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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un hombre entra en la farmacia y dice...

En la farmacia de la esquina he comprado muletas, compresas, algo para la gripe, aspirinas, alka seltzer, algo para la afonía y un sinfín de productos humillantes que ustedes no sabrán nunca y que mis cuatro amigos farmacéuticos mantendrán siempre en secreto. Ellos (tres chicas y un chico) lo saben todo de mí: si me emborracho, si tengo gripe o si tengo una vida sexual intensa. Espero que si alguna vez necesito el test del embarazo sean también ellos quienes me lo vendan. Así que les debo un homenaje. Me voy a echar el rato a su botica.

"Un hombre entra en la farmacia y dice: ¿tienen preservativos?". Así empieza el chiste, pero ¿todavía sigue siendo verdad? Mis amigos me explican que ya no es así. Al contrario. "Antes, te pedían chicles y otras cosas para disimular, pero ahora alardean. Te dicen: 'Los quiero de sabores'. O 'Los quiero de la talla XXL, que si no, los rompo'. Luego ya ves que exageran". En cambio, pedir Viagra sí que les da apuro. "Primero notas que el señor mira, a ver si hay un hombre despachando. Y no falla, va hacia él. Le da la receta en un rincón... El problema es si la receta no especifica la dosis. Entonces tienes que preguntar...". Los cuatro mueven la cabeza mientras me aclaran: "Es que, a veces, los farmacéuticos parecemos la Gestapo. Tenemos que preguntar...". Y lo compruebo cuando unas chicas entran a comprar Frenadol. "¿En cápsulas?", pregunta el farmacéutico. Y a continuación: "¿De quinientos?".

A mi alrededor hay un montón de productos que me compraría compulsivamente. Hay uno, que se llama Intelectum, que no me iría nada mal. En cambio, no sé si sabría qué hacer con el Durex play vibrations pleasure max. Pero seguimos hablando. Me confiesan que los momentos más cómicos de su jornada laboral se producen cuando los maridos entran a comprar productos para sus esposas: como las compresas y los tampones. "Entonces, pobres, les ves sufrir", se compadecen ellas. "Porque claro. Les tienes que preguntar mil cosas. ¿De día o de noche? ¿Con alas o sin alas? ¿Regulares, súper, súper plus o normales?". Y parece ser que algunos se colapsan tanto que al final se van de vacío. Aunque también hay casos exagerados. Como el del marido dudoso que va a comprar algo sin importancia para su mujer, como crema de manos o un cepillo de dientes y, al final, termina llamándola por teléfono para no meter la pata. "Cuando le preguntas si quiere el cepillo suave, medio o duro ya es hombre muerto", se ríen. "Y no digamos el color. Te dice que no sabe qué color va a querer su mujer y que es mejor preguntarle". En cuanto a las señoras, también provocan momentos inolvidables. Me cuentan uno: "En esta farmacia somos un poco ecológicos y, a veces, nos desesperamos porque te viene una señora con un bolso enorme a comprar un paquete de chicles y ¡te pide una bolsa!". Eso me hace recordar que cuando yo era pequeña, en el colmado de mi pueblo te envolvían las compresas con papel de periódico para que no se vieran.

Pero, naturalmente, lo más divertido de cualquier oficio son los nombres tan equivocados con los que los foráneos bautizamos los productos. En el caso que nos ocupa, parece que nos gusta dar rienda a nuestra creatividad a la hora de llamar a las cosas por su nombre. Yo misma, sin ir más lejos, tengo una tendencia absurda a confundir el Gelocatil con el Gelocolocatil. Pero no soy única. Esta medicina también se rebautiza a menudo como "Zulocatil". Claro que, según mis amigos, esto no es lo mejor. Muchas veces, para pedir unos caramelos de eucalipto a las hierbas suizas, se los piden "a las finas hierbas". Aunque lo que más problemas produce son las EFG, es decir: las especialidades farmacéuticas genéricas. Los medicamentos genéricos, vamos. Según me cuentan, estos medicamentos genéricos han sido nombrados con apelativos tan novedosos como medicamentos transgénicos, medicamentos genéticos y medicamentos ibéricos.

Ya puestos, les pregunto si en Navidad se venden más las sales de fruta, por los excesos, y me contestan que sí, pero no mucho más. Que, sobre todo, hubo una época en que corría el bulo de que algunos medicamentos para la resaca servían para no dar positivo en los controles de alcoholemia y entonces sí se vendían. "Explicar que no es cierto sirve de poco", se quejan. "La propaganda dice: 'Consulte a su farmacéutico', pero debería añadir: '¡Y, sobre todo, no le haga ni caso!".

Veo como los clientes tratan con ellos. Personas mayores que les explican lo que les duele y les dicen: "Toque, toque lo que me ha salido aquí" o "mire, mire, qué cicatriz...". O personas de toda clase y condición que les hacen la misma pregunta. "¿Cómo puede ser que entendáis la letra de las recetas?". Para esto, tienen una respuesta. "Es que nosotros jugamos con ventaja. Sabemos los nombres de los medicamentos y vosotros no". Les dejo porque están atareados. Pero antes de que me vaya, me recuerdan algo que es de vital importancia. ¡Lo de los supositorios! ¿Saben ustedes ponerlos bien? Para entendernos, si el supositorio es como la torre Agbar, la parte de arriba de la torre no es la que entra primero. Lo que entra primero es la base. La punta de la torre tiene esta forma precisamente para que no salga. Continuará.

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