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Reportaje:LAS RAÍCES DE OBAMA

La otra familia de Obama

Juan Jesús Aznárez

Miles de africanos desean que el triunfo del candidato negro a la presidencia de EE UU les traiga un soplo de esperanza. EL PAÍS visita a su abuela y otros parientes de KeniaRezo para que Barack gane. Y si tuviera dinero, se lo daría. Cuando sea presidente nos ayudará a todos". Sarah Obama, de 86 años, la abuela negra del candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, es cristiana, devota y pobre. La anciana no tiene ni dinero ni estudios, pero sí mucha confianza en la victoria electoral de su nieto, la celebridad de Kenia, el nuevo estandarte africano. "Musawa [¿cómo está?]. Pase, pase". Sarah vive en una casita de ladrillo y uralita de Kogelo, a 500 kilómetros al noroeste de Nairobi, cerca del lago Victoria.

"Si tuviera dinero, se lo daría para que ganara las elecciones", dice su abuela Sarah, en la aldea de Kogelo
La figura del padre, que pasó de cuidar cabras a obtener una licenciatura en Harvard, obsesionó a Obama
"Lo primero que hará será darnos más pasaportes y visados para viajar a Estados Unidos", dice Benson
"Yo me conformo con que meta en la cárcel a todos los funcionarios corruptos de este país", agrega Alfred
Las rivalidades entre las etnias de Kenia malograron el ascenso profesional y político de Barack Hussein
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El mediodía es tórrido y luminoso en la aldea agrícola de la región de Kisumo, a tono con los rojos, verdes y azules del vestido de la abuela más famosa del mundo. Un joven muele maíz en una solana cercana a los sacos de la despensa doméstica. "En esa foto, Barack me ayuda a cargar un saco de grano. Es muy despierto y educado. Sabe escuchar. Si gana, iré a verle, aunque estaré poco tiempo". Fotografías de la estirpe Obama cuelgan de las paredes de una habitación humilde y limpia, amueblada con asientos y mesas de madera forrados de amarillo limón. Varios pasquines recuerdan la campaña electoral norteamericana, y la convención demócrata Denver, que esta semana proclamará candidato presidencial a Barack Obama, de 47 años, la gran esperanza negra.

Sarah es la abuela de verdad, la de la crianza, porque la de sangre, Akumu, la madre de Barack Hussein Obama, el padre del senador de Illinois, abandonó el hogar y los malos tratos de su marido cuando la prole era de teta. Poco después matrimonió con un tanzano que la había comprado a sus padres por seis vacas y la promesa de otras seis. "¿Habla usted con su nieto por teléfono?". "No, porque él no habla luo [el dialecto de la etnia luo, a la que pertenece la familia] y yo no hablo inglés", admite Sarah. La octogenaria vive al día, como la mayoría de sus 35 millones de compatriotas, que se alzan en aleluyas cuando se les pregunta por Obama. Que los blancos americanos, los descendientes de los esclavistas, votasen a un negro activó una revolución mental en África, todavía hundida en el atraso, las enfermedades y el machetazo tribal. La vida no es fácil en el continente de los masais y el Serengueti.

Los ancestros del periodista afroamericano Keith Richburg, ex corresponsal en Nairobi del diario The Washington Post (1991-1994), fueron embarcados a punta de látigo hacia los buques negreros y esclavizados en las plantaciones algodoneras del Nuevo Mundo. Richburg no tiene sino palabras de agradecimiento para la trata que engrilló a sus parientes en aquellas travesías oceánicas rumbo a la infamia: a él le permitió nacer en Estados Unidos y no en África. "¡Gracias a Dios soy americano!", escribió en su libro Out of America. A black man confronts Africa. El escándalo fue mayúsculo.

Estomagado por la hipocresía y la mentira, harto de ver cadáveres, el periodista reaccionó airadamente ante sus críticos: "Habladme de África y de mis raíces negras y de mis vínculos familiares con mis hermanos africanos, y os hundiré la nariz en las imágenes de carne putrefacta". Los ancestros de Barack Obama (Honolulú, 1961) no fueron esclavos, pero debieron rendir vasallaje a la racista Administración británica en Kenia (1888-1963), que el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos visitó por primera vez a los 26 años para confrontar África, como Richburg, y acercarse a la figura del padre y al flanco negro de su identidad. Después de ver lo que vio, cabe pensar que el nuevo ídolo africano también celebró haber nacido en Estados Unidos.

