Universitarios de 12 años
La Politécnica de Madrid ofrece cursos a niños y adolescentes superdotados para evitar que se aburran de los estudios y terminen abandonándolos
Enrique investiga, en la biblioteca de Arquitectura Técnica de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), los efectos de un terremoto en los materiales y la estructura de un edificio. Nada extraño si no fuera porque tiene 12 años y cursa Educación Secundaria Obligatoria. Sergio (17 años) busca materiales de construcción sin electroestática, algo que le resulta más interesante que su clase de Física y Química de 1º de Bachillerato. "¡Estamos repitiendo cosas que ya dimos en 3º de ESO!", resopla. Enrique profundiza en ciencias por su cuenta. Sergio lee al alimón Los miserables y la Teoría de la Relatividad de Einstein que le ha prestado su profesor de filosofía. Ambos tienen un cociente intelectual de más de 130. Son superdotados. Pero sus notas no acompañan a sus posibilidades. "Me distraigo y trabajo poco", "Podría hacer más", confiesan.
"En mi clase me distraigo, me aburro", dice uno de los jóvenes
El fracaso escolar de los superdotados es del 65%, asegura una experta
Se aburren, pierden la motivación en unas aulas adaptadas a la media, no tanto a los que se salen, por abajo o por arriba. Mentes brillantes terminan convirtiéndose en alumnos mediocres, cuando no malos, incluso problemáticos. "Los superdotados, que representan un 2% de la población escolar, tienen un fracaso del 65%, sobre todo en la ESO", afirma Alicia Rodríguez Díaz-Concha, presidenta de la Asociación Española para Superdotados y con Talento (AEST) que, junto con la UPM, ha puesto en marcha una iniciativa pionera en España: unos cursos para acercar a estos chavales al pensamiento científico, para enseñarles a buscar información, a lanzar hipótesis. Para complementar su formación, acuciarles la curiosidad, optimizar su talento, mantenerles el interés, picarles con el gusanillo de la Universidad. Es decir, evitar que abandonen el sistema educativo antes de tiempo.
"Desaprovechar esas capacidades es un genocidio cultural", se enerva Marta Rodríguez de la Torre, profesora de estas clases y fundadora de Sapientec, la tercera pata del proyecto. Se trata de un organismo dedicado al desarrollo intelectual de cualquier persona a partir de tres años -discapacitados, inteligencias medias, superdotados-. Y ha diseñado el programa que ahora atienden Enrique, Sergio y otros siete compañeros. Como Daniel, un adolescente de 4º de ESO con ganas de pasar desapercibido. Al principio de la sesión, Marta les ha preguntado a cada uno qué le gustaría investigar. Daniel se ha decantado por la ingeniería genética: "El ser humano tiene fallos que otros animales han corregido; por ejemplo, nuestros pulmones apenas renuevan el aire, pero vi en un documental que hay un águila que ha desarrollado un sistema mediante el que renueva el 100% del aire. También me planteo los problemas éticos, ¿eh?". A su lado descansa un libro de ciencia ficción. "Me gustan los libros de imaginación y fantasía", afirma.
La idea es "la búsqueda del talento, la estimulación de la capacidad", puntualizaba Rodríguez de la Torre horas antes, en la presentación de la iniciativa. "No pretendemos captar un mercado cautivo de estudiantes para la UPM", quería dejar claro Carlos Conde, vicerrector de Ordenación Académica, sino "colaborar con las etapas previas y que después cada cual elija la Universidad que quiera". "Y si se queda alguno, mejor, ¿no?", hacía un guiño Miguel Oliver, director de la Escuela Universitaria de Arquitectura Técnica, anfitrión de la jornada. "Ofrecemos 6.500 plazas que ya no llenamos, así que si antes el último estudiante entraba con un siete, ahora lo hace con un cinco. Necesitamos subir el nivel", reconocía.
La tarde avanza y el grupo queda dividido en dos: una parte sube a la biblioteca, otra navega por Internet. "He venido porque quiero aprender un método de estudio adaptado a mi capacidad", explica Javier (15 años), alumno de 3º de la ESO. Maneja Internet desde los tres años, es un artista dibujando, le interesa la biotecnología, los "implantes en el cuerpo humano", quiere hacer ingeniería industrial. Pero en su clase del instituto se frustra, se despista o se aburre, no sabe, o no quiere explicarlo. El caso es que lleva todo el año arrastrando una media de 4 o 4,5. Ahora, Javier, como el resto, tendrá acceso a la oferta de la Universidad para dar respuesta a sus inquietudes: bibliotecas, servicios informáticos y la plataforma Open Course Ware (materiales universitarios de consulta colgados en la Red).
La única chica en el aula de informática prefiere no dar su nombre. Cuando valoraron su alta capacidad en 3º de ESO, "muy tarde", buscó hasta encontrar ayuda en la AEST y Sapientec. Lee filosofía y a Stephen Hawking. Le interesa la lucha contra el cáncer (aspira a ser médico), "estudiar el cerebro", empaparse en libros sobre neuropsicología. Las plantas la motivan menos, pero es lo que toca en el temario de su instituto. No es que vaya mal pero tampoco se esfuerza: "Veo que con poco es suficiente". Esta joven de 16 años está en el año de bachillerato que le corresponde por edad porque, según dice, su comunidad autónoma (es de fuera de Madrid) no permite la "flexibilización": la posibilidad de que un superdotado adelante hasta dos cursos.
"La flexibilización es laboriosa. Yo lo conseguí con una de mis hijas; con la otra sólo lo he logrado para las matemáticas", tercia Begoña Blasco, profesora de física en arquitectura técnica y una de las artífices de que la UPM financie estos cursos, gratuitos para los alumnos. Su primogénita nació con una discapacidad psíquica pero las dos siguientes, de seis y siete años, son superdotadas. Cuando el actual rector era aún candidato, pidió a los docentes sugerencias para su programa. Ella alzó la mano y reclamó atención para las altas capacidades. "En la práctica son discapacitados, y encima tienes que oír cosas como 'Ya se volverán normales en la escuela', o 'Vaya, tienes superdotadas, ¿de qué te quejas?". Begoña se queja de ver a sus hijas incómodas, sufriendo por ir al cole. "Es duro que te repitan, 'Mamá, yo no quiero ir al colegio nunca más". Su reivindicación es un eco de la del resto de padres que esperan a que sus hijos terminen su dosis extra de estímulo en el campus de la Politécnica.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.