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Reportaje:MÚSICA

Elvis, sex & rock

Si la inmortalidad tuviera nombre y apellidos, podría llamarse Elvis Presley. Hace ya tres décadas que el maltratado cuerpo del hombre que inventó el rock and roll abandonó el mundo de los vivos con apenas 42 años. Pero la mezcla de talento, carisma y vulnerabilidad que aún hoy trasciende a través de su música, unida a la tragedia de su autodestrucción personal, cimentaron el nacimiento de un mito que en el fondo siempre soñó con la inmortalidad, pero nunca confió en poder alcanzarla. "¿Cómo me recordará la gente? Nadie se acordará de mí. Nunca hice nada perdurable. Nunca he hecho un clásico del cine. Pero mi misión en la vida es hacer feliz al mundo con la música. Y nunca pararé hasta el día de mi muerte". Una noche de aterradora soledad pocos meses antes de morir, Elvis le confiaba dudas como aquéllas a Kathy, una de sus múltiples amantes, mientras ella ejercía de madre y le tomaba la mano como se hace frente a un niño asustado.

"Le gustaba toquetear en plan quinceañero, hasta que te graduabas en maternidad", dice una de sus novias

Lo sabemos gracias a Peter Guralnick, autor de Último tren a Memphis y Amores que matan, los dos tomos de la biografía que desde Bob Dylan hasta toda la crítica especializada consideran una de las mejores obras sobre la vida de un músico y, sin duda, la mejor sobre Elvis Presley. El segundo tomo, hasta ahora inédito en España, abarca desde su llegada a Alemania para hacer el servicio militar, en octubre de 1958, cuando ya era una estrella consagrada, hasta su muerte el 16 de agosto de 1977. El conjunto de la obra llega la próxima semana a las librerías, editada por Global Rhythm.

Escrita a lo largo de 11 años y con cientos de entrevistas, entre las que quizá sólo falte la voz de Lisa Marie Presley, la hija del cantante, se publicó por primera vez en Estados Unidos en 1999 y en ella hay revelaciones sorprendentes sobre la intimidad de un artista cuya leyenda de sex symbol tropieza con las declaraciones de sus múltiples amantes sobre su falta de interés sexual. "Elvis siempre mantuvo una relación muy especial con las mujeres. Frente a ellas era capaz de manifestar toda su vulnerabilidad. Pero quizá por la intensa relación que mantuvo con su madre, cuya pérdida nunca consiguió superar, todas las mujeres que pasan por su vida toman forma de mujer-madre, o mujer-enfermera", explica Guralnick durante una entrevista telefónica.

Es cierto, ellas se derretían en su presencia, afirman todas las entrevistadas, pero la realidad es que a Elvis el sexo le interesaba poco. Según Sheila, una de sus centenares de novias, él prefería el sexo adolescente al coito. "Lo que más le gustaba era besar y toquetear, en plan quinceañero, hasta que te graduabas en maternidad. Entonces te convertías en la persona que le cuidaba, el que le traía cosas en medio de la noche, agua, pastillas, comida...". Además, las drogas tampoco ayudaban. "Besaba muy bien y era muy romántico, pero tomaba tantas pastillas que era imposible que funcionara como un hombre", recuerda en el libro otra amante, Barbara Leigh.

Incluso Priscilla Presley, la mujer que probablemente le conoció mejor y que se pasó años rogándole ser desvirgada -"no cariño, cuando llegue el momento", era siempre su respuesta-, asegura que Elvis buscaba más una compañera con la que hablar que con la que mantener relaciones sexuales. El cantante se enamoró de Priscilla cuando ella sólo tenía 14 años, pero desde los 16 consiguió mantenerla a su lado, virgen, y cuando tras casi una década se casó con ella, la rechazó sexualmente en el momento en que Priscilla dio a luz a su hija Lisa Marie. "Decía que no le gustaba el sexo con las mujeres que han sido madres", cuenta ella en el libro.