Durante sus tres viajes a África (en 1987, 1994 y 2006), el senador conoció a su abuela Sarah, a sus parientes africanos, y se asomó a la realidad de los países atrapados por la inestabilidad y el hambre: el punto de partida de los cayucos varados en las playas de Canarias y de los braceros acuchillados por las alambradas de Ceuta y Melilla. Con el 60% de la población total africana, los países subsaharianos apenas generan el 20% del PIB, el 46% de su población tiene menos de 15 años y sólo dos tercios están escolarizados. Los universitarios que pudieron emigraron al extranjero como Barack Hussein Obama, el padre del aspirante demócrata, que vivió en EE UU pero regresó a Kenia, donde murió en accidente de tráfico a los 46 años, triste y fracasado, casi alcohólico.

Otros tuvieron mejor suerte, pero Ghana, Mozambique, Kenia y Uganda perdieron hasta la mitad de sus licenciados en beneficio de los países ricos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). "África necesita que Obama gane, necesita recuperar su orgullo y autoestima", dice Boniface Gakuo, de 35 años, profesor, guía durante el recorrido por el asentamiento chabolista de Kibera, en Nairobi, que obliga a usar la bombona de oxígeno para no caer fulminado por la pestilencia. Obama, su esposa, Michelle, descendiente de esclavos, y sus dos hijas lo visitaron el 27 de agosto de 2006. Más de un millón de personas penan en sus callejones, sin agua corriente ni desagües, con ingresos mensuales de 30, 50 o 70 euros. Viven en ratoneras alejadas de las mansiones de la plutocracia nacional y de los diputados de la patria, que perciben sueldos de 8.000 euros cada mes, amén de dietas y canonjías. La gente se gana la vida como puede y la profesión de delincuente cotiza al alza. Una mafia habilitó algunas chabolas como salas de pornografía para espectadores de siete y ocho años, niños que pedían dinero a sus padres para ir al cine, según descubrió la policía hace pocos días.

"Todo el mundo necesita una oportunidad para prosperar, para comer, para vestir, para montar un negocio", animó Barack Obama a los habitantes de la cochiquera. Pero los míseros apenas encuentran oportunidades en África. El errático crecimiento democrático y macroeconómico de sus naciones, los avances registrados en algunos derechos fundamentales apenas disimulan las huellas de las descolonizaciones a tiros, los cuartelazos, las autocracias, los genocidios, la corrupción y la desesperanza. Sobre las causas de esas plagas bíblicas leyó mucho el senador antes de viajar a Nairobi y ser recibido como un mesías. Dos años después de su última visita, quienes le escucharon en Kibera le invocan magnánimo, muñidor de negocios fabulosos entre Estados Unidos y Kenia si llega a la Casa Blanca. "Es de los nuestros y no podrá olvidar que vivimos, comidos por las ratas y el sida. Lo ha visto con sus ojos", dice David, de 24 años.

Estragada por la historia y los propios errores, África necesita un triunfo que le levante el ánimo, una victoria que pueda considerar propia. Y el negro Barack Obama puede dársela el de noviembre. También la reclaman los afroamericanos de Minnesota, Washington o Alabama, ilusionados con los vientos de cambios y el simbolismo de los nuevos comportamientos en colegios o familias. Adolescentes avergonzados por la jerga africana de sus padres reflexionan ahora sobre sus orígenes al comprobar que el político negro no sólo no oculta sus raíces, sino que además los abrazó sin complejos.

La sensibilidad racial del ídolo le llegó de niño, mientras leía en la revista Life el anuncio de una crema blanqueadora de la piel. Su encuentro con la etnia luo fue también temprano e impactante. El revolcón ocurrió en la biblioteca pública de Honolulú. "Los luo criaban cabras y vivían en chozas de barro y se alimentaban con maíz, batatas y algo que se llamaba mijo", escribió Obama en Sueños de mi padre, publicado en 1995. "Su traje tradicional era un pareo de cuero que cruzaba la entrepierna. Dejé el libro abierto encima de la mesa y salí sin despedirme siquiera del bibliotecario".

