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Reportaje:

El saqueo del Barroco sevillano

Grandes museos albergan las 500 obras robadas por los franceses en 1810

Margot Molina

El siglo XIX fue nefasto para el arte español, especialmente para Sevilla. Iglesias, conventos y, en menor medida, palacios vieron como volaban sus grandes tesoros del Barroco por orden de su majestad José Bonaparte. Ahora, cuando se cumplen 200 años de la Guerra de la Independencia, la mayoría de esos magníficos óleos cuelgan en los mejores museos del mundo. En este caso se cumplió el refrán -"No hay mal que por bien no venga"- y el robo de esas obras contribuyó a acrecentar la fama internacional del Barroco sevillano.

"Fue una forma muy dolorosa de darse a conocer en el mundo. Los franceses reunieron en 1810 en las salas del Real Alcázar 999 obras, aunque después sólo se llevaron aproximadamente la mitad. Por supuesto, las mejores. Fue un expolio sin precedentes en la historia", comenta Enrique Valdivieso, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla y especialista en Barroco. "De no haber sido por la codicia de los franceses, el reconocimiento de la pintura barroca sevillana habría llegado a finales del siglo XIX, cuando se comenzó a escribir la Historia del Arte", añade.

La ciudad tenía 200 lienzos de Murillo antes de la invasión y se quedó con 47

Lienzos de Murillo, Velázquez, Juan de Roelas, Francisco Pacheco, Alonso Cano y Juan Valdés Leal, entre otros muchos, fueron arrancados de las manos de sus propietarios bajo el amparo de un decreto de 1809 en el que se ordenaba la fundación en Madrid "de un museo de pintura, que contendrá las colecciones de las diversas escuelas, y, a este efecto, se tomarán de todos los establecimientos públicos, y aún de nuestros palacios, los quadros que sean necesarios para completar la reunión que hemos decretado", según reza el decreto inspirado por Mariano Luis de Urquijo, ministro y secretario de Estado del llamado Pepe Botella.

"Lo peor de todo es que esos cuadros, que salieron en carretas hacia Madrid, no formaron parte del museo napoleónico -que nunca llegó a crearse-, sino que se convirtieron en botín de guerra. Se los repartieron entre el mariscal Soult y sus generales y el resto fue a parar al Museo del Louvre. Los que se quedaron los generales fueron vendidos por sus herederos y, tras sucesivas ventas, han llegado a los grandes museos", añade Valdivieso, autor de Pintura barroca sevillana (Ediciones Guadalquivir, 2003).

De Bartolomé Esteban Murillo, uno de los artistas más alabados en El gran diccionario del arte, de Ceán Bermúdez -libro que los franceses traían como guía para seleccionar sus rapiñas-, se llevaron 43 obras. "Estaban enamorados de Murillo, así que esa pasión y la posterior Desamortización de Mendizábal dejó a Sevilla con tan sólo 47 murillos de los 200 que tenía antes de que entraran los franceses", apunta Valdivieso.

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"Comenzó la batida por la Santa Caridad, porque en ella existían los más excelentes cuadros de Murillo", relata Manuel Gómez Ímaz, presidente de la Academia de Bellas Artes de Sevilla en un pequeño libro escrito en 1810 pero publicado en 1896 que se titula Inventario de los cuadros sustraídos por el Gobierno intruso. Precisamente hace dos semanas la Caridad ha decidido cerrar la herida y ha colgado cuatro copias de los murillos que nunca volvieron.

"Sevilla no opuso resistencia a las tropas napoleónicas, capituló y cuando una ciudad capitula se respetan las vidas y las haciendas, algo que no cumplieron los franceses", asegura el experto en Barroco.

"Incluso entraron en la Catedral, a la que en principio respetaron, para buscar El nacimiento de la Virgen, de Murillo. Dicen que los franceses amenazaron con fusilar a dos canónigos si no les entregaban el lienzo, que actualmente es una de las piezas estrella del Museo del Louvre. Además de la gran pinacoteca parisina, que guarda la segunda mejor colección de pintura española fuera del país -la primera es la del Ermitage de San Petersburgo (Rusia)- las mejores pinturas sevillanas que abandonaron la ciudad amontonadas descuidadamente en carretas en 1810 cuelgan actualmente en el Museo Goya de Castres (Francia), en el de Ottawa (Canadá), en el de Dresde (Alemania), en la Wallace collection (Londres) o en las galerías nacionales de Washington y Londres.

<i>El regreso del hijo pródigo,</i> de Murillo, una de las obras robadas que está en la National Gallery de Washington.
El regreso del hijo pródigo, de Murillo, una de las obras robadas que está en la National Gallery de Washington.

Los expolios

Los templos que sufrieron las mayores pérdidas a manos de las tropas del mariscal Soult fueron, además de la Caridad, Santa María la Blanca y San Buenaventura. La pintura fue el gran objetivo de los franceses, también robaron buena parte de la orfebrería, pero lo hicieron para fundir con ella monedas de plata. "La mayoría de los murillos que conserva hoy el Museo de Bellas Artes de Sevilla provienen del convento de los Capuchinos, porque los monjes antes de que entraran los franceses en la ciudad cargaron los óleos en cuatro carretas y los llevaron a Gibraltar", comenta Enrique Valdivieso, quien también apunta que los canónigos de la Catedral trasladaron a Cádiz su famosa custodia de Arfe y algunas de sus preciadas alhajas para evitar que acabaran fundidas.

"Pero no fueron sólo los franceses los que expoliaron, los propios españoles lo hicieron también. Durante la Desamortización de Mendizábal muchos funcionarios encargados de recoger las obras y depositarlas en los museos provinciales trapichearon con ellas. Así llegaron al Museo de Grenoble (Francia) las magníficas obras que Zurbarán realizó para la Cartuja de Jerez (Cádiz)", afirma Valdivieso.

Algunas obras también salieron de forma legítima, vendidas por sus propietarios, o regaladas como ocurrió con un importante lote que el rey Fernando VII regaló al duque Wellington como premio por capturar a los franceses en Vitoria en 1812, que se retiraban con un cargamento de cuadros entre los que se encontraba el famoso El aguador de Sevilla , de Velázquez, que ahora cuelga en la National Gallery de Edimburgo.

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Sobre la firma

Margot Molina
Ha desarrollado su carrera en El PAÍS, la mayor parte en la redacción de Andalucía a la que llegó en 1988. Especializada en Cultura, se ha ocupado también de Educación, Sociedad, Viajes y Gastronomía. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado, entre otras, la guía de viajes 'Sevilla de cerca' de Lonely Planet.

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