Porno para pirómanos
HAY que tener un ego a prueba de bombas para, a riesgo de chocar con alguna otra cabeza coronada, referirse a uno mismo como "príncipe de los homosexuales". Así es como se presentó al mundo en una prematura autobiografía escrita con 33 años Justin Stewart, el director de cine, fotógrafo y escritor más conocido como Bruce LaBruce, Blab para abreviar. O lo que es lo mismo: el miembro más influyente y controvertido del homocore. Una expresión artística homosexual "estilo guerrilla" que es heredera directa de Paul Morrisey y Derek Jarman. Paradigmas del cine experimental que, como LaBruce, dedicaron su carrera a desmitificar, retar e invertir la manera de entender la cultura queer.
"En el cine X me consideran un esnob; en el mundo del arte, todo lo contrario"
"No entiendo cómo a un gay le puede generar rechazo un desnudo femenino"
Enumeremos:
1. Una ópera prima (No skin of my ass) sobre la enfermiza relación entre un afeminado peluquero (interpretado por el propio Bruce) y un skinhead. "Quería enfadar mucho a los skins de la mejor manera: poniéndoles cachondos".
2. Un melodrama sobre los chaperos de Los Ángeles destinado a romper tabús (Hustler white) y conseguir que durante su proyección en Sundance en 1996 abandonaran la sala una veintena de espectadores, espantados tras ver algunas de las escenas de sexo más duras proyectadas jamás en salas convencionales. Para Hustler white, LaBruce contó con la presencia —no remunerada— del modelo, actor y ex novio de Madonna Tony Ward. Pero no con la financiación de la señora Ciccone, que tras leer el guión le dijo a Ward que le parecía "una película francamente divertida pero con la que no quiero que me relacionen". Según Bruce, "por aquella época Madonna ya se había convertido en la matrona aburrida que es hoy".
3. Una crítica al radicalismo chic (The raspberry reich) en la que sale un joven masturbándose con nada menos que una foto del Che de fondo. Esto, claro, le valió una demanda de la hija de Korda, el fotógrafo cubano que tomó la archirreproducida instantánea del líder revolucionario. "Yo sólo quería mostrar cómo los iconos revolucionarios se han vaciado totalmente de significado político y se han convertido en fetiches de la cultura popular", aclara.
Porque las películas de LaBruce son en realidad delirios narcisistas rodados con la grumosa factura del Súper 8 (las primeras) e hiperpolitizadas (las más recientes). El propio director las definió como "arte que referencia al porno"; Kurt Cobain, como "las películas eróticas más hilarantes de la historia".
Asediado por jóvenes de todas las partes del mundo a través de MySpace, Blab cuenta: "Muchos chicos me mandan fotos suyas desnudos pidiéndome que les saque en alguna de mis películas". De todas formas, él se congratula de cultivar una categoría cinematográfica intermedia: "En el porno siempre he tenido muy mala reputación, lo cual no deja de ser gracioso. Sus fórmulas son tan convencionales que si introduces elementos distintos, como monólogos complejos sobre marxismo", como en The raspberry reich, "te consideran un esnob, no un verdadero pornógrafo. En el contexto del arte me pasa lo mismo pero a la inversa. No consideran mi trabajo como legítimamente artístico porque es demasiado explícito. Supongo que eso quiere decir que hago algo, al menos, único", explica. Por ello un día se autoproclamó "pornógrafo reluctante"; LaBruce es incapaz de rendirse a cualquier tópico del género.
Su última película, Otto or up with dead people (Otto o viva la gente muerta), estrenada en la pasada Berlinale, es una historia melancólica sobre zombies gays o "despropósito vomitivo", según el programa cultural de la televisión alemana Aspeke. Su protagonista, interpretado por un belga de 19 años que LaBruce encontró vía MySpace, tiene un problema de identidad (no sexual, pues ésta la tiene muy clara) que le hace sentirse muerto en vida: "Otto trata sobre la angustia adolescente, sobre el miedo a ser diferente", explica. Y es todo un festín cárnico, pues los zombies, cómo no, mantienen relaciones sexuales por cualquier conducto menos los habituales.
En la filmografía de LaBruce, sus reflexiones sobre el devenir de la existencia se alternan con planos de penes flácidos y en erección. Pero de vez en cuando también aparecen mujeres: "Yo soy completamente gay y jamás he sentido ningún tipo de atracción sexual por una mujer, pero los desnudos femeninos no me generan rechazo. No entiendo por qué los gays, por regla general, se ponen tan frenéticos cuando ven una vagina", explica.
El que un día fue el niño más apocado de Southampton —su infancia transcurrió con la placidez propia de un anuncio de copos de avena en una granja de 20 acres— ahora tiene 44 años y vive, sin planes de abandonarla jamás, en Toronto.