Salió corriendo para procesar su parentesco con el tribalismo ribereño del Nilo, asentado después en las praderas de Kisumu, en chozas de barro y paja, junto a los bambúes y el avestruz. "Yo me colocaba [con alcohol y marihuana] porque quería ahuyentar las preguntas que me atormentaban. ¿Qué significa ser mestizo? ¿Por qué los blancos me consideraban un negro y los negros me miraban con desconfianza?", se preguntaba en sus memorias. "¿Cómo podía ser útil en una sociedad que no parecía aceptarme? Jugábamos en el terreno de los blancos, con las reglas de los blancos. Si el decano, el entrenador, el profesor quería escupirte en la cara, podía hacerlo". La única opción era el enclaustramiento en el propio rencor. "Y la ironía final es que si te negabas a aceptar la derrota y te enfrentabas a ellos, tenían un nombre para ti: paranoico, extremista".

Una beca de su padre en EE UU determinó la epidermis café con leche del político que esta semana será proclamado candidato en el Estado de Colorado, muy lejos de un continente entusiasmado con la posibilidad de que uno de los suyos gobierne la nación más poderosa del planeta, cambie la correlación de fuerzas y regrese al rescate de África. "EE UU hará lo mismo de siempre", anticipó Richard Dowden, director de la Sociedad Real Africana. Puede que así sea, pero mientras tanto, bautizos, cervezas, camisetas, pegatinas, rótulos y titulares vitorean en Kenia a "nuestro león". "Su victoria sería un paso fundamental hacia la eliminación del racismo en un país que lo practica tanto como es Estados Unidos", según el analista Alí Mazrui. La emergencia del fenómeno Obama en el firmamento político estadounidense ha causado en África una catarsis íntima, existencial, liberadora. El diario The Nation afirmaba que su éxito será la confirmación de que un negro puede ser lo que quiera si trabaja duro, es inteligente y tiene suerte.

No es tan optimista el columnista ugandés Timothy Kayegira: el discurso de Obama dirigido al lobby proisraelí de EE UU debería abrir los ojos de quienes imaginan que el deseado compartirá estrictamente los intereses de los negros o de África. "Prepárense para que Obama les desilusione mucho", ha escrito.

El azar y la pobreza, no el esclavismo, estableció la hoja de ruta del político mulato. El padre, nacido en Kogelo, recibió una de las primeras ayudas para completar estudios en universidades norteamericanas. Mientras asistía a clases en Hawai, a los 23 años, conoció a Ann Dunham, blanca como la leche, de 18 años, nacida en Kansas, con la que se casó en 1960. Poco después nació Barack, pero cuando el crío apenas tenía dos años, su padre viajó a Harvard para cursar un máster en Economía. A continuación regresó, siempre solo, a Kenia, donde le esperaban su primera mujer, Kezia, embarazada, y otro hijo. Pocos lo sabían. El niño de Honolulú no volvería a ver a su padre hasta ocho años después, durante la fugaz vuelta a Estados Unidos del progenitor para ver a su hijo y a la chica de Kansas, y también encandilar con sus historias sobre el Mau-Mau, los ancianos luo y las grandezas del África profunda.

Durante el viaje iniciático de Obama de 1987, Sarah le habló mucho de su padre y de su abuelo Onyango. "Mire, el hombre de las gafas en la foto es su padre", señala la abuela. ¿Y su marido, el abuelo? Su abuelo fue un hombre autoritario, cumplidor de las tradiciones tribales, entre ellas la poligamia y las palizas. "Pagó la dote de varias jóvenes, pero cuando se mostraban perezosas o rompían algo, las apaleaba sin miramiento". El patriarca se opuso al emparejamiento de su hijo con una mujer blanca, con Ann, aunque en algunos aspectos fuera un admirador de los blancos, de la organización británica colonial. "El africano es un asno", le decía a Sarah. "Para hacer cualquier cosa necesita que lo apaleen". El abuelo fue cocinero, soldado del Ejército británico e islamista. "No podemos borrar esa conexión de la vida del candidato. Su padre también fue musulmán hasta convertirse al ateísmo", explica el analista Otuma Ongalo, aludiendo a los supuestos esfuerzos del candidato por apartarse del Corán, frecuentemente asociado al terrorismo. "Y aunque no practique el islam, tiene lazos con el islam, como los tiene con Kenia y África aunque nunca haya sido keniano o africano".

