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Entrevista:Daniel Alarcón

"Antes la gente desaparecía por problemas políticos y ahora, por motivos económicos"

Ese muchacho que renegó de sus raíces peruanas en Estados Unidos ahora disfruta reencontrándose con su pasado al sentirse como un chamán secreto de la literatura. Frente al ordenador invoca el alma de aquellos momentos sentidos en español pero devueltos a la vida en inglés bajo su firma: Daniel Alarcón (Lima, 1977).

PREGUNTA. Ya son 44 millones los hispanohablantes en Estados Unidos (el 12,2%), su país de adopción desde los tres años, pero usted escribe en inglés.

RESPUESTA. Definitivamente tengo que vivir en un barrio como el mío de Oakland (California) donde se puede vivir sin el inglés. Pero vivo literaria y personalmente entre ambos mundos, y geográficamente me tengo que poner en algún lado. Y, claro, al momento de escribir, mis herramientas literarias y narrativas están en el inglés. Me gusta este idioma por su flexibilidad, porque una prosa fina en inglés es algo realmente bello. Aunque cuando me siento a escribir hago una especie de conjuro o una invocación de todas mis experiencias, me rodeo de su espíritu, y me pongo a dialogar con mis personajes para luego trasladarlos al inglés.

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P. ¿Ha pensado escribir en español?

R. Es por cuestión de tiempo. Escribo más rápido en inglés. Desde los tres años he sido criado y educado aquí, en este idioma, como gran parte de la gente de este país.

P. ¿Qué opina de las llamadas literaturas nacionales?

R. Los textos que más me han influido no son peruanos o latinoamericanos; mi herencia literaria es rusa. No tengo clara una posición al respecto. Tuve la suerte de que no me inculcaron una idea rígida de lo que es una nación. Los escritores, como cualquier creador, se nutren de diversas fuentes y esperan llegar a todos.

Ése es el mundo sin fronteras de este escritor peruano señalado como uno de los mejores narradores jóvenes estadounidenses (según la revista Granta) y latinoamericanos (según el encuentro de Bogotá 39, organizado por el Hay Festival). Pero entremedias, el mapa de Daniel Alarcón está marcado por la emigración. Con tres años, sus padres se fueron a vivir a Alabama, sus amigos eran los hijos de los inmigrantes asiáticos, viajaba con frecuencia a Perú, estudió antropología en Nueva York, viajó por África y Asia, y se reencontró con Perú. Sus cuentos han sido leídos en The New Yorker, sus relatos de Guerra a la luz de las velas (que Alfaguara editará en breve) fue finalista del PEN/Hemingway 2006, y colabora con Harper's, Bazaar y Esquire. Ahora reside en Oakland como escritor visitante en Mills College y prepara su periplo europeo con la presentación de su primera novela Radio Ciudad Perdida (Alfaguara). Al teléfono, y con nueve horas de diferencia, la voz de Daniel Alarcón suena cavernosa tras una fiesta de recogida de fondos para las víctimas del terremoto en Perú, hasta volverse sólida cuando habla del conflicto armado de su país entre el grupo Sendero Luminoso y el Estado -entre 1980 y 2000, con casi 70.000 muertos- y sus huellas en la gente que han inspirado Radio Ciudad Perdida.

P. ¿Por qué se centró en las esquirlas que deja la guerra en el ámbito más íntimo y cotidiano?

R. No quise escribir una novela con ideologías o de las políticas fallidas que acaban estallando en una guerra. Estos libros ya se han escrito. Para mi generación las ideologías tienen menos vigencia y queremos gobiernos no corruptos que se ocupen de la gente y sus problemas y necesidades. Lo que uno nota cuando habla con la gente de Perú es que sus recuerdos son terribles. Quise escribir ese tipo de novela que llevaba lo político a un escenario familiar, a un ámbito más privado. Originalmente eso es lo que hace un novelista, yo no estoy escribiendo ni teoría política ni análisis sociológico; escribo una novela y mi intención es conmover, no llegar a la gente con doctrinas o dogmas.

P. Así muestra la angustia y el vacío que dejan los desaparecidos en quienes los esperan.

R. No iba a escribir sobre desaparecidos políticos. Quería escribir sobre la emigración y sus diferentes motivos. Antes la gente desaparecía por problemas políticos y ahora desaparece por motivos económicos o sociales. Se va de un pueblo porque no tiene trabajo, y se va a un centro urbano caótico, contaminado, violento, diferente de su vida. Ya no es Macondo con su vida pastoral en un pueblito, sino llevar esas culturas y herencias a un paisaje urbano y globalizado con gente que vive en varios siglos a la vez. Ése es el tipo de desaparición que quise retratar.

P. Esa huella cruza la novela.

R. Lo que también se alude es la emigración hacia el Norte. Eso termina siendo lo que define a una ciudad como Lima; esos movimientos constantes. Gente que llega de provincias, gente que se va de Lima al gran Norte. ¡Es increíble! Lima es una continua fiesta de despedidas. Viviendo allí, sí o sí vas a ir a esas fiestas porque alguien se va del país por algún motivo, y en todas las clases sociales. La emigración ha estado presente en mi vida, la ha marcado, y así lo reflejo en mis textos, el estar en territorio de todos y de ninguno, que además es el presente del mundo.

P. También crícia cómo, a veces, los medios de comunicación manipulan las emociones de la gente para conquistar más público.

R. Aquí los medios, por ejemplo, siguieron el juego de Bush con temas como la guerra de Irak. Los periodistas se han olvidado de su rol de contestatarios hacia el poder; de no creerse todo. Los medios recién están con el sentido de culpa y de que colaboraron con esa guerra. Ha sido una gran decepción para la gente, mientras los problemas reales no tienen la atención y el espacio que merecen.

P. A cambio hay más sucesos alimentando, en parte, el morbo.

R. El opio del pueblo ahora son los sucesos y las celebridades. Britney Spears y el caos y el miedo, pero que no tenga fondo político. El miedo y el sexo sigue siendo lo que más vende. Es escalofriante pensar que la gente prefiere hablar de esas cosas antes que sobre la guerra o situaciones que afectan a sus vidas de verdad, parecen más preocupados por asuntos ajenos.

P. Usted escribe en una oficina y no en su casa, ¿por qué?

R. Vivo en una especie de loft, pero es muy bonito salir a la calle. Mi oficina está en el centro de Oakland y voy hasta allí en tren o en bicicleta. Me gusta observar a la gente en esos trayectos, es divertido. Ver qué leen en el tren, cómo se comportan. Compruebo que mi vida es sólo una más, y que lo mío no es tan importante. Voy a trabajar como todos los demás. Ver eso me da tranquilidad.

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