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Laboratorio de ideas
Columna
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Crisis y vínculo transatlántico

El presidente electo de EE UU, Barack Obama, se enfrenta a ingentes desafíos globales. Su tarea no va a ser nada fácil. Tiene que hacer frente, por ejemplo, a dos guerras. Y en conexión con ello, cómo reorientar la lucha contra el terrorismo internacional, empantanada en Afganistán y con riesgos ciertos en Pakistán, además de la amenaza latente de un Irán con voluntad nuclear, e incluso de Corea del Norte. Y a los nuevos escenarios geoestratégicos derivados del reequilibrio de poderes en el mundo, como resultado de la irrupción espectacular de los países emergentes como China, India, Brasil, Indonesia, México, Turquía, o con el resurgimiento de una Rusia con voluntad neoimperial y que no duda en disputar por su hegemonía en las zonas que considera su área vital de influencia. Y con el creciente papel estratégico de las repúblicas ex soviéticas de Asia Central, o de los países del Golfo. O con el protagonismo que está adquiriendo África, como gran proveedora de materias primas para los países emergentes. Y un largo etcétera.

La cumbre del G-20 debe ser el inicio de un nuevo orden económico y financiero

Y con la necesidad de repensar el vínculo transatlántico. Es decir, de repensar Occidente (incluyendo Australia, Nueva Zelanda y, en menor medida, Japón, que tiene intereses vitales más allá de ese concepto y que sólo ha sido Occidente, en la medida que ha compartido democracia parlamentaria y economía de mercado, pero que está en el ojo del huracán del nuevo centro de gravedad y que procede de una tradición cultural y civilizatoria distinta).

Ese replanteamiento viene obligado por el cambio geoestratégico derivado de la victoria de Occidente en la Guerra Fría que dejó obsoleta la OTAN y el esqueleto básico del llamado vínculo transatlántico: la defensa de nuestra respectiva seguridad colectiva pasaba por el paraguas nuclear de EE UU en Europa. Ello ha llevado a que la OTAN busque un nuevo lugar bajo el sol, interviniendo en los Balcanes para acabar con el genocidio en Kosovo (con pésimas consecuencias políticas) o llevando la dirección militar de la ISAF en Afganistán. Y con voces autorizadas que reclaman para la OTAN un compromiso de Occidente con la defensa de la libertad en el mundo, frente al terrorismo internacional.

Bien. Los temas de la defensa y la seguridad colectivas constituyen ejes básicos del "vínculo". Pero ya no pueden ni deben ser los únicos. Hemos visto cómo la división política entre las dos orillas del Atlántico y dentro de la propia Europa acentúa el declive estratégico de Occidente. No voy a hablar ahora de responsabilidades. Son mutuas. Pero sí que un mayor y mejor diálogo político, cuanto más institucionalizado mejor, me parece imprescindible. Con Obama y con líderes atlantistas en Alemania y Francia, todo puede ser más fácil. Y si, además, España actúa, por fin, adecuadamente con Estados Unidos, también puede ayudar (adecuadamente significa, como editorializa The Economist, que sepamos ser un país occidental y no comportarnos como una gran ONG, pero éste es otro tema).

Pero creo que estamos ante una gran oportunidad que, paradójicamente, deriva de la crisis económica que padecemos en las dos orillas. Breton Woods fue una creación del Occidente que ganó la II Guerra Mundial, después de romper la coalición aliada con la URSS. Los debates fueron, básicamente, entre EE UU y el Reino Unido, y el resultado, el nuevo orden financiero internacional y la creación de instituciones como el Banco Mundial o el FMI, o acuerdos como el GATT. Todo ello ha pasado por muchas vicisitudes, pero aún vivimos de ello 70 años después.

Entonces, y hasta hace poco, Occidente lo era casi todo. Ahora ya no es así.

Y, por consiguiente, el nuevo orden financiero internacional debe reformularse sobre otras premisas: otros países -no occidentales, en el sentido convencional- tienen mucho que decir. No es concebible no contar con los países emergentes o los del Golfo o con los suministradores de las materias primas necesarias para el crecimiento. Y no va a ser fácil llegar a consensos, aunque sean mínimos. Sinceramente, poco espero de la cumbre del G-20 en Washington, sobre todo porque se efectúa sin trabajo previo y sólo de cara a la galería (por eso la insistencia del presidente Zapatero, dicho sea de paso). Pero sí creo que debe ser el inicio de la preparación seria y rigurosa de un nuevo orden económico y financiero internacional que haga frente a las nuevas realidades que nada tienen que ver con el mundo de la segunda mitad del siglo XX.

Y para ello vuelvo a la tesis central: cuanto más unidos estemos EE UU, la UE y otros países occidentales, más peso específico en los resultados del debate. Ello le interesa a Europa, sin duda. Debemos ser capaces de incorporar a EE UU a esta estrategia. En este tema, no competimos. Debemos cooperar porque nos necesitamos mutuamente. Europa no puede aspirar a liderar económicamente el mundo, pero su influencia sigue siendo importante. EE UU tampoco puede pretender ser el líder económico indiscutido e indiscutible, aunque siga siendo, y por mucho tiempo, la nación más importante del mundo.

EE UU y Europa están ante la posibilidad de una estrategia común y compartida que sea win-win. Y que sirva a objetivos buenos para todos: profundización de las economías de mercado, solidez y solvencia del sistema financiero, libertad responsable en las transacciones comerciales y financieras, estabilidad en los mercados globales, crecimiento global y progresivo eliminación de la pobreza, etcétera. Todo ello es bueno. Y un Occidente unido puede ser decisivo. Y si avanzamos en esa dirección, la esperanza y la causa de la paz, del progreso y de la libertad, también avanzarán.

No estamos, evidentemente, ante el "fin de la Historia". Ni mucho menos. Pero si Occidente renuncia a ese ideal -sin pretender imponerlo por la fuerza- renunciaría a su razón de ser. Ojalá Obama pueda: "Yes, we can".

EDUARDO ESTRADA

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