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ÓPERA
Columna
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Para niños de 2 a 200 años

Se busca desesperadamente una ópera para niños o una ópera para todos los públicos. Raras veces se encuentra. Con El diluvio de Noe, de Britten, todo funcionó a las mil maravillas. El teatro Real se vio inundado por un aluvión de gente menuda. Contemplaron el espectáculo con un silencio y una fascinación ejemplares. La dirección musical de Emilio Aragón estuvo en todo. Impuso el tempo conveniente, consiguió que cada sección entrase en el momento que le correspondía, inspiró con su carisma confianza a unos y otros, y consiguió que todo sonase pulcro e inspirado. El equipo escénico no se quedó atrás. Fernando Bernués hizo lo más difícil: ampliar con su planteamiento el abanico de espectadores entre 2 y 200 años. La escenografía de José Ibarrola se movió en el territorio de las ideas mágicas y la poesía de lo cotidiano. Embotelló el agua y elevó a la categoría de lo eterno la captación del instante en forma de pompas. Las botellas, los paraguas, elevaron la belleza plástica. Gabriela Salaverri regaló a los espectadores una explosión de color con su imaginativo diseño de vestuario. Todo se complementaba en una estética superior: ilusionante para niños, seductora para mayores. José Antonio López destacaba como Noe, y Marisa Martins o Mario Gas se imponían como su mujer y como Dios. El espectáculo es espléndido, sabe combinar la inteligencia con la ternura, la sugerencia con la inmediatez, la poesía con la imaginación. El Real cambió de cara y el público del futuro tomó posiciones.

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