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Columna
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Don Juan, el inglés

Lo esperaba, lo temía. Una larga carta de Mary me da cuenta de la muerte de su marido, uno de los más queridos amigos, John Organ. Hacía demasiado tiempo que no tenía contestación mi última misiva, de una correspondencia que ha durado más de 30 años. John era periodista, aunque ese apelativo -tal como está el patio- me suene discordante con su categoría. John Organ fue el corresponsal y responsable de la oficina de la Agencia Reuters en Madrid, durante los años sesenta y bien entrados los siguientes. Le visité en la que fue su última residencia británica, en el precioso pueblo de Canterbury y me llevaba a la inmensa catedral, para enseñarme con orgullo, colgando de una de las altas bóvedas, la bandera de su regimiento. Luego pasábamos ante el altar. "Aquí asesinaron a Tomás", me decía con voz queda, recordando a Tomás Becket. John era católico practicante, o sea, algo que la mayoría de los españoles no sabemos en qué consiste. Lo llevaba más lejos, conocedor apasionado de Juan de la Cruz y de Teresa de Ávila, que amueblaron buena parte de su alma de poeta.

El responsable de Reuters John Organ sintió el traslado a Londres como un exilio
En la calle donde vivió, se organizaba una verbena en honor de este periodista

Era periodista, políglota -raro en un británico- y su amor anterior fue la Italia que conoció a fondo. Y luego, España, Madrid, donde empadronó sus sentimientos. Durante los años que pasó en nuestra ciudad -o la mayor parte de su última estancia- vivió en un barrio de lo que entonces eran las afueras, creo que por la Guindalera, en alguna de aquellas modestas casitas unifamiliares, en una calle donde todos se conocían.

Creo que sus dos hijos nacieron aquí, aquí se bautizaron y en el colegio cercano aprendieron las primeras cosas. Él se había comprado en la sastrería Seseña una capa, que era su abrigo en el invierno, quiso ser madrileño por dentro y por fuera. No casaba del todo con su aspecto. Era hombre fornido, rubio, de ojos azul claro, entre unos párpados algo achinados, como si tuviera que entrecerrarlos ante una claridad excesiva.

Un periodista de primera, confirmado claramente al haber sido designado por la famosa agencia como su delegado en España. Poco se dice, en estos tiempos de memoria ejercida por gente que da la impresión de conocer las cosas de oídas y sólo por una oreja, pero aquella plantilla de corresponsales extranjeros en Madrid, en los últimos tiempos de la dictadura, parece haberse precipitado en el olvido. Poca memoria ha quedado de Jacqueline Darricarrère d'Extchevère, la directora de France Press, en cuyo despacho de la calle de Recoletos se refugiaban españoles buscados por la policía. Su amor a España y sus convicciones democráticas estaban en continua pelea con la estricta imparcialidad que su misión exigía. Jamás transmitió una falsedad. Fraga, reciente ministro de Información y Turismo, cometió la torpeza e injusticia de expulsarla, aunque no es hombre de decisiones violentas, como se suele creer. Estaban Harry Debelius, del Herald Tribune, Hans Haubritch, alemán, ambos se quedaron a vivir en España. Y Nováis y otros.

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John Organ sintió el traslado a Londres como un exilio y siempre que pudo se daba una vuelta por Madrid. En la calle donde vivió, se organizaba una verbena en su honor y había, por lo menos, dos días de fiesta por la visita del amigo de todos. Cuando la salud de Franco declinaba hacia lo irremediable, aparecía John Organ y declaraba a los viejos contertulios de Balmoral -un bar de copas que nada tenía que ver con la realeza británica- "Me siento como un buitre olfateando la carroña". Mi amigo John padeció un cáncer de médula ósea desde hace cinco años y contra él se batió valerosamente. Me dice su esposa: "En el hospital le atendieron con amoroso cuidado... Expiró al amanecer, con nuestros hijos a su lado y, en medio del pesar sentimos la felicidad de saberle liberado de su intenso dolor". Fue siempre un hombre sobrio y templado y Mary comenta que el último día, "cuando ya no podía tomar ni siquiera un poco de sopa, le fue posible, todavía, disfrutar de un sorbo de whisky con agua y dar unas chupadas al cigarrillo, en el jardín donde habían empujado las enfermeras su cama". Con la carta viene una lámina alargada, reproduciendo una alegre y frondosa vegetación. Hay que mirarla con atención para descubrir, junto al resplandor de un árbol cuajado de flores blancas, la figura de mi amigo, tocado con un sombrero de paja y sonriendo.

En muchas de sus cartas y tarjetas, firmaba: "Don Juan, el inglés".

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