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Columna
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España gana con 10

No hubo expulsiones, ni siquiera tarjetas (una por equipo), ni jugadores lesionados sin posibilidad de sustitución. Y sin embargo, España jugó la segunda parte con diez futbolistas. Sólo cuando marcó Villa en el minuto 92, salimos de nuestro error al ver a Iker Casillas dirigirse a abrazar al guaje festejando el gol del triunfo. Eran 11, pero medio partido la selección española lo jugó sin portero. Al parecer estaba allí, pero no le necesitaban. En todo ese período Suecia no quiso ganar y en todo el partido destrozó algunas ideas preconcebidas. Juegan con dos líneas de cuatro, muy juntos... pero no aprietan y dejan muchos espacios en el centro del campo que permitieron a España tocar fácil de salida, combinar, gobernar el partido. Se suponía, por eso, que Suecia jugaría al contragolpe, pero las contras de Suecia sólo tenían un objetivo: alcanzar la banda y que Ibrahimovic gestionara los centros.

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El gol certificaba esa superioridad española, pero extrañamente cuando ganó el marcador perdió el balón y España sin balón es una selección que te deja hacer y eso le permite al rival controlar el juego, por rudimentario que sea. A Suecia con alcanzar la banda le valía y el empate llegó así, en un centro desde la banda en el que Sergio Ramos se dejó ganar la posición y se quedó sin capacidad de reacción. Eso ante un jugador como Ibrahimovic es letal. En ese tramo, España se fue del partido. Iniesta en la derecha dio la sensación de no estar cómodo. Teníamos la imagen de Iniesta en la izquierda en el Barça, donde incluso alcanzaba el gol, y ayer, en el otro costado, pareció perdido. Fue una España imprecisa la que resucitó a Suecia. Una presunta contradicción en un equipo caracterizado por el toque.

Pero el segundo tiempo lo cambió todo. Los suecos dieron tres pasos atrás, siguieron sin apretar y renunciaron al contragolpe. No querían hacer daño, sólo resistir. El cambio de Ibrahimovic fue toda una declaración de intenciones. El delantero sueco no solo tiene calidad, sino que es un jugador muy fuerte que provoca temor en el contrario. Cuando los jugadores españoles notaron su ausencia, más de uno respiró. El gobierno cambió de manos a lo largo de los segundos 45 minutos. La pretensión sueca de dormir el partido era la principal amenaza. A España, un equipo de buen toque, hay veces que le falta la electricidad suficiente para evitar el adormecimiento del juego. Si no le das caña al partido, se te duerme un poco.

El monólogo fue absoluto, apenas entrecortado por una sola ocasión de los suecos, que evidenciaba la intención española de ganar y la nula intención de hacerlo por parte de Suecia. Ganó el que quiso ganar, aunque fuera de esa manera tan agónica, pero no tan extraña, de la prolongación. Los últimos minutos cobran mayor importancia cada vez. En el primer partido, los equipos se colocan, en el segundo se inclina el fiel de la balanza. Por eso se llega hasta el último suspiro, como pasó en el Turquía-Suiza o en el Austria-Polonia. Incluso el penalti del Italia-Rumania se produjo en los minutos finales. No es casualidad. A la necesidad se suma el cansancio del partido y de la competición. Como España quería ganar, encontró el premio, muy al final, otra vez por medio de Villa, que no había intervenido sustancialmente en el partido, pero que tuvo dos o tres apariciones estelares.

No fue un partido brillante de España, pero sí fue un triunfo brillante y cómodo, a pesar de la forma en que se produjo. Suecia le hizo un favor. Cuando se durmió, a España un equipo con un correcto contragolpe le hubiera causado serios problemas. Pero Suecia no quería crearlos y Casillas se aburrió soberanamente hasta que Villa le dio un minuto de alegría.

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