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Columna
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El embarazo de IU

La voz de la diputada cordobesa Araceli Carrillo sonaba fresca la mañana del pasado viernes. Eran poco más de las nueve de la mañana. En el programa Hoy por Hoy de la Cadena SER, Carles Francino había introducido un tema polémico: la tarde anterior, en el Parlamento de Andalucía, los socialistas habían perdido dos votaciones porque faltaban cuatro de sus diputados. Dos diputadas, Verónica Pérez y Elia Maldonado, de baja maternal. El presidente Manuel Chaves, inexplicablemente, porque acudió con la plana mayor del PSOE a una audiencia real. Araceli Carrillo explicó a través de la radio la razón de su ausencia: "Yo estaba en quimioterapia y seguí el debate completo; no me perdí nada".

Durante unas décimas de segundos, la radio enmudeció. O eso me pareció a mí. Con absoluta normalidad dijo que se sentía bien. Incluso había cierta alegría en el tono de su voz. "Mañana será peor; comenzarán las secuelas de la quimio", añadió serena. Pero no era cierto que estuviera bien. Como no lo estaban muchísimos andaluces que habían contemplado atónitos el espectáculo vergonzoso que habían ofrecido la tarde anterior los diputados de Izquierda Unida (IU) -poquitos: sólo seis; todos hombres-.

Con risas y agitar de brazos, los diputados de la coalición de izquierdas expresaron su contento por haberle ganado dos votaciones al PSOE. Uno de ellos, Juan Manuel Sánchez Gordillo, el líder jornalero, se distinguió en el alboroto. Araceli Carrillo sentenció en dos palabras lo que muchos sentíamos esa mañana: un espectáculo "esperpéntico y bochornoso".

Lo de menos es que IU ganara dos votaciones. No les servirá de nada. No tendrán efecto alguno. Lo grave es que ganaron la votación porque dos mujeres se encontraban de baja maternal. Y que un partido de izquierdas, que se supone debe estar a la vanguardia en la lucha por la igualdad de la mujer, organizara aquel jolgorio por tan pírrica victoria. Jaleado por el partido de la derecha, cuyo líder Javier Arenas gritaba "¡fuera, fuera!".

El escándalo ha colocado de nuevo en primer plano la necesidad de que la mujer tenga y pueda ejercer los mismos derechos que los hombres. José Antonio Griñán, vicepresidente del Gobierno andaluz, puso el dedo en la llaga: "Los hombres tienen 20 hijos, pero pueden ir a votar". La mujer, no.

Ayer, la presidenta del Parlamento, Fuensanta Coves, entregó a los tres grupos parlamentarios el borrador de una proposición de ley de reforma del Reglamento de la Cámara. Se propone que "por razón de maternidad o paternidad", los diputados puedan delegar su voto por escrito en algún parlamentario. Araceli Carrillo se lo decía a Francino, y a toda España: hay que regular el voto de las diputadas que se ausentan por embarazo.

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Hay dificultades. Pero no insalvables. El articulo 79.3 de la Constitución dice que "el voto de senadores y diputados es personal e indelegable". Pero no señala nada sobre los diputados autonómicos. De hecho, el Parlamento catalán aprobó hace tiempo la delegación del voto por maternidad.

Hay otras formulas. Si hubiera cortesía parlamentaria, dentro de la legítima disputa entre los partidos, se podría ponderar el voto. Es decir, la oposición sacaría del hemiciclo en el momento de la votación a algunos de sus diputados para que no se torciera el resultado lógico de una votación. O podría adoptarse el sistema de sustituciones por maternidad, como ya hacen en Portugal, Irlanda y Dinamarca. O habilitar el voto electrónico.

Soluciones hay. Hace falta voluntad política para encontrarlas. Porque el PP ha comenzado a poner pegas para dilatar el resultado. Mientras que IU pretende introducir otras reformas en el reglamento, entre ellas, que las minorías tengan más protagonismo.

Claro que si lo quieren para montar pollos como el del viernes, aviados vamos.

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