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Columna
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Boca abajo

Manuel Rivas

Según el Talmud, Dios inventó el ser humano para oírle contar cuentos. Ésta es una. Otra: Dios, previsor, temeroso de un Alzheimer divino, creó al ser humano para depositar en alguien la facultad de recordar. En el móvil, algunos mensajes llegan hoy desde lo desconocido. Son graffitis electrónicos. Uno dice con humor: "De este mundo no podemos caernos". Otro informa con horror: "Día Mundial de los Desaparecidos. En España, todavía 30.000 cadáveres secretos en fosas comunes. Exige justicia para ellos". La conciencia es digital. Andrés Crespo, arqueólogo, está acostumbrado a que la memoria trabaje con los dedos; por eso se le han trabado las rodillas y usa muletas para andar, tantas horas hincado en la húmeda fosa. Pero hay que seguir con paciencia infinita la grafía de los huesos. Un muerto lleva a otro. Una costumbre vikinga aconsejaba sepultar el cuerpo boca arriba. Y la boca era lo último en cubrir, por si el difunto tenía una última palabra. En las fosas españolas muchos cuerpos fueron colocados boca abajo, para que no hablasen nunca. En Gordaliza del Pino, entre dos esqueletos humanos apareció el de un perro con orificios de bala. Los asesinos no querían ninguna clase de testigos incómodos. En Fonsagrada, este agosto, los 11 cuerpos estaban boca arriba, engarzados los unos en los otros como un gran amuleto de la montaña. Estaban colocados con una cierta voluntad de estilo, quizá porque los enterradores habían sido niños campesinos, llevados a la fuerza ante la ausencia de los adultos. Se pudo llegar a esa fosa, al lugar secreto, gracias a un romance que la gente cantó durante 70 años en voz baja. Bruce Chatwin contó que entre ciertos aborígenes australianos había un tipo de caminos que sólo se podía andar siguiendo los pasos de un cantar. Los caminos de la canción. La copla de Fonsagrada tenía razón. La estrategia de la memoria es sorprendente. Nunca ningún juez investigó esas coplas. Nunca se investigó un crimen del thriller franquista. Son un puñado de gente, de voluntarios civiles. Desde el año 2000 han exhumado 75 fosas y recuperados los cuerpos de 1.024 desaparecidos. Javier Ortiz, arqueólogo, excava la impunidad oculta con un modelador de dentista, del tamaño de una estilográfica. Esa herramienta ha trabajado más por la justicia que todo un Estado.

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