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Reportaje:LECTURA

Banquero de varios bandos

En el verano de 1940, Churchill pensaba que España entraría más pronto que tarde en guerra, al lado de Hitler. Tenía información sobre los planes de Franco y de los alemanes para reconquistar Gibraltar e instalar baterías de gran calibre al otro lado del Estrecho, en la costa marroquí, un modo de impedir la navegación de la flota imperial (británica). Franco pretendía que fuera el Ejército español el que llevara el peso de la operación, con el apoyo militar y logístico de Alemania.

Los documentos guardados en los archivos británicos y norteamericanos señalan a Alan Hillgarth como el oficial que concibió el plan para sobornar a los generales de Franco, una manera de contrapesar el ansia belicista del dictador. Tuvo la habilidad de convencer de su eficacia al premier británico, Winston Churchill, amigo personal. Alan Hillgarth, que había vivido los años de la Guerra Civil en Mallorca, conocía bien la manera de pensar de aquellos generales, la ética de algunos de los cuales distaba de ser ejemplar. También conocía la escasez que, en mayor o menor medida, sumía en privaciones a toda la población española. Esa circunstancia favorecía la corrupción.

March medió en el soborno británico a militares españoles sin dejar de comerciar con la Alemania hitleriana
El general Aranda era el jefe destinado a intentar un golpe contra Franco si entraba en la II Guerra Mundial

El primer ministro, Winston Churchill, dio el visto bueno a la operación: se intensificaría la presión sobre Franco para que se mantuviera neutral, acción que llevarían a cabo sus mismos generales y a cambio de la cual recibirían sobornos millonarios.

Una segunda estrategia defendida por el embajador británico en España, Samuel Hoare, consistiría en constreñir las exportaciones de cereales y petróleo en función del apoyo que prestara Franco a Alemania. Esta política evitaría la definitiva entrada de España en la guerra. La interrupción de las importaciones de productos de primera necesidad empobrecería aún más un país devastado por la Guerra Civil. El hambre y la paralización del sistema productivo eran una amenaza real. En estas situaciones, los dictadores están más preocupados por mantenerse en el poder que por paliar las miserias, angustias y privaciones de la población. El miedo a perder el poder a causa de una revuelta generalizada por el hambre fue el principal móvil que guió la política exterior de Franco. Una contradicción flagrante para un hombre al que la propaganda del régimen presentaba como el glorioso caudillo que no tenía miedo de nada. Por el contrario, el miedo huía, espantado, ante tan belicoso guerrero.

Para iniciar la operación de sobornos había que contar en España con un hombre bien relacionado en la cúpula militar y conocedor de las sinuosidades de las finanzas internacionales. Hillgarth dijo al premier británico que en España sólo había un hombre capaz de coordinar con éxito la operación secreta: Juan March. Churchill estuvo de acuerdo. Solamente faltaba que Hillgarth hablara con March para darle a conocer los plnicarle que contaban con su influencia y sagacidad para ejecutarlos. "El español seleccionado para ser el principal instrumento interno de esta adquisición de favores políticos de los generales fue el rico financiero Juan March" (carta del teniente coronel Robert Solborg, agente americano en Lisboa, a su superior, J. Donovan, jefe del Office of Strategic Services).

March no dudó en asumir el reto y manifestó a su interlocutor que los generales estaban descontentos con el sueldo que cobraban, unas 5.000 pesetas mensuales, una cantidad que les habría permitido tener un buen nivel de vida si la inflación desbocada no disminuyera, mes tras mes, el poder adquisitivo de sus salarios. La depreciación incesante no les permitía vivir holgadamente. Pero hay que señalar que los salarios de señalar que los salarios de los militares no sólo consistían en una remuneración en metálico, además había que sumar toda una serie de privilegios y servicios gratuitos que ningún alto funcionario de Hacienda se atrevía a cuantificar públicamente.

