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Dos películas basadas en pequeños bocados de realidad cumplen el modelo de Cinema Jove

Si un espectador que desconociera la filosofía cinematográfica de Cinema Jove se hubiera acercado ayer por el festival, habría salido con una impresión muy cercana a la realidad de un certamen que tiene, sobre todo, un modelo. Una suerte de clon que se repite, con ligeras variantes, año tras año, en la sección oficial. El de una película con varias líneas argumentales, alejadas de la narrativa tradicional, y que, en definitiva, cuenta poco. Un filme compuesto por pequeños bocados de realidad (mejor dicho, de ficción), que dura lo que su autor quiere que dure y que termina sin clausurar ninguna de las tramas que ha abierto en su transcurso. Lo cual no obsta para que la mayoría de esas películas tenga una calidad muy superior a gran parte de las que se exhiben en las salas comerciales.

Es el caso de Matsugane rancha jiken, del japonés Nobuhiro Yamashita, quien, con este filme ha batido el récord de presencias en Cinema Jove con tres participaciones en la sección oficial. Un cadáver que no es tal, unos lingotes de oro, malhechores de broma y un policía que parece sacado de una película de Jacques Tati, son el esqueleto alrededor del cual gira una cinta que está a medio camino entre las obras que los hermanos Coen ambientaron en la América profunda y los más disparatados filmes del inclasificable director nipón Takashi Miike. De un hermetismo que hace que el espectador siempre se encuentre al borde el bostezo, la película de Yamashita contiene momentos brillantes, derivados de lo absurdo de muchas de sus situaciones, pero su ritmo cansino acaba por diluir la mayoría de sus logros.

Algo parecido se puede decir de la cinta croata Ajde, dan... prodji..., de Matija Klukovic. Aquí los elementos que se mezclan en el collage son dos ancianos, una poetisa, una obra de teatro y una pareja con problemas de insatisfacción vital y sexual. Todos están unidos, según su director, por "un vínculo emocional que tiene que ver con la indiferencia y la pasividad". Y ese es su peligro. Que el público, influido por el tono excesivamente pretencioso de sus diálogos, termina por contagiarse de esa indiferencia hasta el punto de desear que, de alguna manera, se ponga fin a tanta disquisición sobre la nada. Lo que no evita que la película de Klukovic contenga algunas historias brillantes, surgidas de la mente de un creador que, con sólo 25 años, apunta talento para convertirse en un futuro director de cine con mayúsculas.

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