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Columna
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El año del jamón

Hoy celebran los chinos, en su cómputo, la entrada de un nuevo año, el Año del Cerdo. Es difícil precisar cuántos orientales brindaron anoche en Madrid y se desearon felicidad, pero fueron varios miles, casi todos los cuales tienen presencia activa aquí. Fuenlabrada y Santa Coloma de Gramanet (Barcelona) son las dos poblaciones con mayor concentración china de España. En la capital (además de dar cambiazos a barrios típicos como Lavapiés, y controlar naves industriales de diverso calibre en el extrarradio) se diseminan por el centro y barrios populares: restaurantes; tiendas de todo a 100 (tan inefables como necesarias); ultramarinos (disfrazados de frutos secos); jóvenes risueños de ambos sexos vendiendo por los bares mercancías sorprendentes... Los chinos son muy discretos. Están por doquier sin molestar, ofreciendo. Pueblo ejemplar.

Aprovechando la sutil presencia china en nuestra cotidianeidad, lo inteligente sería aprender de su cultura fascinante y realista. Están dando ideas al pequeño comercio de Madrid, que pasa por horas muy críticas. El estilo chino es punto de referencia para la solución de muchas tiendas de barrio que perecen melancólicamente ante la competencia de los grandes espacios comerciales, cada vez más omnívoros. Se cierran comercios de toda la vida, pero los chinos saben rentabilizar esos locales flexibilizando horarios y ampliando ofertas, es decir, trabajándoselo mucho durante muchas horas y siendo amables con la clientela, cosa fundamental para que funcione cualquier tipo de negocio.

Dejarse engañar como un chino no es lo que la gente piensa. Marco Polo (1254-1324), al ver que sus interlocutores de ojos rasgados contestaban siempre con sonrisas, interpretó que accedían a sus propuestas. A veces era lo contrario. Los chinos, mientras ríen por fuera ceremoniosamente, maquinan por dentro astutamente su estrategia. Saben mucho de murallas.

Cuando en las próximas elecciones un candidato prometa milagros, contéstele usted: "¡Naranjas de la China!". El Año del Cerdo debieran aprovecharlo algunos para reconciliarse con la humanidad y firmar el manifiesto del jamón: "Yo era un cerdo, pero me curé".

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