Si Peter Guralnick pudiera resucitar a Elvis Presley, le preguntaría por la música. "Si quieres llegar a profundizar en los sentimientos de un artista, tienes que hablar de lo que realmente despierta su pasión, y en el caso de Elvis la música lo era todo". Para Guralnick, también. Por eso, este autor de Boston amante del blues y también biógrafo de Sam Cooke, decidió escribir sobre El Rey, pero con tal nivel de detalle que al terminar de leer Amores que matan, uno siente que ha estado frente a Elvis. "Leí sus primeras entrevistas y descubrí a un hombre inteligente, que sabía de lo que hablaba, entregado a su pasión, y me entró curiosidad. Y por supuesto, me encantaban sus primeros discos, los que editó Sun Records, aquellos con los que revolucionó el mundo de la música y con los que nació el rock and roll", explica.

Pronto entendió que tardaría años en completar su propósito. "Yo quería contar la historia de alguien que contra todo pronóstico consigue lo que quiere gracias a su voluntad y a su deseo, pero ésa es sólo la primera parte, la que se cuenta en Último tren a Memphis. En cuanto a Amores que matan, es la historia de la pérdida de la inocencia y, sobre todo, la historia de alguien clínicamente deprimido, una víctima, no un monstruo", asegura.

Dexidrinas para desayunar, inyecciones de vitaminas, combinados químicos para mantenerse despierto y bombas variadas de Valium y otras sustancias para inducir el sueño. Este menú de farmacia, con el que Elvis inauguró su vida militar mientras estaba destinado en Alemania -todos los soldados tomaban anfetaminas para enfrentarse a las maniobras-, se convirtió en un hábito que, como todo adicto, decía controlar. Ninguno de sus amigos se atrevió durante años a criticarlo, entre otras cosas porque la llamada mafia de Memphis (los amigos de la infancia que le servían de corte, guardaespaldas, confidentes y compañeros de aventura) hacía exactamente lo mismo. "¿Alguien le decía al presidente Kennedy que consumir calmantes a la velocidad que él lo hacía no era sano? En los años sesenta, todavía se veía con buenos ojos tomar sedantes, tranquilizantes y anfetaminas, y desde luego, en el entorno de Elvis, nadie se atrevía a llevarle la contraria", afirma Guralnick.

Pero no se puede entender el curso que tomó la vida del cantante sin entender el lugar dominante que con el paso del tiempo fueron ocupando los cargamentos de pastillas de colores que recibía por correo desde diversos puntos de la geografía estadounidense y a través de su médico, el infausto doctor Nick. Evitando caer en el morbo, Guralnick desentraña su relación con las drogas en Amores que matan, donde se relata desde la primera y única experiencia que tuvo con el LSD hasta las razones religiosas con las que Elvis se autoengañaba para drogarse. Todos tenemos a la divinidad dentro", le dijo un día a Joyce (otra amante). "Entonces, si somos dioses, o llevamos a la divinidad dentro, ¿para qué necesitamos drogas?", inquirió ella. "El silencio es el lugar en el que descansa el alma. Es sagrado. Y es necesario para que nazcan nuevos pensamientos. Para eso sirven mis pastillas. Para llegar lo más cerca posible del silencio".

Fue su peluquero, Larry Geller, quien en 1964 le abrió las puertas de la teología. Hinduismo, budismo, cristianismo, autoayuda... Elvis devoró más de cien libros en un año dedicados a todos los ismos religiosos en busca de una respuesta a las preguntas que aquejan a todo ser humano. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Pero sobre todo... ¿por qué YO he sido el elegido? En esa búsqueda por encontrarse a sí mismo y por entender el porqué de su éxito profesional, Guralnick relata cómo Elvis, tras un año de intenso estudio sin que Dios le ofreciera respuestas concretas, se enfrentó a Larry. "Tienes que dejar tu ego a un lado para dejar entrar a Dios, olvídate de los libros y del conocimiento y vacíate para que Dios pueda entrar en ti", le dijo su peluquero-gurú durante un viaje a Nuevo México. Elvis aceptó la crítica con humildad y al rato, mientras conducía en silencio a través del desierto, creyó ver a Stalin dibujado en una nube. Paró el coche y gritó excitado: "¿Por qué Stalin, qué hace ahí arriba?". El rostro de Stalin se transformó en el de Cristo y ahí fue cuando Elvis creyó haber tenido su primer encuentro con Dios. "¿Qué pensarían mis fans si me vieran ahora?", le preguntó a Larry con lágrimas en los ojos. "Te querrían aún más". "Eso espero", contestó. No defraudar a sus admiradores era una de sus obsesiones, y quien haya visitado Graceland, su casa de Memphis, sabe que el fervor religioso que aún le profesan sus fans indica que Elvis consiguió su objetivo.

