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Columna
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El crimen de Lorca según Barrachina

En un mes lorquiano de sesión continua donde no me ha faltado ni un viaje a Atenas para participar en una mesa redonda organizada por el Instituto Cervantes y anunciada como La traducción de Lorca al griego -ya sé que los hinchas del Getafe lo ignoran: pero colaboré en su día en una traducción del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías al griego- se estrena en el cine Luchana el documental Lorca. El mar deja de moverse, de Emilio Ruiz Borrachina. En el documental se relata la trama política, familiar y social que conduce al asesinato del poeta. Figura clave de esta trama criminal es el abogado Juan Luis Trescastro, hoy enterrado en una tumba de la familia García Rosales emparentada con el padre del poeta. Trescastro era compadre de Ramón Ruiz Alonso, el firmante de la denuncia que llevó a la detención y posterior ejecución de Lorca el 18 de agosto de 1936: fecha confirmada, en agosto pasado, por un artículo que publicó, en el diario granadino Ideal, Manuel Titos Martínez, catedrático de historia contemporánea de la Universidad de Granada.

Un equipo de investigación, dirigido por Miguel Caballero y Pilar Góngora, halló la foto de Trescastro en la hemeroteca de Granada. En el pie de foto de un periódico granadino de 1933 se lee que la instantánea pertenece a una celebración por un triunfo electoral de Ruiz Alonso. Y, en esa foto, aparece Trescastro junto a Ruiz Alonso y otras personas. Es evidente que, por no ser yo un experto en la biografía de Lorca, nada tengo que decir sobre el acierto o desacierto de las investigaciones de un tema tan delicado sino esperar a ver qué opina la Conferencia Episcopal de los investigadores lorquianos y después someterme a sus dictados como nos recomendaba, para estas situaciones, el catecismo del padre Astete quien, ante las preguntas de difícil respuesta, con una humildad, que trato de imitar, él respondía con aquel chotis que tiene sus raíces en Lavapiés: "Eso no me lo preguntéis a mí que soy ignorante: doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os lo sabrán responder".

Este estreno del documental viene, para mí, precedido de la lectura de Federico García Lorca, la soberbia biografía de Ian Gibson que nos conduce al número 96 de la calle de Alcalá donde vivió el poeta. Hoy la placa que recuerda este hecho está tapada por un andamio. La Casa del Libro de Alcalá, 96, en homenaje al poeta, tiene la planta baja decorada con motivos lorquianos. En este mes santo he disfrutado la representación de La casa de Bernarda Alba en el Teatro Español por la compañía navarra Teatro de Gayarre, la audición del disco Cantando a Federico García Lorca -con un espléndido Patxi Andión, que pronto vuelve a grabar disco, en un fragmento del poema Oda a Walt Whitman- y la exposición lorquiana en la Galería del Libro de la calle de Pesmazoglu, a dos pasos de la céntrica plaza ateniense de Omonia, donde he visto las ediciones griegas de las obras de Lorca y fotos de las representaciones de sus obras teatrales que tanto éxito han tenido en Grecia. En la Feria del Libro de Atenas, instalada en la calle peatonal de Dionisíu Areopaguita al borde de la Acrópolis, he encontrado varias ediciones recientes de Lorca, incluida una edición bilingüe de poesía lorquiana con el título de Piímita (Poemas) que ha publicado el editor Costas Corontsís, gran entusiasta de España, y que recoge las traducciones de Cazantzakis -el primer traductor de Lorca al griego, en 1933-, de Elitis, que se pasa el original de Lorca por el forro de la zamarra de Ulises -en mi intervención en la mesa redonda invité a la Academia sueca a que incorpore al premio Nobel la modalidad de "Crimen en traducción" y que, en su primera edición, se lo concedan a Elitis, un magnífico poeta que, en 1979, obtuvo un justo premio Nobel de literatura.

Aunque mi humildad, heredada del padre Astete, me recomienda que no hable de mí mismo, sin embargo, el hecho de haber traído de Atenas la edición griega del Canto a mí mismo, de Walt Whitman, publicada por Ecdosis Iridanós -la misma editorial que publica la traducción griega del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Aryiris Efstratiadis, y que prologamos, con sendos textos, Vanguelis Rosakeas y yo mismo- el Canto a mí mismo, digo, me está pidiendo autopublicidad. Y, además, ya lo decía la madrileña revista La Codorniz: donde hay publicidad resplandece la verdad.

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