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Columna
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Ironías

Nicolas Sarkozy está teniendo un arranque fulgurante y no deja de sorprendernos: ministros y altos cargos procedentes del partido socialista; paridad en la composición de un Gobierno que debía serlo de François Fillon pero que es suyo; foto con sus féminas a lo Zapatero; viaje relámpago a Berlín el día mismo de su nombramiento, como para dar a entender que se hacía cargo del Continente; inicio de su agenda gubernamental ni más ni menos que con las organizaciones ecologistas; carreritas matutinas en compañía de su primer ministro.

Uno de sus gestos más llamativos el día de su nombramiento fue su homenaje en el Bois de Boulogne a los resistentes franceses contra el nazismo, en especial el que rindió a Guy Moquet, el joven comunista de 17 años ejecutado por el Gobierno de Vichy. Del joven Moquet se conserva la carta de despedida que dirigió a sus padres, carta que a partir de ahora se leerá al comienzo del curso en todos los centros escolares franceses. ¿Para qué causa morirá en adelante Guy Moquet y cuál fue aquélla que lo llevó a la muerte con orgullo? Viciosa pregunta la mía cuando de lo que se trata es de tener una causa, un sentido, un compendio de valores que den una finalidad a nuestra vida y la hagan meritoria. Pero el hecho de que el modelo elegido fuera un miembro de la Resistencia -que fuera comunista es lo de menos- no es un dato anecdótico.

Que el modelo elegido por Sarkozy fuera un miembro de la Resistencia no es un dato anecdótico
Gallardón recurrió a una moralidad que nadie cuestionaba para encubrir otra que sí requería explicaciones

A Sarkozy no le gusta nada el arrepentimiento, al que fue tan aficionado su predecesor Chirac y que resultó muy pernicioso para el orgullo nacional francés. Francia, de pronto, se despertó convertida en colaboracionista y con su célebre Resistencia reducida a la nada. "Francia no ha cometido ningún genocidio", ha declarado Sarkozy, y ahí puede estar Guy Moquet para remediarlo, además de para inspirar a una juventud alegre y combativa. El nuevo presidente francés tiene fama de ser un genio de la retórica y quizá no debamos dejar de lado el hilo retórico para comprender su actuación política. Primera operación irónica: el pasado utilizado para velarse a sí mismo.

Feminista, socialista y musulmana, la danesa Asmaa Abdol-Hamid puede convertirse en la primera parlamentaria en ser partidaria y defensora del hiyab o velo islámico. Entre los varios argumentos que utiliza para defender su actitud, me ha llamado éste la atención: "Con el hiyab me siento más libre...Yo no quiero que se fijen en mí por ser mujer o por mi aspecto físico; quiero que se tenga en cuenta mi talento". Criticada por algunas organizaciones feministas de su país, Asmaa recurre ahí a un argumento que puede parecer feminista para defender un objetivo que en absoluto lo es.

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El ocultamiento del atractivo de la mujer ha sido un medio de sellar su pertenencia al hombre, quien garantizaba de esa forma su posesión. La liberación del cuerpo de la mujer, de su atractivo físico, ha constituido un hito fundamental en la lucha por la emancipación femenina. Cubrirlo no supone revalorizar otras cualidades, como la inteligencia, que en ningún caso está reñida con la posesión de la belleza, prejuicio este último que sí debe ser combatido. Aunque me inclino a pensar, con Asmaa, que el uso del velo ha de ser considerado una opción privada -si bien ya no tengo tan claro que deba ser permitido en las instituciones públicas-, de lo que no me cabe duda es de que no hay velo en el mundo que pueda otorgar la inteligencia a nadie.

Pretendiendo esgrimir un argumento liberador, Asmaa reenvía a la mujer a unos arcanos de los que, afortunadamente, se estaba liberando. El cuerpo de la mujer no es un atributo del hombre, sino una posesión de la mujer, una posesión además no genérica, sino individualizadora. Negarlo para tratar de defender no se sabe qué, no pasa de ser otra intervención irónica.

Magnificar la menor puede ser una forma muy hábil de derrotar al adversario. Fue lo que hizo Alberto Ruiz Gallardón con Miguel Sebastián al recurrir al honor personal y a la privacidad para así construir un velo que lo protegiera de lo que sólo afectaba a su publicidad. Ignoro si están bien fundadas las insinuaciones de corruptela de las que fue objeto el alcalde de Madrid por parte del candidato a sucederle. Lo que si tengo claro es que la derecha española, con suspirillos de monja, recurrió a una moralidad que nadie cuestionaba para de ese modo encubrir otra que sí requería explicaciones.

He ahí otra inversión irónica que denota todo un estilo de hacer política. Consiste en victimizarse por un pedo que nadie olió y acusar a los demás de depravados antes de que puedan decir esta boca es mía. Y llevan así varios años. Yo, desde luego, no pienso votar en blanco.

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