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Tentaciones
MÚSICA

Los italianos lo hacen mejor

El italo-disco fue un género menor hasta para los popes electrónicos de los ochenta. Comercial, frívolo, demasiado popular. El underground de hoy lo reivindica más allá de la ironía. Por una vez, se trata de recuperar algo genuinamente encantador.

Todos los viernes tocaba el saxo y la flauta travesera en una orquesta de pro¬vincia. Interpretaba a su manera éxi¬tos de los Rolling Stones y Jethro Tull por clubes y verbenas del norte de Italia. Gianni Coraini era un chico corriente. Servicio militar, boda tradicional y un futuro que parecía ya escrito: trabajar en lo que sea y dedicar a la música sólo su tiempo libre. Pero un día todo cam¬bió. Estaba en un estudio de grabación con unos amigos y un tipo me dijo: Este tema lo vas a cantar tú. El tema empe¬zaba con una llamada telefónica y tenía un título sin pretensiones: Hey, hey, guy. Y el tipo era un tal Sandro Oliva, quien, sin saberlo, acababa de componer uno de los himnos de la escena dance italia¬na de los ochenta. Fue así como Gianni eligió un nombre evocador, el del líder de la resistencia checa más buscado por los nazis, y de repente se convirtió en Ken Laszlo. Para hacer ese tipo de música sólo necesita¬ba un sintetizador y, nunca mejor dicho, le bastaba con mover un dedo, recuerda al teléfono desde Mantova, donde acaba de editar su sexto álbum, Future is now, y prepara un nuevo lanzamiento con el pinchadiscos catalán Víctor Ark. Y es que el género italo-disco, tal y como lo bautizó enseguida el productor alemán Bernhard Mikulsi, marcó una revolución electrónica que vive ahora una segunda juventud en decenas de locales que lo vieron nacer. Boys, boys, boys, Hypnotic tango, No tengo dinero, Self control o Pas¬senger vuelven a sonar en las pistas de la Baia Degli Angeli, mítica discoteca de la costa adriática, en Ibiza, Roma o Berlín. Y, mientras tanto, Sabrina Salerno, My Mine, Sandy Marton, Gazebo, Raf, Gaz¬nevada, Fellini, Daniele Baldelli o Gior¬gio Moroder, que hoy tienen entre 45 y 65 años, intentan rentabilizar, cada uno a su manera, un pasado que en muchos casos les condenó a ser eternas estrellas fugaces. Pero ¿cómo empezó todo? Ante todo, partiéndonos de risa. Convirtiendo las sonoridades oscuras de la new wave en algo más divertido, cuenta Stefano Righi, alias Johnson, mitad creativa y pro¬ductor del dúo turinés de hermanos fic¬ticios llamado Righeira. Hasta hace poco, los críticos veían en los ochenta sólo los años de la superficialidad, de los pelos teñidos de rubio, de Reagan o el hedonismo. Pero ahora, 25 años después del lanzamiento de Vamos a la playa, el tiempo nos ha dado la razón. Entonces la escena musical italiana consiguió inventar algo distinto por primera vez desde el siglo XVIII, desde la ópera y el bel canto, explica con una seriedad casi surrealista. Distinto al frío y mecánico electrofu¬turismo alemán, más bailable y menos vanguardista que las propuestas dance que llegaban desde Francia, el secre¬to del italo-disco fue en realidad su tre¬menda accesibilidad. El aquí y ahora. El escuchemos y pasémoslo bien. Las pruebas de ese éxito se pueden encon¬trar todavía hoy en las salas de concier¬tos que los Righeira llenan cada fin de semana. Vienen a vernos muchos nos¬tálgicos, gente de nuestra edad, aunque lo sorprendente es que también gusta¬mos a los adolescentes y, sobre todo, a muchísimos treintañeros. Fuimos una parte importante de la banda sonora de su infancia y nuestra música les suele despertar recuerdos y emociones. Por eso creo que funcionó. La clave fue in¬tentar experimentar sin tomarnos de¬masiado en serio. De la misma manera, las experimenta¬ciones de Moroder, una especie de com¬positor solitario, virtuoso del teclado electrónico crecido en medio de los Al¬pes y considerado como el ideólogo del género, inspiraron a decenas de gru¬pos. Gaznevada decidieron abandonar el punk tras escuchar sus trabajos, entre los que se encuentran las bandas sonoras de Top gun, Rambo o El precio del poder. Y los boloñeses My Mine acentraron su único álbum, Stone, en las influencias directas de Brian Eno y en el electro-pop de los alemanes Kraftwerk. Precisamen¬te, un puñado de disc jockeys alemanes, escandinavos o estadounidenses se man¬tuvieron fieles al italo incluso cuando, allá por 1989, todo parecía terminado. Es el caso, por ejemplo, de DJ T., fundador de la discográfica Get Physical Records; los neoyorquinos Metro Area, que cre¬yeron en el revival de los ochenta ya a mediados de los noventa, o el productor noruego Hans Peter Lindstrom, titular del sello Feedelity. Si me dices Italia, yo te contesto Rimini, 1983. Música y cócteles de colorines en el bordillo de una piscina. Chicas sexy con bañadores rosa o azul eléctrico. En realidad, Rimini evoca los mismos escenarios que Salou, Benidorm, Llo¬ret de Mar o Ibiza en plenos ochenta. Porque los alemanes y escandinavos se llevaron el italo también a sus destinos turísticos favoritos: la Costa Brava, las islas griegas Creta y Mykonos y, sobre todo, las Baleares. Allí, por ejemplo, en el verano de 1983, Vamos a la playa sonó cientos de veces en discotecas, bares y chiringuitos, mientras que en Italia se asociaba esta canción a interminables juergas ibicencas. Sin embargo, sus auto¬res nunca estuvieron en la isla. ¿Alguna razón? Otra vez, una especie de irónica seriedad se apodera de la voz de Stefano Righi: Me encantan los torbellinos. Me lanzo enseguida y luego me cuesta salir. Pues eso, tengo entendido que la mezcla Ibiza e italo puede ser el mejor torbellino del mundo ¡Tengo miedo!.

