Un cordero entre los lobos
Afable y sin enemigos, Dívar es capaz de repartir rosarios entre los funcionarios o atribuir a la Virgen de Fátima su salvación de un atentado
"Te juro por la memoria de mamá que a Cirilo lo han hecho ministro". Ése es el texto del telegrama con que el 25 de febrero de 1957 el estupefacto hermano de Cirilo Cánovas notificaba a su hermana lo que consideraba un notorio dislate, que el general Franco había decidido incluir en su octavo Gobierno al citado ingeniero como ministro de Agricultura en sustitución de Rafael Cavestany. La anécdota circulaba el miércoles pasado por los pasillos del Tribunal Supremo en boca de varios magistrados al conocerse la decisión del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, de nombrar al juez Carlos Dívar como presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), lo que conlleva la titularidad del Supremo.
"La firma de un juez le puede mandar 20 años a la cárcel", le dijo a un consejero
Su trato es muy afable y huye de los problemas como del mismísimo diablo
Su candidatura fue avalada por De la Vega, con la que tiene gran sintonía
Ha llegado a aplazar algún interrogatorio porque tenía que ir a misa
Los magistrados del Supremo, seguramente molestos porque entienden que el alto tribunal ha sido marginado en el reparto partidista de las carteras de vocales del Poder Judicial, ya que sólo les ha correspondido un vocal, hacían cuchufletas comparando la idoneidad para el puesto de Cánovas con la de Dívar.
La sorpresa fue general en toda la carrera judicial, porque Dívar, que es presidente de la Audiencia Nacional desde hace siete años y que anteriormente, durante otros 21, luchó contra el terrorismo, el narcotráfico y el crimen organizado como juez central en el citado órgano, no parece reunir las teóricas características que debe tener un presidente del Supremo. Hasta ahora, todos los que han ocupado el cargo han sido o magistrados del alto tribunal o catedráticos de universidad de reconocido prestigio. Dívar no tiene la categoría de magistrado del Tribunal Supremo, por mucho que en la declaración institucional que el CGPJ hizo tras su nombramiento lo equiparen a presidente de Sala, lo que parece indicar que hubiera sido conveniente que la tuviera. Lo cierto es que Clemente Auger fue el último presidente de la Audiencia con tal categoría y Siro García el último en presidir su Sala de lo Penal con rango de magistrado del Supremo.
Carlos Dívar nunca ha formado parte de ningún tribunal colegiado ni ha puesto sentencias, circunstancias teóricamente importantes. Tampoco se le conocen artículos o publicaciones por los que haya destacado en el campo del Derecho.
Sin embargo, este malagueño que nació en la Nochevieja de 1941 y permanece soltero, no tiene enemigos. Estudió Derecho en Deusto y Valladolid y ejerció como juez en Castuera (Badajoz) y Orgaz (Toledo) antes de llegar a la Audiencia Nacional. Su discreción es paradigmática, y periodistas que le conocen desde hace casi 30 años no recuerdan que en ese tiempo les haya proporcionado una sola noticia. No pertenece a ninguna asociación judicial, aunque sus profundas convicciones religiosas y su pensamiento cristiano más tradicional, le sitúan ideológicamente más próximo a los postulados del PP, que a los del PSOE. No obstante, Dívar hace gala de su independencia, es muy diplomático y tiene buenas relaciones con representantes de todas las opciones políticas democráticas, a los que invariablemente asegura que reza por ellos. Un magistrado de la Audiencia dice de él que su gran virtud es que guarda gran serenidad cuando no puede intervenir en un asunto y asume lo que no puede cambiar; que es valiente y tiene determinación para actuar cuando cree que puede ayudar a cambiar las cosas, y gran sabiduría para discernir entre ambas situaciones.
Es disciplinado y respetuoso con el poder y tiene sentido institucional. Ha informado de los problemas de la Audiencia a los ministros populares y socialistas por igual y se asegura que su candidatura a la presidencia del Supremo fue avalada por la propia vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, con la que tiene gran sintonía. Es precisamente esa visión de Estado la que explica que en pleno proceso de paz llegase a declarar que el acercamiento de los presos de ETA al País Vasco podía "ser una política penitenciaria que se utilizó en otros momentos" y que podía "volverse a usar y ser efectiva, práctica y eficaz".
Su trato es extremadamente afable y huye de los problemas como del mismísimo diablo. Que nadie espere que Dívar meta a alguien en un problema, dice un juez que le conoce bien; ahora, que tampoco espere que lo resuelva.