En medio de la década de los sesenta, su vida no le llenaba, pero los setenta fueron aún peor, un precipicio de adicción, depresión y enfermedad que le llevó a la muerte. Nunca conseguiría alcanzar la satisfacción plena que sí caracterizó sus primeros años de carrera. El Coronel Tom Parker, el manager genial y diabólico que revolucionó con sus técnicas el mundo del espectáculo construyendo el fenómeno Elvis cuando aún no existía el culto a la celebridad pop, consiguió hacer del artista el músico mejor pagado de la historia, además del actor con el caché más alto de Hollywood. Sin embargo, su figura castrante planea a lo largo de todo el libro, evidenciando una relación que fue tan fructífera económicamente como frustrante desde el punto de vista creativo. Tras su regreso a Estados Unidos en 1960, el Coronel embarcó a Elvis en un sinfín de producciones cinematográficas de guión pésimo y desafíos musicales mediocres, sin permitirle que tocara en directo durante casi una década, cuando en realidad toda la fuerza de Elvis residía en los directos. Cuando resucitó en Las Vegas en 1969, tuvo un regreso triunfal a los escenarios, pero su depresión y su adicción a las drogas ya estaban demasiado avanzadas y ni siquiera el placer de volver a actuar frente al público pudo salvarle de sí mismo. De ahí en adelante fue todo una caída hacia el vacío, el mismo que él sentía dentro. Según Guralnick, "hubo mejores cantantes, con mejores voces, pero nadie era capaz de comunicar emociones como lo hacía él, ése era su secreto y por eso hoy seguimos hablando de Elvis".

Con los pantalones del pijama bajados hasta el suelo y envuelto en vómitos

Ginger se despertó hacia la una y media, se dio la vuelta en la cama, volvió a dormir unos minutos y luego llamó a su madre. ¿Cómo estaba Elvis?, le preguntó, y Ginger le dijo que no lo sabía, que no había vuelto a la cama y que quizá debería ir a ver cómo se encontraba. Se lavó y se maquilló en su cuarto de baño, y luego llamó a la puerta del cuarto de baño de Elvis. Al no obtener respuesta, empujó la puerta y lo encontró tumbado en el suelo, con los pantalones del pijama dorado bajados hasta los tobillos y el rostro enterrado en un charco de vómito sobre la mullida moqueta. Aturdida, llamó al piso de abajo y pidió hablar con alguien que estuviera de servicio, y la sirvienta le puso con Al Strada. Creía que algo iba mal, le dijo. (...)Al estaba inclinado de rodillas sobre Elvis cuando Joe llegó subiendo a saltos la escalera, y entre los dos consiguieron dar la vuelta al cuerpo. Joe intentó insuflarle algo de vida. Por un momento pareció que el tiempo quedaba en suspenso, pero luego todo empezó a suceder a la vez, el dormitorio se llenó rápidamente de gente... Joe intentaba reanimar desesperadamente a Elvis, pero ni a él ni a nadie le cabía la menor duda de que Elvis ya no estaba; tenía la cara hinchada y morada, la lengua había perdido el color y le colgaba por la boca, los ojos estaban inyectados en sangre. (...)Todo el mundo gritaba cuando una ambulancia del cuartel nº 29 de Whitehaven, a pocos minutos de Graceland, llegó con dos enfermeros. Aquello parecía una matanza -según describieron la escena posteriormente los enfermeros-, con doce personas rodeando el cuerpo casi irreconocible e intentando ayudar. ¿No podían hacer algo? Un hombre con gafas oscuras y montura dorada de diseño, con una sudadera de fútbol que llevaba el lema Hawaii'75 escrito, y que, según supieron más tarde, se trataba de Al Strada, dijo que creía que Elvis había sufrido una sobredosis, lo mismo que les habían dicho en la puerta antes de que supieran quién era la víctima.Fragmento de Amores que matan, segunda parte de la biografía de Elvis Presley escrita por Peter Guralnick y editada por Global Rythm.

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