afición. Pero ésas son las nuevas reglas del juego. Como decía un indignado columnista del Daily Mail esta semana: "Así es el aficionado del fútbol moderno, cuya alarmante doctrina se reduce a: 'Pagamos nuestro dinero, tío, y podemos decir lo que queremos".

Exactamente, lo que vienen diciendo desde hace mucho tiempo los abonados del Camp Nou y el Bernabéu.

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