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Columna
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Vaya si ha cambiado

Lluís Bassets

¿Cuánto y cómo ha cambiado el mundo desde aquel 11 de septiembre de hace cinco años en que el fanatismo terrorista quitó la vida a casi tres mil personas? Éste es un debate de serias consecuencias prácticas, en el que se mezclan las reflexiones históricas con el oportunismo electoral, los intereses políticos y las orejeras ideológicas. George W. Bush le ha dedicado cuatro discursos con motivo del funesto aniversario. Pueden sintetizarse en dos frases: "Se ha llamado a esta lucha un choque de civilizaciones, en realidad se trata de una lucha por la civilización. Es el combate ideológico decisivo del siglo XXI y el reto decisivo de nuestra generación". Un joven británico de apenas 40 años dio su propia respuesta a esta pregunta crucial el mismo día 11 en una conferencia en Londres: "El peligro es que al localizar una única fuente del terrorismo, la yihad global, y oponerle una única respuesta hacemos simplemente que la profecía se cumpla a sí misma". Y luego clavó así la puntilla: "Una misión moral exige métodos morales. Sin ellos nos convertimos en vulgares guerreros".

Esta discusión no se cerrará con las elecciones de mitad de mandato en Estados Unidos. Tampoco con la salida de Tony Blair de Downing Street, lo más tarde en junio próximo. Ni siquiera con las elecciones presidenciales de 2008, cuando el comandante en jefe de la guerra global contra el terror tendrá ya hechas las maletas. Aunque determinar la modalidad y la intensidad de la mutación de nuestro mundo tras los atentados del 11-S es parte del combate político de nuestros días, todavía tendrá que llover mucho para que la pelea de ideas quede recluida en los despachos de las universidades. De momento, basta observar con detenimiento cómo se ha cuarteado la imagen de Estados Unidos en el mundo y cuánto se ha debilitado el lazo estratégico entre europeos y americanos que había asegurado la paz y la estabilidad durante 60 años. Son numerosas las encuestas que ilustran estas reflexiones, la última de todas la denominada Transatlantic Trends, que encarga anualmente el German Marshall Fund.

Desde 2002 se ha producido un deterioro continuado de la opinión de los europeos sobre Estados Unidos, de forma que si entonces un 64% consideraba deseable el liderazgo norteamericano ahora sólo un 37% tiene la misma posición, mientras que quienes lo consideran indeseable han pasado del 31 al 57%. La imagen de Bush es mucho peor que la de Estados Unidos, 19 puntos por debajo: pasa de un 38% de aprobación a un 18%, en correlación con lo que le sucede en su propio país, donde el 58% reprueba su gestión internacional frente al 40% hace cinco años.

La Alianza Atlántica sufre también la erosión, aunque todavía no ha entrado en zona de suspenso. Un 69% la consideraban esencial para la seguridad en 2002 y ahora sólo es un 55%. Hay muchos y muy interesantes datos más en la encuesta, que puede consultarse en transatlantictrends.org. Basta con citar el deterioro de los sentimientos proamericanos y proeuropeos en un país de tradición tan atlantista como Turquía. Curiosamente, aunque el lazo transatlántico se ha aflojado, hay una base de coincidencia entre las opiniones americana y europea respecto a las amenazas y desafíos internacionales. Por ejemplo, respecto a los límites que hay que poner al sacrificio de las libertades civiles en nombre de la lucha antiterrorista, o al Islam: una mayoría en ambas orillas considera que el problema no es esta religión en general sino determinados grupos islámicos.

La encuesta parece dar la razón al joven británico que ya hemos citado al empezar la columna. Su conferencia sobre política exterior estuvo especialmente dirigida a criticar a los neocons, los ideólogos de Bush que aprovecharon el 11-S para poner en práctica las ideas que Bush padre había rechazado. A su política exterior le ha faltado "humildad y paciencia". Sus posiciones son "irrealistas y simplistas". Hubo especial mención a Blair, el neocon británico, y a su política exterior: "Debemos ser firmes pero no serviles en nuestra amistad con América". "Temo que si seguimos como hasta ahora podemos combinar la máxima exposición al riesgo con la mínima influencia en las decisiones".

Este joven se llama David Cameron, es el nuevo líder tory británico, se define como liberal conservador, aventaja a los laboristas en las encuestas y tiene ideas muy claras respecto a la relación transatlántica: "Yo y mi partido somos amigos instintivos de América y apoyamos de forma apasionada la Alianza Atlántica". Pero también sobre la rectificación que exige el momento: "Cuanto más pronto descubramos el equilibrio correcto mejor para Reino Unido y nuestra alianza. Esto no es antiamericano, es lo que América quiere". Harían bien el antiamericanismo visceral y la derecha servil en reflexionar sobre sus palabras.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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