A quienes se creían los salvadores de España no les parecía que sus emolumentos estuvieran en consonancia con la sagrada misión que habían llevado a cabo con el derramamiento de la sangre de miles de patriotas: liberar España de la amenaza del comunismo. March estaba seguro de que los generales sucumbirían sin poner demasiada resistencia a sobornos de tan elevada cuantía. Sabía lo que decía, era un maestro en doblegar voluntades a través del soborno. Lo había aprendido desde muy joven cuando se metió en el mundo del contrabando. Más de una vez se le oyó decir: "Todo hombre tiene un precio, y si no lo tiene, es que no lo vale".

La operación se inició en junio de 1940. "La caballería de san Jorge" se puso a cabalgar. Con este nombre se denominaban los fondos reservados destinados a operaciones secretas que ponía en marcha Gran Bretaña fuera de sus fronteras, destinadas a salvaguardar los intereses nacionales. Actuaciones que muchas veces conculcaban las leyes de los países donde se desarrollaban.

El dinero destinado a pagar los sobornos se depositó en la entidad financiera Swiss Bank Corporation, de Nueva York. En un primer momento se ingresaron diez millones de dólares, cantidad que posteriormente se incrementó hasta alcanzar los trece millones. En 1940, el dólar se cotizaba en torno a las 12,56 pesetas, de modo que el montante de los sobornos ascendió a 163.280.000 pesetas. Un importe elevadísimo en la coyuntura económica paupérrima en que vivía la España de la posguerra. (...)

A pesar de que en 1940 la mayoría de los generales eran favorables a Alemania y creían que su victoria militar era cuestión de meses, cuando el enviado de March, el comandante Tomás Peire, los tanteó, se limitaron a dejarse sobornar y se pasaron al bando de los aliados sin sentir que traicionaban sus anteriores convicciones progermánicas. Ninguno de los generales que pasaron a formar parte de esta maquinación se devanó los sesos para descubrir si era verdad lo que contaba el emisario de March en cuanto a la procedencia del dinero. Era mucho dinero que les caía del cielo y creyeron que la postura que menos les inquietaría sus conciencias sería no hacer preguntas y hacerse los crédulos. Los treinta generales que se dejaron sobornar fueron autorizados a retirar, cada seis meses, unas determinadas cantidades. Pero se retendría la parte más elevada del total a repartir hasta que desapareciera el peligro de la entrada de Franco en la guerra de la mano de la Alemania nazi.

En 1941, a las autoridades del Tesoro de Estados Unidos les parecieron sospechosas las operaciones en la cuenta abierta en la Swiss Bank Corporation de Nueva York a nombre de Juan March. Temían que el dinero procedente de países supuestamente neutrales se empleara para financiar el espionaje nazi, de modo que decidieron bloquearla. Ante el peligro que suponía para la continuidad de la neutralidad española la interrupción de los pagos a los generales, Churchill ordenó al embajador británico en Washington, lord Halifax, que hiciera saber al presidente de Estados Unidos, Roosevelt, la importancia que tenía el desbloqueo de dicha cuenta para los intereses militares británicos.

El 4 de noviembre de 1941, Henry Morgenthau, hijo, secretario de Finanzas, se reunió con John Pehle, persona muy próxima al presidente Roosevelt, y con Robert Jemmet Stopford, asesor en materia económica del embajador británico en Estados Unidos. En la reunión, Stopford explicó a Morgenthau las conexiones que habían establecido con Juan March y la ayuda que éste les prestaba. Enterado de la operación secreta, el secretario de Finanzas ordenó desbloquear la cuenta bancaria, de manera que de nuevo pudieron pagarse los sobornos. En 1942 se abonaron a los generales entre tres y cinco millones de dólares, cantidad que se superó con creces en 1943. Este año marcó el punto álgido de la operación.

En 1942, el general Aranda era el comandante de la Tercera Región Militar, con sede en Valencia. Era el oficial destinado a encabezar una acción de fuerza contra Franco si por otros métodos persuasivos no se lograba convencerlo de que España debía permanecer neutral. Según fuentes británicas, el general podría haber recibido por sus servicios dos millones de dólares. El general Orgaz Yoldi era el alto comisario en Marruecos, y por su destino era quien podía movilizar eventualmente el ejército de África contra Franco. Un informe secreto elaborado en Tánger por un agente secreto y remitido al Foreign Office recomendaba que se emprendieran acciones para acercarlo a la órbita de los intereses estratégicos de Gran Bretaña. El remitente precisaba que cualquier intervención para alcanzar este fin comportaría recompensarlo. Además, para que participara en un golpe de fuerza con el que destituir al dictador, sería necesario hacerle llegar armas y municiones.