La anciana, al tanto de la dinastía bajo escrutinio, dice que su nieto es cristiano, pero consagra la libertad de culto. La mujer atiende amablemente a los viajeros de buena fe interesados en sus emociones y las raíces del abanderado demócrata. Desde su adolescencia, Obama ya sabía que era muy tarde para reclamar África como hogar, y como confesión, dijera lo que dijera su padre. El viejo fue "bastante cabrón", según el gráfico comentario, escuchado durante un cóctel de este mes en Nairobi, de una norteamericana que le conoció íntimamente y no abunda sobre el insulto. Presumiblemente se refería a las irresponsabilidades atribuidas a Barack padre, a su vida turbulenta y rebelde, vapuleada por los contratiempos y las frustraciones. Barack Hussein estudió por correspondencia, animado por dos monjas americanas. Aprobó los exámenes, tramitados por la Embajada norteamericana, y fue aceptado en la Universidad de Hawai. "Nadie sabía dónde estaba Hawai, pero no le importó. Dejó conmigo a su esposa [Kezia], de nuevo embarazada [de una niña, Auma], y a su hijo, y en menos de un mes se había marchado", relató Sarah en la biografía del senador.

Auma es su hermana más cercana, a la que conoció personalmente en Chicago hace más de veinte años, poco después de la muerte del padre. "Fue como si nos conociéramos de toda la vida". Auma, temperamental y directa, trabajadora social en Kenia, no quiere hablar mucho. Es consciente de que sus palabras pueden ser utilizadas para dañar políticamente a su hermano. "Tengo muy poco tiempo. Envíeme por correo electrónico el tipo de preguntas que me quiere hacer". Las preguntas no le parecieron mal, pero mencionó un repentino viaje de diez días para posponer la entrevista con el reportero de EL PAÍS. "La familia está hasta las narices de los periodistas", según un corresponsal extranjero en Nairobi. La familia es numerosa, entre hermanos, tías, cuñados, primos y sobrinos, y la casa natal, un santuario que los niños señalan con el dedo antes de que el visitante pregunte dónde está. El servicio no es gratuito: "Give me a little money!" ("Déme una moneda").

La figura del padre, pastor de cabras en sus años juveniles, obsesionó a Barack Obama, que quería saber todo sobre el africano que le dio la vida, sobre un hombre intelectualmente brillante, generoso, mujeriego, caótico en su mundo personal y familiar. Tuvo muchas parejas, algunas a salto de mata y otras sacramentadas, como Ann y Ruth, norteamericanas. En total, seis hijos y una hija, Auma, llamada a desempeñar funciones importantes en las relaciones de EE UU con África si su hermano gana la presidencia.

Inicialmente, Barack Hussein padre prosperó en la plantilla de la petrolera Shell, protegida por el Gobierno. Impresionaba al volante de automóviles de lujo, impecable en sus trajes de sastre. Durante ese periodo se casó con Ruth, dejó la petrolera y entró en el Ministerio de Turismo. Sus aspiraciones políticas le mataron porque las hizo saber y chocó en la liza con los funcionarios más incompetentes y peligrosos de la etnia gobernante, los kikuyo, rivales de los luo. Le sacaba de quicio la ignorancia al frente de los ministerios o las direcciones generales. Corría la primera década poscolonial, y la pertenencia a uno u otro pueblo determinaba el triunfo o el fracaso.

Pero el sectarismo no explicaba todo. Durante el arranque de las independencias africanas, las burguesías nacionales que arrebataron el poder a los Gobiernos coloniales eran burguesías subdesarrolladas, sin poder económico, en absoluto proclives a la producción y al trabajo, según escribió el ensayista Frantz Fanon. Para esas burguesías "estúpidas y cínicas", nacionalizar equivalía a traspasar a la dirección autóctona los privilegios heredados del poder colonial. Los enormes beneficios de las exportaciones no fueron reinvertidos, sino confiados a bancos extranjeros. Buena parte sufragó gastos suntuarios, los coches y las mansiones, de los padres de la independencia.

