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LOS RETOS DE LA TRADUCCIÓN LITERARIA

Autores con dos lenguas, ¿traducir o reescribir?

Miguel Ángel Villena

ALGUNOS ESCRITORES tienen la posibilidad, el privilegio, de escribir en dos lenguas con la misma facilidad, con idéntica riqueza de expresión. Estos autores bilingües, que en la práctica han contado con dos lenguas maternas, dudan entre encargar las traducciones de sus libros a otras personas o bien sucumben a la tentación de asumir ellos la traducción con el consiguiente riesgo de reescribir el texto. Se da incluso el caso de la mallorquina Carme Riera (1948), catedrática de Filología Española en la Universidad Autónoma de Barcelona, que escribe sus novelas en paralelo, al mismo tiempo en catalán y en castellano. "Si me traiciono, me traiciono a mí misma", comenta con ironía tras recordar que las peleas con su traductora al castellano fueron constantes. "Además era una amiga y preferí no perder la amistad", apostilla.

De todos modos, la opción de Carme Riera, ganadora del Premio Nacional de Narrativa en 1995 por Dins el darrer blau, no resulta habitual y muchos de los escritores que publican en catalán, en gallego o en euskera son partidarios de que profesionales de la traducción se encarguen de verter sus obras en un castellano que ellos conocen a la perfección. Algunos, como el catalán Quim Monzó, encargan sus traducciones al castellano a otros colegas, en este caso a Javier Cercas. De hecho, son numerosos los autores que compaginan la creación literaria con las traducciones.

Manuel Rivas (A Coruña, 1957), con una narrativa que ha sido traducida a más de 20 idiomas, declara que escribe originalmente en gallego porque fue "su primer amor", pero reconoce también una relación erótica con el castellano. "Para mí", afirma, "escribir responde a un deseo y ese impulso lo encuentro en los dos idiomas. Ahora bien, traducir significa, sin lugar a dudas, volver a escribir, y en esa medida representa para mí un riesgo y a veces una insatisfacción volver a internarme en un texto". Rivas cita el ejemplo de un pasaje de En salvaje compañía, con un caballo como protagonista en el que se planteó cambiar un fragmento al traducirlo al castellano.

"En definitiva", manifiesta el que fuera ganador del Premio Nacional de Narrativa en 1996 por ¿Qué me quieres, amor?, "me cuesta mucho ponerme el traje de traductor y por eso me inclino por un profesional que aborde la traducción con más distancia. Desde hace años tengo una gran confianza en Dolores Vilavedra con sus traducciones de mis novelas al castellano". Rivas se ríe cuando subraya su actitud sensorial ante la escritura y evoca la emoción que le produjo ver traducida La lengua de las mariposas al japonés. "No entendía nada, claro, pero era muy bonito ver escritas tus palabras con dibujos".

Otro Premio Nacional de Narrativa, que ganó la distinción en 1989 por Obabakoak, otro escritor bilingüe es el vasco Bernardo Atxaga (Asteasu, 1951). No obstante, no tienen nada que ver los problemas de verter una lengua romance a otra con las complejidades de traducir del euskera, "un idioma sin parientes en el árbol lingüístico", como destaca Atxaga. "Tengo dos lenguas maternas, pero son muy diferentes entre sí. Baste decir que el relativo en castellano corre hacia la derecha y en euskera va hacia la izquierda. Entre uno y otro la travesía es como bordear el cabo de Hornos, si bien desde los tiempos de Obabakoak la situación ha mejorado mucho en el País Vasco. El cuerpo de traductores vascos ha crecido de tal modo que ya existen traducciones directas del chino al vasco". Atxaga admite la suerte de tener a su traductora al castellano, Asun Garikano, en la familia, al tiempo que sostiene que una traducción actúa como un espejo que lleva a la tentación de perfeccionar hasta el infinito los textos. "Además un buen traductor está obligado a un trasvase cultural más que lingüístico", observa.

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