_
_
_
_
_
Reportaje:MÚSICA

Un instante de esplendor

La apuesta catalana por la modernidad tuvo a su valedor en Robert Gerhard, introductor del dodecafonismo

Mil quinientos años comparados con la historia del tiempo son apenas un suspiro, pero desde nuestra perspectiva temporal, toda una eternidad. Es por ello que condensar la historia de la música catalana en 90 líneas es tarea harto ímproba. Así pues, lo que sigue es un compendio de lo acaecido en estos 15 últimos siglos, pues la historia completa requiere al menos 2.600 páginas, las que ocupan los 10 volúmenes de la Història de la Música Catalana, Valenciana i Balear que, bajo la dirección del musicólogo Xosé Aviñoa, publicó entre 1999 y 2004 Edicions 62.

Tomemos como punto de partida el siglo VI y el Canon I del Concilio de Girona, celebrado en 517, en el que se fijó la unidad territorial (entonces provincia Tarraconense, siguiendo la denominación romana) de la misa y el canto. Éste es el primer documento conocido que habla de música en Cataluña (La música medieval, de María del Carmen Gómez Muntané, colección Conocer Cataluña, 1980). Hasta la aparición de los trovadores y juglares, en el siglo XII, el arte de la música estuvo en manos de la iglesia, con el monasterio de Ripoll, desde su fundación a mitad del siglo IX, como principal centro de creación y foco a través del que se introducían en la Península las novedades procedentes de Francia.

Musicalmente hablando, la aportación de Cataluña a la evolución de la historia de la música es prácticamente inexistente. Ello no significa, sin embargo, que Cataluña no fuera, al menos durante los siglos XIV y XV, un preeminente centro de creación musical en Europa. El punto de partida de este momento de esplendor hay que fecharlo en la fundación de la casa real de Cataluña-Aragón, con el matrimonio de Estado, en 1137, del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV con Petronila (sólo tenía 1 año), hija de Ramiro II de Aragón. La progresiva influencia de la corona catalanoaragonesa en Europa a partir de ese momento, junto con la intensa labor de mecenazgo y la afición por la música de algunos de sus reyes, en especial Pere III el Ceremonioso (1336-1387), Joan I (1387-1396) y Martí el Humano (1396-1410), convirtieron la corte en un centro musical de primer orden en Europa al que llegaban músicos de todas partes.

El final de este instante de esplendor coincidió con el matrimonio, en 1469, de Ferrando II, conocido como el Católico, con la reina Isabel de Castilla y la creación de España con la conquista por parte de ambos monarcas de los territorios peninsulares en manos de los árabes. De los manuscritos que se conservan del periodo de la Edad Media destacan las diversas versiones del drama litúrgico del Canto de la Sibila, cuya interpretación ha perdurado hasta la actualidad, y El llibre vermell de Montserrat, único ejemplo que se conserva de la música medieval que se hacía en el monasterio de Montserrat, principal centro de creación musical a partir del siglo XVI.

Integrada en España, Cataluña vio en el Renacimiento cómo el centro artístico se desplazaba a la corte española, donde recalaron compositores catalanes como Mateu Fetxa (1485-1553), uno de los principales creadores de la ensalada, curiosa forma musical que mezcla diversos géneros de moda en las fiestas palaciegas durante el siglo XVI. A partir de este momento se inició un largo periodo de tinieblas durante el que los únicos compositores que sobresalieron, formados en la escuela montserratina, fueron Joan Cererols (1618-1676), Antoni Soler (1729-1783), ambos monjes, y Ferran Sor (1778-1839), quien era también un virtuoso de la guitarra y cuyo método para tocar este instrumento (1830) se conocía en toda Europa.

El movimiento de recuperación cultural de la Renaicença, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, empezó a arrojar luz a tanta tiniebla. La vida musical catalana, en la que la ópera ya había calado desde finales del siglo XVIII con el Teatro de la Santa Cruz y a partir de 1847 con la apertura del Teatro del Liceo, se dinamizó con la creación de las sociedades corales por parte de Josep Anselm Clavé (1824-1874), de cuyo movimiento surgió el Orfeó Català, creado en 1891 por Lluís Millet y Amadeu Vives. Su sede, el Palau de la Música Catalana, inaugurado en 1908, no sólo es uno de los monumentos modernistas más importantes de Barcelona, sino también el auditorio que hasta 1999, en que se inauguró una nueva sala de conciertos en la capital catalana, activó la vida concertística. De esta época destacan los dos compositores catalanes más internacionales: Isaac Albéniz (1860-1909) y Enric Granados (1864-1916), ambos seguidores del nacionalismo musical, que dominó la vida musical hasta el primer tercio del siglo XX.

La apuesta catalana por la nueva música del siglo XX, el dodecafonismo y el serialismo, tuvo a su principal valedor en el compositor Robert Gerhard (1895-1970), quien al final de la Guerra Civil se exilió al Reino Unido y se nacionalizó británico. Alumno de Arnold Schönberg, Gerhard, junto a Pau Casals, le convencieron para que se instalara en Barcelona, donde escribió, entre 1931 y 1932, la mayor parte de su ópera Moisés y Aaron, e introdujo en España, a través de Cataluña, el dodecafonismo, que influyó en los creadores hasta prácticamente finales del siglo XX. Aparte de Gerhard, los compositores más destacados del pasado siglo fueron Frederic Mompou (1893-1987), con una obra muy personal influida por la música francesa, y Xavier Montsalvatge (1912-2002), con una creación con influencias nacionalistas, wagnerianas y dodecafónicas. De los compositores actualmente en activo cabe destacar Joan Guinjoan (1931), que en su faceta de director de orquesta contribuyó a difundir en Cataluña buena parte de la creación europea del siglo XX.

Fuera de la música clásica, cabe señalar el movimiento de la nova cançó, que a partir de la segunda mitad de la década de 1950 reivindicó el uso del catalán en la canción. Con el grito de guerra Ens calen cançons d'ara (necesitamos canciones de ahora) se creó en 1961, con el apoyo fundamental de la industria discográfica catalana, Els Setze Jutges, grupo entre cuyos componentes, todavía en activo, destacan Raimon, Joan Manuel Serrat, Lluís Llach y Maria del Mar Bonet, que pusieron música a letras propias cargadas de compromiso social y a los versos de poetas catalanes de todos los tiempos. La influencia del movimiento traspasó Cataluña convirtiéndose en referencia de los nuevos cantautores vascos y gallegos.

<i>Dos páginas de &#39;El llibre vermell de Montserrat&#39;.</i>
Dos páginas de 'El llibre vermell de Montserrat'.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_