Conseguimos crear algo distinto por primera vez desde la ópera (Johnson Righeira)
Carátula del <i>remix</i> de <i>Teenage color,</i> de College, realizado por el <i>dj</i> británico Russ Chimes.
Carátula del remix de Teenage color, de College, realizado por el dj británico Russ Chimes.

Sally Shapiro y Johan Agebjörn

Escucho italo-disco des¬de que tenía 10 años y es uno de mis géneros favori¬tos. Habla johan agebjörn, productor de la sueca sally Shapiro, uno de los ma¬yores fenómenos under¬ground. Con un solo álbum publicado en 2006, cabal¬mente titulado Disco ro¬mance, han conseguido ganarse progresivamente el corazón de un público heterogéneo que abarca desde el indie-pop hasta la electrónica. Son una de las cabezas visibles del re¬vival italo-disco, un géne¬ro que Johan define como muy electrónico y melódi¬co, a menudo basado en lí¬neas de bajo sencillas de 8 a 16 notas y en cajas de ritmos como la simmons o la Linndrum. Es en la melancolía de savage o valerie dore donde se ins¬pira junto a otras influencias como Pet Shop Boys, el trance de los noventa y el ambient. No creemos que sea necesa¬rio ser totalmente fiel al ita¬lo original . Parece mentira que algo tan aparentemen¬te estudiado naciese acci¬dentalmente. Empezamos con el proyecto de una canción [Ill be by your side] para ver si era posi¬ble recrear ese sonido. Por supuesto, la cosa no aca¬bó ahí. Porque, ahora como entonces, funcionó.

Italians do it Better

El sello estadouniden¬se Italians do it Better na¬ció como una escisión de troubleman unlimited (casa de Glass Candy, Wolf Eyes o Erase Errata), y fue crea¬do a partir del homónimo blog del fundador, mike simonetti. a pesar del nom¬bre, no es un sello estric¬tamente especializado en italo-disco. Tanto simonetti como johnny jewel, produc¬tor de todas las referencias del sello (el imprescindible recopilatorio After dark, en¬tre ellas), han declarado en repetidas ocasiones su des¬precio por el italo más acce¬sible. Su revisión se centra en los albores del género, más experimental.

Valerie, La diva de Nantes

Si metiésemos en un mismo mP3 a john Carpenter, las bandas sonoras de Goblin para dario argento, daft Punk, un videojuego y cualquier éxito del italo-disco, ob¬tendríamos algo parecido al future-disco de valerie. Llamados como la diva del género valerie dore, el colectivo de nantes engloba proyectos mu¬sicales como College y anoraak. Su grafismo, cortesía de los alema¬nes the zonders, y sus ineludibles fiestas dan muestra de una obsesión ochentera bien entendida. Visita valeriecherie.blogs¬pot.com y alucina.

Hercules and Love Affair

Si el inicio del revival ita¬lo-disco se fija en la pu¬blicación del recopilato¬rio del holandés I-f mixed in the Hague vol. 1, en 1999, su fin parece estar todavía lejano. Además de referencias obvias como alexander robotnick, las huellas del género se de¬jan ver en algunas refe¬rencias punteras de la música electrónica actual. ¿Algún ejemplo? El cos¬mic-disco de Lindstrøm and Prins thomas y el house de Chicago revi¬sitado por el debut de Hercules and Love affair. Todos se empapan, por momentos, de puro espíri¬tu italo. ELOI VÁZQUEZ

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