Uno de ellos, Jomo Keniatta, kikuyo, el primer presidente (1964-1978) de la Kenia libre, apartó a Barack Hussein Obama de la Administración, y del chorro del dinero oficial, con el estigma de conflictivo. Nadie le dio trabajo, ni en la Administración, ni en los consorcios extranjeros, alertados. La ruina no impidió que el economista de Harvard continuara haciendo regalos que no podía permitirse. Vendió el coche, vendió lo que pudo, se dio a la bebida y acabó deprimido, susceptible y violento. "Sólo a mí me confesó lo infeliz que era", contó la abuela Sarah a su nieto Barack. "¿Ya le he dicho que rezo por él?". La decepción del padre era profunda. "Yo solía decirle que era demasiado testarudo cuando trataba con la gente del Gobierno. Me hablaba de principios, y yo le respondía que sus principios eran una pesada carga para sus hijos". El padre los perdía, pero poco podía hacer. "Aun le gustaba beber, reír y presumir, pero su risa era vacía". Logró un puesto en el Banco Africano de Desarrollo, en Addis Abeba, pero cuando preparaba el viaje para ocuparlo, el Gobierno de Kenia le retiró el pasaporte. Un amigo compasivo le colocó en el Departamento de Aguas de Nairobi, con un sueldo de tercera. Desorientado, rabioso, llegaba tarde a casa, borracho, y exigía a gritos a su esposa Ruth que le preparara la cena. Durante el encuentro de Chicago, Auma compartió con su hermano detalles sobre el progresivo deterioro del padre. Soñaba con recuperar a Barack y a su madre, la chica de Kansas, abandonada en Honolulú. Las relaciones con Auma tampoco fueron cariñosas. La joven consiguió una beca de estudiante en Alemania y se largó sin decir adiós a su padre.

Las reflexiones de Barack Obama sobre su padre son tolerantes y amargas, irónicas a veces, siempre respetuosas. "¡No trabajas lo bastante duro! Tienes que ayudar a los demás en su lucha. ¡Despierta, hombre negro!", le decía el viejo. Tras escuchar a Auma y a su abuela, ¿qué podía pensar? ¿Fue una víctima del destino? ¿Un borracho amargado? ¿Un marido maltratador? ¿Un burócrata derrotado y solitario? Fuera lo que fuera, era su padre. "Tenemos que volver a casa", le pidió Auma. Su hermano no lo dudó.

Barack Obama volvió a África hace veinte años, a Kogelo, a la casita de acacias y mangos donde le esperaba su abuela. Lloró hasta la sequedad lacrimal junto a la tumba del padre, y percibió entonces que el círculo se cerraba. Comprendió, según propia confesión, que su vida en América, la sensación de abandono sentida de joven, las frustraciones y esperanzas estaban ligadas a la parcela africana con los restos de sus mayores.

Dos decenios después, junto a la casa de la abuela, tres jóvenes que se dicen primos suyos comunican al periodista que todo el pueblo, toda Kenia, toda África, y la gente de progreso, los 350.000 kenianos afincados en EE UU, esperan su triunfo como agua de mayo. "Pero fíjese usted cómo son las cosas: por aquí han venido a pedir entrevistas con Sarah periodistas que apoyan a McCain. ¡Qué desvergüenza!". Por unas razones u otras, la mayoría de los africanos jalean al senador de Illinois, incluido el musulmán Salim, de 22 años, camarero, convencido de que la actual alianza política entre EE UU y Kenia "destruirá nuestro país". Igualmente convencido de que Barack Obama toma "alguna píldora o inyección" para blanquearse la cara, Salim quiere que gane porque, "aunque se lleva bien con los judíos, al menos sacará a las tropas de Irak y los musulmanes seremos menos perseguidos en todo el mundo". Las investigaciones policiales para capturar a los sicarios de Al Qaeda que hace diez años destruyeron la Embajada de EE UU en Nairobi, causando 226 muertos y más de 1.000 heridos, fueron intensas. La comunidad musulmana se sintió maltratada, bajo permanente e injusta sospecha. El secretario del Consejo de Imanes de Kenia, Mohamed Kalifa, confía en un cambio de enfoque de Obama y en la finalización de las "políticas de confrontación de Bush".

Todos esperan algo del compatriota de raza en Chicago; todos sueñan con transformaciones profundas en sus vidas si la Casa Blanca aloja, por fin, a un presidente negro. Organizar un debate público sobre cuáles pueden ser sus intenciones es fácil: una cerveza, o dos, en el centro de Nairobi o en sus arrabales. La coalición de fuerzas, la admiración por Obama y el fermento vegetal sueltan las lenguas y la imaginación de los tertulianos en un bar próximo al mercado central:

-Lo primero que hará será darnos pasaportes a todos los kenianos que lo necesitemos -dice Benson.

-Y más visados. Pero que también mande algo de dinero para viajar. El viaje es caro -replica Biko.

