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Columna
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Rememorando

Melancólicos y nostálgicos, nos ha dado en estos días por recordar fechas que constituyeron todo un hito: el 70º aniversario del primer Gobierno vasco en plena guerra fraticida, el 75º del voto femenino recién inaugurada la II República. Poco después desaparecería el Gobierno vasco, que fue uno de los gobiernos que menos han durado en la historia y más en la memoria, y no sólo las señoras, sino también los hombres, nos quedamos sin voto tras la victoria de aquellos reaccionarios.

Conformes todos -al menos en esto, espero- en que la guerra la perdimos los rojos, podríamos ponernos de acuerdo en algo más. La derrota no es ningún baldón, porque hay derrotas mucho más dignas y justificables ante la historia que determinadas victorias, como la del Caudillo. Por eso parece ahora, porque la perdimos y la ganaron los otros, que los que la ganamos fuimos nosotros. Fue más digno el perder. Aprenda esta moraleja que entrego gratis en una época en que se piensa todo lo contrario. Aunque lo mejor, lo preferible, es que no la gane ni pierda nadie. Ahora, que si la ganamos, no sé cómo hubiéramos quedado ante el tribunal de la historia. Así que casi es preferible que la perdiésemos.

Aquel lamento clásico -dicho en latín resulta más culto, dónde estaría yo ese día de clase-, "¡ay de los vencidos!", con el tiempo no resulta tan exacto. Posiblemente, en el caso de las guerras civiles que nunca se debieron dar, porque con un poco de paciencia hasta esos conflictos se arreglan -digo conflictos, que no las farsas-, también hay que lamentarse por los vencedores, los cuales lo primero que hicieron fue largar un tupido telón sobre toda la cultura y el pasado que no les interesaba, enseñándonos que no debiéramos hacer lo mismo que ellos. Así, resultó que era más fácil leer a Marx en la cárcel que a Hegel, porque el segundo, según los censores, era el inspirador del liberalismo, auténtico culpable de toda la tragedia humana. Consecuencia de lo del telón es que resurgimos a la democracia en el año 78 más voluntariosos que el Platanito, pero profundamente incultos, y por el temor a otra guerra, auténtica base de todos los regímenes de convivencia más estables que el mundo han sido, del británico al chino, pasando por la UE, nos salió la Transición bastante bien. Pero la incultura es algo que no se solventa con pastillas y el miedo a la guerra civil también se olvida.

Este telón a la hora de recuperar las cosas no nos permite ser muy objetivos, sobre todo cuando esa recuperación se hace desde aviesa postura partidista. Cualquiera pensará viendo las fotos en un determinado periódico del acto que el lehendakari Ibarretxe convocó en Gernika que el primer Gobierno vasco era sólo nacionalista, cuando de hecho fue el único gobierno de concentración, de concentración de los partidos que quedaron en la legalidad. Parecía esta rememoración una puesta en escena de lo que le hubiera gustado a los del actual Gobierno que hubiera sido aquel.

Y del voto femenino qué vamos a decir. Quizás haya que encumbrar todavía más a Clara Campoamor, que lo tomó como una cuestión de principio, la sacrosanta causa de la igualdad revolucionaria, porque hubo insignes compañeras en los escaños de la izquierda que lo contemplaron desde una visión partidista, como un riesgo para sus intereses electorales, esgrimiendo en ocasiones cosas tan peregrinas como la influencia de los confesionarios en las mentes de las mujeres. Afortunadamente, venció el principio de la igualdad al interés partidista, aunque luego la derrota nos quitara ese derecho a todos. Pero fue como el derecho a la libertad de expresión, de opinión, de pensamiento; no se puede ceder por principio, porque se erosionaría todo el sistema democrático.

Así pues, querido lector, cuidado con las rememoraciones; muy pocas he apuntado, porque suelen venir sesgadas. Lo único auténtico que vuelve, porque ha vuelto, ha sido la ola de Mundaka, y aunque mi mujer me informe con ese infinitivo euskaldun -"no pudieron hacer porque había mala mar"- hacer ya harán. Ésa está ahí, auténtica, hija de la paciencia de la naturaleza, capaz de corregir los errores humanos. Y cuando haya buena mar, la volveremos a ver surcada por todos los audaces que la disfrutan volviendo a convertir Mundaka en lo que era. Pero cuidado con las rememoraciones humanas. No son como una ola.

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