_
_
_
_
_
Reportaje:

La hora del baño

El señalamiento en el campo ha acabado con el baile de camiones

Antonio Lorca

Antonio Pulido, uno de los presidentes de la plaza de toros de Sevilla, afirma con rotundidad que el señalamiento en el campo de los toros que se van a lidiar en la Maestranza, previsto en el actual reglamento, es un éxito total, y que con esta nueva práctica se han acabado los bailes de camiones cargados de reses rechazadas camino de la dehesa.

Dentro de los dos meses anteriores a la fecha del espectáculo, los equipos gubernativos visitan las distintas ganaderías anunciadas, reconocen diez o doce toros preparados por el ganadero y elaboran un dictamen en el que se señalan los toros que se descartan -sólo esta decisión tiene carácter vinculante-, los que se aprueban a la espera del reconocimiento definitivo en la plaza y las reses que deben ser objeto de seguimiento en el campo.

Mientras el presidente anota, los vaqueros intentan que el animal se mueva
Sólo el criterio unánime del equipo veterinario tendrá carácter vinculante

Pulido asegura que este trabajo se realiza sin presión alguna por parte del ganadero o de la empresa, agiliza el reconocimiento de los toros y evita las largas sesiones en los corrales de la plaza que se producían hasta la entrada en vigor del reglamento andaluz. "Recuerdo que un día de feria estuvimos viendo toros desde las doce del mediodía hasta las dos de la madrugada, y, afortunadamente, podemos decir que eso ha pasado a la historia", dice el presidente sevillano.

Estos comentarios los hacía Pulido el pasado domingo, tras el reconocimiento de nueve toros de la ganadería de Núñez del Cuvillo. La ceremonia se celebró por la noche porque los alrededores de la Maestranza estuvieron ocupados por la mañana por los coches de caballos que participaron en una exhibición.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Unos potentes focos de luz blanca iluminan un corral cuadrado de cortas dimensiones, bordeado por largos burladeros de cemento. Los toros pasan, uno a uno, desde el camión a la báscula, y de ésta al corral. Abajo, están Eduardo Canorea, uno de los dos gerentes de la empresa, el delegado gubernativo y dos veterinarios; arriba, en una balconada, el presidente; Ramón Valencia, el otro gerente, un tercer veterinario, representantes del ganadero y de las cuadrillas y un reducido grupo de aficionados.

Si pide absoluto silencio. Y una voz en off que surge del interior da la noticia: ¡Toro va! Y sale el animal, impresionante visto desde arriba, sorprendido y desafiante, quizá asustado del espacio y la luz. Y antes de que levante la cabeza nota en su testuz el agua refrescante de una manguera que le recorre el cuerpo y que el toro acepta con agrado; o eso es, al menos, lo que parece.

Mientras el presidente anota sus impresiones en una libreta, los vaqueros intentan que el animal se mueva, y comienza así un rito verbal curioso y ancestral, basado en sonidos guturales de imposible transcripción pero, por lo visto, de fácil comprensión para los toros, porque, antes o después, conseguían el efecto deseado. Los llaman desde los burladeros, y procuran que no derroten para evitar lesiones en los pitones.

El primer toro queda lustroso, pero se niega a abandonar el corral. Salen ocho cabestros temerosos que dan vueltas alrededor de él, hasta que huyen despavoridos; sale a cuerpo limpio el cabestrero, provisto sólo de una vara, y le ordenan que no se la juegue. Ante la terquedad manifiesta del animal, optan por que le acompañe un segundo toro. Parece que se reconocen y se saludan con cordial animalidad. Agua y limpieza para el visitante, y juntos, fresquitos y limpios, deciden abandonar el recinto.

Así, uno tras otro, hasta los nueve previstos. Tras el reconocimiento, reunión por separado de las distintas partes, y encuentro posterior entre todos para la exposición de pareceres. Sólo el criterio unánime del equipo veterinario sobre la edad, el peso y las condiciones sanitarias de las reses tendrá carácter vinculante para el presidente. Éste escuchará las opiniones del empresario, el ganadero y los representantes de los espadas y resolverá lo que considere sobre la idoneidad de los toros.

Elaborado el preceptivo informe, los toros quedan bajo la absoluta responsabilidad del ganadero. Para ello, el mayoral se instala en unas dependencias acondicionadas con literas y cuarto de baño. Él velará por la integridad de sus toros hasta el inicio del espectáculo.

El presidente Antonio Pulido insiste en que las negociaciones con las empresas son muy fluidas, y que el señalamiento en el campo ha evitado las tradiciones discusiones que protagonizan antaño el reconocimiento en la plaza.

Limpios y aprobados, los toros salieron al ruedo. Y Morante y Talavante triunfaron. En ambos casos, Pulido sacó los dos pañuelos blancos -indicativos de que concedía las dos orejas- al mismo tiempo. "Lo tenía muy claro", dice, "sé que ha habido desacuerdos, pero la decisión estaba tomada".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_