Por fuera, su casa parece una residencia universitaria. Por dentro, los menos de cincuenta metros de su apartamento no pueden ser más acogedores. Tampoco estar más llenos. En la estantería, Penelope Gilliatt comparte balda con Gus van Sant, y Hitchcock, con ejemplares del fanzine homoperiodístico Butt. La falta de espacio se suple con un orden que se intuye metódico. En el centro del salón, comedor y habitación (todo a la vez), una pantalla de plasma gigante emite durante las 24 horas del día clásicos en blanco y negro del canal TCM. "A veces creo que es lo único que me mantiene vivo". En la cocina (independiente), un collage con fotos de River Phoenix cuelga sobre los fogones. También ahí, Toni, su marido, prepara yuca frita, cerdo con frijoles y "un tesito de ginger, ajo y miel". Sí, es cubano. Disidente y ex bailarín del Tropicana.
"Siempre cocina él; yo, friego. Ya tengo la técnica depuradísima", explica Bruce. "Nos conocimos durante un Orgullo Gay", que en Toronto, como en España, se festeja durante una semana, "y nos casamos el diciembre pasado", cuenta mientras se balancea en una mecedora de madera. "Antes yo no era muy fan del matrimonio gay, porque para mí la homosexualidad tiene que implicar cierto grado de inconformismo, siempre. Y el matrimonio no es más que un esquema heterosexual que no veo por qué hay que reproducir. Pero bueno, Toni estaba teniendo muchos problemas con Inmigración, así que no nos quedó más remedio que casarnos".
No sin nostalgia, LaBruce parece elevar al gay a la categoría de sujeto transformador tal como hizo el filósofo alemán Marcuse. Siempre con su homosexualidad por delante, "de pequeño era muy afeminado, y sí, en el colegio me pegaron mucho por ello", nunca ocultó la pluma. Es más, cuando llegó a Toronto se puso un penacho por montera. Adoptó el seudónimo de Bruce LaBruce en honor a Rod LaRod, una de las estrellas de la factoría Warhol, y se lanzó a la tarea de editar un fanzine homo punk repleto de desnudos masculinos llamado J.D's. De esa época le queda una prueba indeleble en el brazo izquierdo: un tatuaje con la cara de Jodie Foster que se hizo estando completamente borracho. "Vale, si la juzgara basándose en las películas que ha hecho en los últimos 10 años, me lo tendría que quitar. Pero es que después de Taxi driver, Jodie se convirtió en un auténtico icono punk en todo Norteamérica".
Aunque sea profeta en su tierra (cada vez que estrena película es la estrella indiscutible del Festival de Cine de Toronto), ir con él por la calle es como hacerlo con un completo desconocido. Nadie parece reconocerle. O casi nadie, porque de camino a un concierto un indigente le grita desde el umbral de su casa de cartón: "¡Eh, tú, Bruce LaBruce!". Él es el primer sorprendido: "Es la primera vez que me pasa, te lo juro. Creo que tengo una fama muy modesta. He dejado atrás esa constante autopromoción a la que me lancé cuando empecé, cuando creé al que se convirtió en mi álter ego, Bruce LaBruce, y del que a día de hoy sólo queda el nombre".
Sin embargo, el cineasta no ha tenido uno sino tres acosadores. Acodado en la barra de un mugroso club llamado Lee's Palace y copa en mano, cuenta: "El más memorable fue uno que me dejaba amenazas de muerte con la voz distorsionada en el contestador. En cuanto puse un identificador de llamadas, descubrí que era un ex compañero de piso. Cuando me enfrenté a él se puso a gimotear y a decir cosas como que siempre había estado enamorado de mí".
El pornógrafo que ha dedicado su carrera a cultivar una iconografía sexual extrema pero reniega del género X; el gay que defiende la homosexualidad como estado de gracia pero se declara en contra de su normalización por parte del sistema; el hombre que critica el matrimonio gay pero está casado; el activista que se opone a sacar a la gente fuera del armario a la fuerza pero que no duda en hacer comentarios como: "Si Morrisey no es gay, desde luego imita muy bien a uno"; el artista que se construyó un personaje con aura de estrella warholiana para luego destruirlo "Intento contradecirme al menos una vez al día", concede. Un compendio de contradicciones que ha conseguido la tan ansiada estimulación simultánea de libido e intelecto: el subidón hormonal y el desafío neuronal.
Sus padres podrían estar muy orgullosos de él, pero no es el caso, porque ese matrimonio de granjeros no tiene ni idea de a qué se dedica su hijo: "Saben que hago cine, pero desconocen la naturaleza de mi trabajo Por mi parte, yo sólo me he planteado si todo esto merecía la pena una vez: cuando me vi a cinco grados bajo cero rodando una escena de Súper 8? en la que entre mi culo y la nieve no había nada".
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