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Columna
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Bagdad en Madrid

Espero que muchos de ustedes hayan podido disfrutar del ciclo de cine Creación bajo las bombas: Palestina, Irak y Líbano, programado durante esta semana en el Círculo de Bellas Artes. La verdad es que cuando la joven e inquieta Laila Hotait, comisaria del evento, me habló tiempo atrás de la selección de cortos que había hecho el profesor de cine de la Escuela de Bellas Artes de Bagdad, Hamodi Jasem, se me cruzaron los cables. ¿Cómo podía ser posible que aún funcionase una Escuela de Bellas Artes en esa ciudad que vemos en los telediarios bombardeada y acribillada hasta la extenuación? ¿Aún quedaba alguien en medio de ese sangriento caos que se interesase por algo tan banal como el cine? Y más todavía, ¿había alguien allí haciendo películas?

¿Aún quedaba alguien en medio de ese sangriento caos que se interesase por algo tan banal como el cine?
Según contó en el Círculo Hamodi Hasen, cada día es peor que el anterior. Ya no se sabe quién es el enemigo

De pronto, esas personas anónimas que acababan de saltar por los aires en las imágenes de la televisión o que pasaban por algún paraje medio derruido, personas mezcladas con soldados, personas que parecían los extras de una tragedia sin fin, resulta que tienen una vida como la nuestra en su cabeza, que necesitan preservar. Estudiantes que intentan hacer los exámenes o tocar la guitarra. ¿Cómo viven las mujeres? ¿Pueden darse lujos como ir a la peluquería? ¿Cómo se las arreglan para ir los niños al colegio? ¿Y para celebrar una boda? ¿Y para ligar?

Gracias a Internet y a YouTube también nos enteramos del esfuerzo titánico de unos chicos y chicas (que nunca se ven en las noticias) por no perder los mejores años de su vida sumidos en la desesperación, por conservar una apariencia de normalidad en sus camisetas, sus vaqueros, los amigos y la risa espontánea que nace de tener todo un hipotético futuro por delante. No quieren limitarse a sobrevivir y evitar que los maten, quieren sentir que viven con todas las de la ley y quieren que el mundo lo sepa y les conozca, y por eso cuelgan sus vídeos en Hometown Baghdad (www.hometownbaghdad.com). Desde sus vídeos se nos hacen reconocibles y familiares como si salieran de un tumulto lejano.

En la primera de estas líneas he usado la palabra "disfrutar" con cierta inseguridad por si daba la impresión de frivolidad en cuanto al dolor ajeno, pero la he dejado porque a quienes han rodado sus historias en condiciones tan imposibles lo que más les gustaría es que disfrutásemos de ellas. No sólo por la falta de material, sino por lo peligroso que es andar con una cámara por la calle y porque desde hace un año lo que ya no se puede es salir a la calle.

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Según contó en Madrid Hamodi Hasen, cada día es peor que el anterior sin que sepa uno cómo protegerse porque ya no se sabe quién es el enemigo. Es casi un deber atender a algo que se hace con tanto esfuerzo y pasión, porque la libertad de expresión no consiste sólo en expresarse, sino en que alguien escuche, que alguien lea, que alguien haga caso. De hecho, en algunas de las cintas que se pasaron en el ciclo se pedía la atención del espectador hablándole, dirigiéndose a él, en un intento de decir: yo no he elegido esto, no me veas con indiferencia, mírame.

También he usado la palabra banal referida al cine. Pues mal hecho, porque en un país en que sus archivos, sus bibliotecas y su memoria han sido arrasados, al menos el presente tiene un modo de conservarse. El arte no es sólo lo que está en los museos, en las exposiciones, en las salas de cine, ni es cosa de gente especial. El arte es lo que uno hace con lo que la vida le da o le quita, es consustancial a la sociedad, su manera más humana de expresarse, lo que ocurre es que algunos con poco hacen mucho, y otros con mucho no hacen nada.

La escasez con que los iraquíes han trabajado ha condicionado el resultado. El único largometraje en 35 milímetros que, por ejemplo, se realizó desde la ocupación a la caída de Sadam, Underexposure, se rodó con una cinta virgen que llevaba guardada en un cajón 20 años. Ahora, la película conserva el color de los años que han pasado por ella y el color de los años de embargo que el país ha sufrido. Tiene un tono ligeramente amarillento nunca visto, original, el color auténtico del paso del tiempo, que nunca ha de ser olvidado.

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