Desafío de límites

Hay dos aspectos que hacen sobremanera interesante esta convocatoria: que haya sido comisariada por un artista, el catalán Ignasi Aballí (Barcelona, 1958), cuya trayectoria ha estado jalonada por el aprecio crítico de los foros más exigentes y comprometidos no sólo de nuestro país, y, obviamente, no voy a decir que su tema, que es llamativo, sino su argumentación. Por otra parte, no está, ni mucho menos, de más que esta colectiva cuente con la presencia de siete artistas internacionales de la relevancia del belga Raoul de Keyser (Deinze, 1930), el alemán Günter Umberg (Boo, 1942), el suizo Rémy Zaugg (Courgenay, 1943-2005), el japonés On Kawara (Karina, 1953), el francés Bernard Frize (París, 1954), el estadounidense Christopher Wool (Chicago, 1955) y el británico Jonathan Monk (Leicester, 1969). Un simple repaso de las diferentes nacionalidades de los artistas aquí reunidos, así como su pertenencia a sucesivas generaciones, aunque, en esta última perspectiva, se note una lógica preponderancia de la del comisario de la exposición, ya nos avisa del cuidado rigor que ha puesto hasta en los pequeños detalles Ignasi Aballí. Y aún habría que señalar de antemano que la trayectoria de los artistas de esta colectiva está universalmente acreditada, sean o hayan sido más o menos "famosos", algunos de los cuales lo son hoy mismo y mucho. Por lo demás, las obras que aquí los representan son bastante adecuadas, aunque es fácil adivinar que no ha sido pequeña la hazaña de conseguirlas para exhibirse en una galería privada madrileña, cuyo bien ganado prestigio no nos exonera de elogiar ahora esta brillante propuesta.

Aunque lo afirmado hasta aquí puede considerarse relativamente como informaciones circunstanciales, pienso no sólo que sería injusto darlas por descontado, sino, sobre todo, que ellas mismas, y por sí mismas, dicen mucho del proyecto. Analizando éste por partes, en primer lugar, es, a mi juicio, de enorme interés que un artista, Aballí, nos proporcione el testimonio iluminador de su propia genealogía, principalmente cuando ésta encarna el debate quizá más crucial del arte contemporáneo: el del fin de la pintura desde, por así decirlo, su extrema reinvención. Si la forma de abordar este asunto se hubiera limitado a un análisis académico, estaríamos ante un nuevo ensayo escolar que relata una historia previamente cerrada, pero Aballí lo emplaza desde algo tan concreto como es su propia experiencia, lo cual convierte la tibia pedagogía en algo palpitante y muy específico; algo, en fin, de auténtica actualidad, que casi siempre está acosada por la impostura de las modas y los discursos institucionales. El problema es que la pintura no continúa por inercia, ni por milagrosas resurrecciones, sino, como muy bien señala Aballí, por la capacidad de negarse a sí misma. Se podría alegar al respecto que el formalismo acabó con la pintura, que es la verdad oficial, pero Aballí pertenece a una generación posformalista y los desafíos que ha elegido para ilustrar las inventivas tensiones de su legitimación-deslegitimadora contienen proposiciones específicas de orden material y conceptual, que implican además reflexiones sociales sobre lo que hoy entendemos o creemos entender como arte. Aunque no es posible hacer aquí un comentario pormenorizado, cada artista y cada obra de esta colectiva, más allá de las razones circunstanciales esgrimidas al principio, plantea un problema diferente de límites, y aun siendo siempre el asunto dominante la pintura desde la pintura, todo nos remite a los horizontes que están fuera, lo cual es el ejercicio esencial del arte. En este sentido, cuesta trabajo encontrar en el presente una propuesta argumentada de tanto vuelo y enjundia como la que, sin ruido, pero con radicalismo, nos ha ofrecido Ignasi Aballí, que se explica "operativamente": con obras que forman una obra.