-Yo me conformo con que meta en la cárcel a todos los funcionarios corruptos de nuestro país. Entonces sí que tendríamos más dinero. Pero creo que quienes más se van a beneficiar son sus familiares -remacha Alfred.

-Yo le voy a escribir pidiéndole una beca y me quedaré a vivir en América. Creo que ahora los blancos ya no son tan racistas -tercia Amos.

-Obama va a ganar porque hay muchos negros en América y porque una nueva generación de blancos está por el cambio -sentencia Mike.

La eventual investidura presidencial de Barack Obama adquiere dimensiones épicas, fantásticas, con la ingesta cervecera. Todos le recuerdan sencillo, magnético, magnífico, convincente durante la visita a Kenia de 2006, acompañado por multitudes que le aclamaban y compartían con él sus proyectos. Obama y su mujer, Michelle, se hicieron la prueba del sida en una nación con 1,5 millones de muertos por la enfermedad y otros 2 millones infectados. El senador aportó 13.000 euros de su bolsillo para la lucha contra la pandemia, y convocaron al optimismo y a la probidad en el cargo, una virtud escasa en los Gobiernos del continente.

Cameron Doudu, columnista de la revista New Africa, sostiene que el nieto de Sarah ha conseguido liberar el pensamiento de los negros, acogotados por la dominación blanca, y resignados "a desempeñar un papel secundario respecto a los blancos en el trabajo, en el colegio, en la vida política o en las relaciones sociales". Barack es el hombre a emular, la fuerza inspiradora. Y aunque Doudu no descarta que pueda resultar un mal presidente, su fuerza mental, su coherencia y determinación ya hicieron historia. "Mi hija ya no podrá decirme que no prospera porque es negra", le escribió una madre.

El primer ministro de Kenia, Raila Odinga, de la etnia luo, prosperó y se dejó querer cuando alguien filtró la especie de su parentesco con el político norteamericano. "El éxito de Barack Obama nos ayudará a romper las cadenas de los prejuicios raciales en las elecciones de los líderes", dijo Odinga, frecuente interlocutor de Obama durante su último viaje a Kenia, antes de que prendieran los choques de este año entre etnias, con más de 1.500 muertos y 400.000 desplazados. Odinga denunció que las elecciones del 27 de diciembre habían sido un fraude y corrió la sangre. Oficialmente las ganó el presidente, Mwai Kibaki, kikuyo. Un Gobierno de coalición y la multiplicación de ministerios para los nuevos socios cerraron la crisis.

Los Gobiernos de Kenia y de otros países se encomiendan a Obama para contrarrestar la presión de los grupos que controlan bastante la política exterior de EE UU a los que apenas les interesa África. Si gana, le pedirán que gestione las preocupaciones y expectativas africanas: que amplíe las facilidades comerciales y migratorias y los préstamos, o intervenga en la controversia sobre la presencia militar estadounidense en la zona para combatir el terrorismo.

"Debido a la historia del personalismo en África, los africanos piensan que los presidentes son omniscientes y omnipresentes", señala el analista Makau Mutua. "En cambio, la presidencia estadounidense es un puesto muy limitado". El pliego petitorio negro es mucho más amplio y difícil de rechazar en algunos casos, pues EE UU calcula que pronto recibirá de sus explotaciones en África el 25% del petróleo que necesita. El suministro obliga a una excelente relación con los propietarios de los pozos.

A la espera de acontecimientos y de que las elecciones del 4 de noviembre refrenden los pronósticos africanos, la mayoría adora a Barack Obama, como los irlandeses idolatraron en los años sesenta al asesinado presidente John F. Kennedy. Un grupo de adoradores kenianos fue más allá y se constituyó en frente contra las "manipulaciones" del rival, John McCain. "Con tantas herramientas informativas, salir al paso de las mentiras es muy fácil", según el portavoz del grupo de apoyo, Peter Mbae.

A partir de mañana, Kenia se agolpará frente al televisor y las radios para escuchar las palabras del campeón ungido por la fortuna y brindar por sus ancestros africanos. "Le ha escogido Dios para que los negros podamos prosperar un poco", cree Alice, de 45 años, vendedora de alubias rojas en un mercado de Kisumo. Necesita creer que el triunfo de Obama y sus planes para Kenia le permitirán ganar, al menos, 150 euros al mes. "No es mucho, ¿no cree?"

AP

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