No obstante, y a pesar de toda esa supuesta pasividad, algunos han presenciado momentos de tensión y de poner a gente en su sitio. Todavía se recuerda una reunión de coordinación con el ex consejero de Justicia de la Comunidad de Madrid Alfredo Prada, a propósito de los atentados del 11-M, en la que este último fue informado de que no se habían entregado varios cadáveres a sus familiares porque el juez no había firmado todavía. Prada bramó: "¡que por la firma de un juez no se hayan devuelto los cuerpos!".
Dívar le cortó: "No desprecie usted la firma de un juez. La firma de un juez puede mandarle 20 años a la cárcel, puede privarle de sus bienes, puede casarle o no casarle...".
Prada replicó: "¡Hombre, es que hay que pensar en las víctimas!".
A lo que Dívar, solemne, pero firme, fulminó: "En las víctimas llevamos pensando en esta casa toda la vida".
Pero a pesar de todo, ese carácter generalmente desprovisto de aristas es el que, según el Gobierno y los vocales del Poder Judicial que le han votado por unanimidad, puede generar confianza y consenso a su alrededor.
Como muchos de los que han pasado por la Audiencia Nacional, ETA le tuvo en su punto de mira. Un 13 de mayo hace ya años, estuvo a punto de sufrir un atentado terrorista. Un comando etarra colocó un coche bomba en uno de los dos recorridos que el magistrado utilizaba para ir de su casa a la Audiencia Nacional. Ese día fue por el otro y la bomba fue descubierta y desactivada poco después. Dívar, sin embargo, no achacó el éxito a la suerte, a la casualidad, a la eficacia de las fuerzas policiales o a la ineficacia de los etarras. La responsable de su salvación no fue otra que ¡la Virgen de Fátima!, cuya festividad se celebra ese día.
Un paralelismo singular con el que fue su inspiración espiritual, el papa Karol Wojtyla, conocido como Juan Pablo II, que también un 13 de mayo, en este caso de 1981, fue víctima de un atentado en el que a punto estuvo de perder la vida por disparos del turco Alí Agca.
Dívar vive de forma exacerbada la religión, peregrina asiduamente a Tierra Santa y a su regreso reparte rosarios de madera entre los funcionarios. Ha dado conferencias acerca del "testimonio cristiano en la vida pública" en el Arzobispado de Madrid y en la página web de la Hermandad del Valle de los Caídos puede todavía encontrarse un escrito suyo titulado Justicia y Juan Pablo II, en el que tras reflejar su coincidencia de pensamiento con el del pontífice sobre temas como la justicia divina, los derechos de Dios, la independencia judicial, los nacionalismos, la dignidad del ser humano, los emigrantes y refugiados, el matrimonio, la familia y el aborto, concluye: "Sólo en amar a Cristo y hacerle amar, en una vida coherente y cabal, se encuentra la única y verdadera Justicia".
Ese apasionamiento religioso ha hecho que durante su etapa de juez aplazase algún interrogatorio porque tenía que asistir a misa. También se cuenta que en ocasiones a algunos detenidos que había dejado en libertad, especialmente a sospechosos de colaborar con ETA que habían sido detenidos de madrugada con lo puesto, les dio dinero de su propio bolsillo para que comprasen un bocadillo e incluso para pagar el autobús de regreso al País Vasco.
Sin embargo, ello no impide que sus compañeros consideren que los sumarios que instruía eran muy ordenados y profesionales. Dívar no servía para investigar ni para ordenar a la policía la búsqueda de pruebas para averiguar la verdad, pero gestionaba de maravilla el material que las fuerzas de seguridad ponían a su disposición. De hecho, año a año conseguía el más alto grado de ratificaciones de declaraciones policiales en el juzgado, lo que habla del elevado nivel de confianza que con su trato melifluo y sus citas bíblicas debía de inspirar en los detenidos.
Ya como presidente de la Audiencia Nacional, cargo para el que fue reelegido en 2006 por unanimidad de todos los vocales del Consejo del Poder Judicial, mostró su diplomacia y talante conciliador en el caso de los atentados terroristas de Madrid del 11 de marzo de 2004.
El caso es que la designación de Dívar ha causado una honda decepción entre los socialistas y entre los jueces y fiscales progresistas. Ninguno de los candidatos de peso del sector judicial afín al Gobierno ha sido elegido, cuando ellos consideraban que era su momento. El caso es que está socialmente aceptado que en los nombramientos de altos cargos de libre designación el que tiene la capacidad de decidir elija no a su mejor amigo, sino al mejor de entre sus amigos. Lo que ocurre es que, según el criterio de los progresistas, Dívar, aparte de conservador, ni es el mejor ni es amigo.
Ahora le espera un Consejo y un Supremo llenos de lobos. Un cordero entre las fieras. Muchos piensan que se lo van a comer. Visto lo visto, ¡Ojo, con que no les robe la piel y se haga una alfombra!
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