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Columna
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Ciudadanía sexual

Objetores de conciencia se consideran algunos padres que no quieren que sus hijos estudien Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos, y, en el caso de la familia Flores Cano, de Bollullos, en Huelva, ya han recibido el amparo del Tribunal Superior andaluz. ¿Surgirán ahora objetores contra las ciencias que choquen con la Biblia? ¿Se hará a la carta el aprendizaje de la filosofía, eliminando, por objeción de conciencia, a aquellos pensadores que contradigan las ideas de los padres? He oído preguntas así. Pero yo creo que la cosa va más lejos: aparecerán objetores de conciencia a la enseñanza obligatoria, fijada en el artículo 27 de la Constitución. Unos padres de Sanlúcar de Barrameda no mandan al colegio a su niño de 11 años. Dicen que estudia en casa con un profesor, pero el hijo jamás ha sido matriculado en ningún curso y, por lo tanto, nunca se ha sometido a un examen público. El juez los acusa de incumplimiento de los deberes paternos. El abogado de la familia habla de un asunto de conciencia. Lo contaba Ana Huguet el miércoles en estas páginas.

"¿Surgirán ahora objetores contra las ciencias que choquen con la Biblia?"

Antes la objeción de conciencia se planteaba casi exclusivamente frente al Ejército. El servicio militar obligatorio era el principal medio de convertir a los jóvenes en piezas eficientes del Estado: en el cuartel se les inculcaban o remachaban las normas básicas para vivir en comunidad obedientemente. A esto se le llama socialización, un proceso fundamental para la pervivencia de la sociedad y de sus valores. La familia y la escuela complementaban al Ejército. Ya no existe la milicia forzosa, y hoy los ciudadanos que se sienten incómodos en el Estado rechazan la escuela, sobre todo si piensan que en la escuela se deforma su modelo de familia. Los padres de Bollullos a quienes se reconoció el derecho a la objeción de conciencia no toleran que su hijo, alumno de tercero de ESO, reciba nociones contrarias a la idea católica de lo que debe ser una familia.

La revuelta contra la Educación para la Ciudadanía ha sido el principio. Ahora toca repudiar la obligación de llevar a los niños a la escuela. Los especialistas discutirán el derecho a la objeción de conciencia a propósito de la enseñanza, pero, con derecho o sin él, seguirán apareciendo ciudadanos incómodos con el Estado e incómodos para el Estado, es decir, objetores. Supongo que el Estado amparará a los niños frente a los padres que les nieguen una educación suficiente y evaluable. Me acuerdo de La ciudad de cristal, de Paul Auster, novela sobre un niño encerrado y aislado en un cuarto a oscuras, desde los 2 a los 11 años, para que aprendiera el idioma que Adán y Eva hablaron en el Paraíso antes de caer en la tentación.

Parece útil, de entrada, la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Los estudiantes deberían conocer cuanto antes sus derechos fundamentales y constitucionales, sus deberes, y aprender a aplicar estos principios en su vida diaria. Sería estupendo que se familiarizaran desde el colegio con la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Constitución, el Código Civil y el Código Penal, y supieran cómo cambiar democráticamente las leyes que no les gusten. Es, en teoría, una magnífica asignatura. Pero el otro día leí en este periódico el fragmento de un manual de la famosa Ciudadanía y me enteré de que, según sus autores, existen cuatro formas de orientación sexual, atendiendo al objeto deseado: heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad y asexualidad. Yo no sé si esto es verdad, aunque, en principio, me parece corta la lista.

Admiro, sin embargo, la seguridad del experto clasificador de sexualidades, y estoy seguro de que su sabiduría tiene menos que ver con la Ciudadanía que con las ciencias de la salud o de la naturaleza. Si yo tuviera hijos en edad escolar, me preocuparía una asignatura de programa tan amplio, general, imprevisible y abierto a cualquier ocurrencia.

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