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Columna
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Loca epidemia

En Madrid hay hospitales que matan, y policías que roban y extorsionan en bloque y luciendo camisetas del equipo. En Madrid, órdenes y entidades religiosas con explícitas tendencias masoquistas imparten cuidados paliativos subcontratadas por la Comunidad. En Madrid, un juez condena al Ayuntamiento por tráfico ilegal de trabajadores. Madrid es el rigor de las desdichas y el teatro de las paradojas. La situación es preocupante pero casi rutinaria, como dijeron los responsables del hospital 12 de Octubre sobre las infecciones de la bacteria Acinetobacter, causa de 18 muertes en casi dos años. Alarmante pero no preocupante, porque el exceso de preocupaciones produce estrés, sube la tensión y dispara el colesterol, y se corre el riesgo de acabar, por ejemplo, en las urgencias del Ramón y Cajal, donde cunde el caos y el estrés galopa por los pasillos.

Las bacterias hospitalarias, según el doctor Montejo, jefe de la UCI del hospital infectado, "sobreviven sobre casi cualquier superficie, en cualquier rincón", como los policías de Coslada; están por todas partes y forman parte de la rutina diaria de los hospitales y de las calles. Las bacterias asesinas y los policías mafiosos habitan en las grietas de la legalidad, la podredumbre se acumula en las zonas oscuras y fronterizas, en los márgenes borrosos de la ley donde los límites de la tolerancia son difusos, en terrenos movedizos como la prostitución y las drogas, campo de cultivo abonado para la proliferación de toda clase de bacterias y sabandijas de dos patas.

Por mucho que el alcalde de Coslada y la gerencia del 12 de Octubre insistan en minimizar los efectos y las secuelas de sus respectivas epidemias, la infección ha creado daños colaterales. En Coslada, todos, menos el alcalde y el jefe de policía, según sus declaraciones, estaban al cabo de la calle sobre los desafueros del sheriff y sus muchachos. Los ciudadanos afectados no los denunciaron por miedo a las represalias, o por estar implicados en esa sucia nebulosa de los negocios nocturnos poco claros; los políticos no actuaron por otro tipo de cobardía, temerosos de que el escándalo salpicara sus carreras profesionales. En el hospital se acumulaban las denuncias por falta de personal y de material higiénico sanitario, imprescindible para no expandir el contagio, pero la gerencia del centro negaba sistemáticamente la existencia del brote. Tenían razón los gerentes: no era un brote, no era una emergencia, era una situación rutinaria; sólo cambiaban de vez en cuando las cepas de las bacterias que crecían y se multiplicaban en las grietas del sistema hospitalario y en las conducciones del aire acondicionado, "sobre casi cualquier tipo de superficie y en cualquier rincón".

A grandes males, expeditivos remedios. La UCI del 12 de Octubre ha sido demolida, borrados los rastros y las pistas de los microorganismos invasores, pero es demasiado tarde, el Acinetobacter había prendido ya en los gerentes del hospital y en los políticos del sector sanitario de la Comunidad de Madrid. Entre otros bichos heredados de su predecesor Lamela, el consejero Güemes cuenta ahora con esta bacteria agresiva que se reproduce a sus anchas en el caos hospitalario, entre los cascotes del derribo sistemático de la sanidad pública madrileña, ejecutado, con prisas y sin pausas, por el Gobierno de Esperanza Aguirre.

La epidemia de policías de Coslada no se solucionaría volando la comisaría. No es un brote infeccioso, ni una enfermedad degenerativa, pues entre los corruptos son mayoría los brotes tiernos recién salidos de una loca academia.

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