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Columna
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Razones de un éxito

Hace unos meses, el ministro de Administraciones Públicas comentó de manera reservada al secretario general de Comisiones Obreras antes de que éste pronunciara una conferencia en el Club Siglo XXI, que Cataluña no estaba todavía madura para que un charnego se convirtiera en presidente de la Generalitat. Es obvio que se equivocaba, de la misma manera que lo hacía también el candidato a la presidencia de dicha institución por CiU, Artur Mas, al atribuir a la política seguida por su propio partido el que José Montilla pudiera aspirar a ser presidente de todos los catalanes.

Cataluña estaba madura para tener un presidente no nacido en Cataluña, pero no por una concesión graciosa de los nacionalistas catalanes, sino por razones completamente distintas. Buena prueba de ello fue el vídeo con el que CiU abrió esta última campaña electoral, en el que se transparentaba una suerte de "derecho natural" a la ocupación del Gobierno por parte de los nacionalistas de CiU, derecho que habría sido contrariado de manera espuria en las pasadas elecciones y que debía ser reafirmado por los ciudadanos en estas nuevas elecciones.

Las razones que han permitido que José Montilla se haya convertido en presidente de la Generalitat tienen diverso origen. Algunas arrancan de antes de la transición. Fueron muchos los andaluces que, como José Montilla, contribuyeron a mantener viva la reivindicación de la autonomía para Cataluña durante el régimen del general Franco. Desde la perspectiva autonómica, es seguro que José Montilla no tiene menos legitimidad que Artur Mas o que cualquier otro dirigente nacionalista para poder presentar su candidatura a la presidencia de la Generalitat.

Otras tienen que ver con lo ocurrido desde la transición, una vez entrada en vigor la Constitución. Ha sido la conducta de los centenares de miles de andaluces en Cataluña los que se han ganado el respeto de todos sus conciudadanos y los que han contribuido decisivamente a que el catalanismo no se convirtiera en una línea de división de la sociedad que hiciera imposible la convivencia. De una manera lenta pero progresiva se ha conseguido que el debate político dejara de ser un debate fundamentalmente identitario, esto es, en clave nacionalista, para que pasara a convertirse en un debate sobre las políticas en materia de ejercicio de los derechos por todos los ciudadanos y de prestación de los servicios por parte de los poderes públicos. Esto empezó a vislumbrarse en la pasada legislatura con el Gobierno tripartito presidido por Pasqual Maragall y se ha confirmado con el Gobierno de Entessa con el que ha arrancado esta legislatura.

Y otras tienen que ver con algo que ha ocurrido fuera de Cataluña, fundamentalmente en Andalucía. Con la imagen que se tenía de Andalucía en el momento de la transición, hubiera sido muy difícil que un andaluz hubiera podido llegar a ser presidente de la Generalitat. Ha sido el cambio que se ha producido en la forma en que Andalucía se proyecta hacia fuera, que no ha dejado de mejorar y que sigue sin dejar de mejorar de manera perceptible desde el acceso a la autonomía por la vía del artículo 151 de la Constitución, uno de los elementos que ha permitido que un andaluz, como José Montilla, pudiera aspirar a la presidencia de la Generalitat. En este sentido, creo que la victoria de José Montilla la podemos considerar como una victoria nuestra. Es una confirmación de lo que hemos hecho desde que conseguimos alcanzar primero y ejercer después el derecho a la autonomía en el máximo nivel que permite la Constitución.

En esta semana lo estamos pudiendo comprobar en la Feria del Libro de Guadalajara. Andalucía puede competir hoy en condiciones de igualdad con cualquiera de las demás comunidades autónomas en un escaparate cultural tan exigente como este. Hace diez o quince años hubiera sido difícil y hace veinte imposible. Este ha sido el resultado del ejercicio del derecho a la autonomía. Y de él deberíamos sentirnos orgullosos todos, en lugar de reaccionar de manera miserable ante éxitos indiscutibles.

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