El más monárquico y crítico con Franco, el general Kindelán, a pesar de que en 1936 había apostado decididamente para que se lo nombrara generalísimo de los ejércitos y jefe del Gobierno del Estado español, fue un miembro destacado de la estrategia neutralista. En sus memorias, Kindelán hace un retrato nada halagador del dictador: "Cuco más que perverso, y asimilador de ideas más que productor de ellas. El mal de altura se percibía en él sobre todo porque, como los escaladores que remontan en exceso para sus posibilidades, estaba mareado por lo alto que había llegado partiendo de unas capacidades limitadas".

El laureado general José Varela, ministro del Ejército, posiblemente debió de recibir su parte, porque se opuso firmemente a la entrada de España en la guerra, aunque al principio del conflicto era progermánico. Los informes británicos lo señalaban como uno de los generales, juntamente con Orgaz y Aranda, de mayor influencia política dentro del Ejército. Es evidente que una veintena más de generales aceptaron los "complementos salariales" británicos por su actitud inequívoca a favor de la neutralidad.

(...)El 18 de julio de 1941, Franco pronunció un belicoso discurso en el Consejo Nacional de la Falange, que encendió las alarmas de los estados mayores aliados. El embajador británico y el americano abandonaron la sala de manera ostensible para evidenciar el desacuerdo con la postura pronazi de Franco. El Gobierno británico sopesó después de esta proclama la oportunidad de lanzar un ataque aéreo sobre las islas Canarias, previo a un desembarco de la infantería.

(...) El 24 de julio de 1942, el agente americano Lean informaba desde Madrid que Juan March había sido interceptado cuando la conjura de los generales contra Franco se acercaba al clímax. March había sido detenido durante unas horas en los calabozos de la Dirección General de Seguridad porque los servicios secretos de Franco tenían algún indicio de que March azuzaba a los militares monárquicos para que conspirasen contra él. Cuando recuperó la libertad, abandonó el país.

(...) Muchos interrogantes quedan sin resolver respecto de los negocios de March durante la guerra con los alemanes, a causa de la desaparición de los documentos relacionados con el régimen nazi destruidos o depositados en los archivos rusos o norteamericanos. Pero hay algunas pruebas documentales e indicios fiables que corroboran que March repitió la misma estratagema de traficar con los dos bandos a la vez, como había hecho durante la Gran Guerra.

En 1939, March se reunió con el canciller Stohrer en la misma Embajada alemana de Madrid. En la reunión estuvieron presentes dos banqueros alemanes, dirigentes nazis, desplazados a Madrid expresamente para cerrar un acuerdo de colaboración con March. El encuentro lo había propiciado Christoph Janssen, del Servicio de Inteligencia Naval nazi. El militar creía que March era el hombre indicado para representar los intereses de la Alemania nazi en España, y que podría trabajar de forma coordinada con el Almirantazgo de su país. Proclamaba que los intereses de March coincidían con los alemanes, y por esta razón les era útil, lo mismo que decían los británicos por boca de su premier Churchill.

(...) El magnate March debía actuar como testaferro de los alemanes en la compra del 60% de las acciones de la petrolera Cepsa, a fin de tener una fuente de suministro asegurada para sus barcos de guerra en el Atlántico. March tenía participaciones en la refinería Cepsa, localizada en las islas Canarias. Exigió a sus interlocutores 25 millones de pesetas para actuar de mediador en la operación secreta. Los alemanes le ofrecían cinco; March no aceptó. A pesar del desacuerdo, durante los años 1942 y 1943 los barcos de la Trasmediterránea proporcionaron fuel a los sumergibles alemanes. Unos encuentros secretos que se producían en el Atlántico o en el Mediterráneo, cuando la oscuridad había engullido los últimos rayos solares del día.

Juan March. El hombre más misterioso del mundo, de Pere Ferrer Guasp. Ediciones B. Precio: 21 euros.

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