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Chapuza más que reforma

El revoco de la fachada de una basílica madrileña causa un daño irreparable al edificio, construido por Sáenz de Oiza

La urgencia juega a veces muy malas pasadas. Y muy caras. Así, el revoco económico y veloz de una fachada deteriorada -pero con alto valor patrimonial y artístico- en una parroquia madrileña, construida por los arquitectos Francisco Sáenz de Oiza y Luis Laorga, va a acarrear ahora, medio siglo después, una reforma de casi un millón de euros. Tal es la situación creada en la Basílica Hispanoamericana de la Merced, situada entre las calles de General Moscardó y de la Basílica, no lejos del polígono Azca.

En las arcas parroquiales no hay dinero para remediar el entuerto

Lo malo es que en las arcas parroquiales no hay dinero para enmendar el entuerto, por lo demás técnicamente irreparable, según cree Carlos Laorga, arquitecto e hijo del coautor del proyecto. "Habrá que hacer una colecta especial", reconoce apesadumbrado el párroco Gonzalo Ruiz. "Y convocar un concurso para que los arquitectos madrileños subsanen lo ocurrido con una fórmula lo más parecida posible a la empleada entonces por los autores del proyecto", señala por su parte Laorga.

Sáenz de Oiza y Luis Laorga no eran dos arquitectos anónimos, sino más bien figuraban entre los principales exponentes de la Escuela de Madrid de Arquitectura que, junto con Alejandro de la Sota, Ramón Vázquez Molezún, Asís Cabrero y José Antonio Corrales, en los años 50 del siglo XX, encabezaron la vanguardia de la creación arquitectónica en Madrid y, por ende, en España. Saénz de Oiza edificó uno de los rascacielos mejores de Europa, el del BBVA en la Castellana. "Él y Laorga ya habían trabajado años antes en el proyecto de la basílica vasca de Nuestra Señora de Aránzazu, uno de los emblemas de la época; la que edificaron en Madrid se situaba en la estela de aquélla", explica el arquitecto Jaime Tarruell. También proyectaron viviendas protegidas en los barrios de El Batán y Entrevías.

Una cripta precedió durante la posguerra civil al propio templo madrileño de la calle de la Basílica, que tardó casi una quincena de años en poder ser erigido, mediada la década de los años 60. Dos torreones inicialmente previstos y proyectados no pudieron nunca edificarse, por falta de recursos. Sin embargo, su cúpula, de más de 20 metros, y las luces o distancias desplegadas en sus proporciones determinaron su personalidad arquitectónica, única en Madrid, también a consecuencia de la piel de este edificio, a base de pequeños bloques de hormigón prefabricado, de unos 40 centímetros de longitud por ocho de altura y 20 centímetros de fondo, señala por su parte Carlos Laorga.

Los cálculos realizados entonces para sujetar la bóveda, de la basílica, cuando no existían aún los desarrollos tecnológicos de hoy, fueron de una precisión encomiable.

De color pajizo claro y superficie rugosa, este envoltorio ideado por Laorga y Saénz de Oiza singularizó la basílica y, junto con sus proporciones, ha mantenido su modernidad hasta que una concatenación adversa de acontecimientos ha puesto en peligro su entidad, que pertenece al patrimonio artístico de la ciudad. "Van a destruir la singularidad de esta obra de arte", había denunciado semanas atrás María de Luxán, catedrática de la Escuela Superior de Arquitectura.

El asunto comenzó hace un año y medio, cuando algunos elementos exteriores de la fachada cayeron al suelo. Alarmado el párroco, Gonzalo Ruiz, se puso en contacto con amigos que le recomendaron enfoscar al completo la fachada y acabar con el riesgo. Así se hizo. "Pero el arreglo se ejecutó con tal velocidad que no se estudió la posibilidad de hacerlo de otra forma y se convirtió en una actuación irreversible". Así lo cree Carlos Laorga, hijo del coautor, que fue llamado a consultas por la parroquia cuando la fachada meridional ya había quedado revocada.

"Al construirse el templo", explica el arquitecto, "los paramentos o muros fueron formados con bloques de hormigón prefabricado al modo de ladrillos grandes, cuya sujeción quedaba garantizada por una serie de agujeros que se conectaban a los forjados mediante unos redondos de acero". Sin embargo, la sujeción no quedaba afianzada en las esquinas o forros de los cantos, y se sujetaron mediante morteros.

Para Javier Sánchez, de la compañía convocada a reparar las fachadas, "precisamente estos morteros, que lo fueron de muy mala calidad, se han pulverizado por el agua y la erosión; recuperar los paramentos primigenios hubiera implicado rehundirlos por completo". Laorga discrepa de esta actuación. "Según el Instituto de Técnicas para la Construcción, INTEMAC, con haber sustituido las placas en los cantos de los forjados hubiera sido suficiente", se lamenta. Pero la fachada sur del templo ya es un páramo liso de hormigón.

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