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Reportaje:La tramontana atiza el fuego

"Nos fuimos de madrugada, con lo puesto"

Vecinos de los pueblos desalojados del Alt Empordà reviven las horas de angustia que pasaron

Garrigoles es un pueblo de unas pocas casas, al pie de la sierra de Ventalló, en el Empordà. El sábado por la noche se ordenó el desalojo del municipio entero, amenazado por el avance vertiginoso de las llamas. Sobre la una de la madrugada, Marta Pons, que vive en la tranquila plaza del pueblo con su compañero Fèlix, se extrañó de la presencia de dos o tres coches que hacían sonar los cláxones. Eran los agentes forestales, que lanzaban la primera advertencia de desalojo. "Vimos el resplandor de las llamas desde la ventana norte, pero no parecía nada peligroso. En media hora las teníamos encima", recordaba ayer.

Circunstancias extremas como un desalojo por incendio en plena madrugada ponen a prueba las prioridades de cada uno. Lo primero que Marta y Fèlix recogieron fueron sus gatos. Con ellos y poca cosa más abandonaron su casa y todas sus pertenencias sin saber si al volver encontrarían algo en pie. Como al resto de los vecinos desalojados de la zona, a Marta y a Fèlix les dieron la posibilidad de ir a pasar la noche en alguno de los centros sociales de L'Escala, Verges o Viladamat.

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Sin embargo, decidieron irse a Girona, a casa de los padres de ella. Al día siguiente, cuando Marta regresaba de trabajar en Torroella de Montgrí, le dijeron que podía volver. Marta y Fèlix recuerdan que el estado de los bosques es fundamental para prevenir los incendios. "Ayer fuimos a dar una ojeada por el bosque quemado y está lleno de botellas rotas dejadas por los cazadores. Así no es extraño que haya incendios", protestan. Sin embargo, reconocen que obviamente los vidrios rotos no pudieron tener nada que ver con el origen del incendio de Ventalló, originado en plena noche, pero sí con algunos de los que prenden de día.

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A medida que eran evacuados, los habitantes de Garrigoles despertaban a los del pueblo vecino de Les Olives, también de reducidas dimensiones y que fue evacuado en su totalidad. Marc Berna, hijo de la propietaria del café del pueblo y que reside en un piso sobre el establecimiento, se encargó junto con el alcalde y los mossos, de despertar a los vecinos, casa por casa. "En poco más de una hora habíamos desalojado a todo el mundo", explicaba ayer Marc.

Si Marta y Fèlix, de Garrigoles, corrieron a salvar a sus gatos, Marc tuvo muy claro que aunque no pudiera llevarse nada más, no abandonaría el pueblo sin Chester, su mascota. "Nos fuimos con cuatro objetos personales y lo puesto", explica la madre de Marc. Casi todos los habitantes de Les Olives decidieron pasar la noche entre los polideportivos de L'Escala y Viladamat. Sin embargo, Marc, su madre y Chester se metieron en la autopista AP-7 y decidieron pasar la noche en un área de servicio, con la radio conectada para saber cómo evolucionaban las tareas de extinción.

Todos los accesos al pueblo permanecieron cerrados durante todo el domingo y Marc y su familia no pudieron regresar hasta las siete de la tarde. "Nos enteramos por una vecina, que había podido volver y nos llamó", asegura Marc.

"Aquí todo el pueblo ha estado muy unido; suerte hemos tenido de ello", añade su madre. Dos vecinos que toman el fresco en la plaza del pueblo corroboran la opinión de Marc y su madre sobre el comportamiento de los Mossos d'Esquadra: "Había más mossos que bomberos. Si algo no se puede criticar es falta de organización. Los mossos se han portado de forma excelente".

Si en Les Olives y en Garrigoles fue necesario desalojar el pueblo entero, en Albons fue un hotel entero. María Arévalo, recepcionista del hotel Albons, de cuatro estrellas, dormía en las instalaciones anexas destinadas al personal cuando los mossos la despertaron sobre las 3.30 horas.

"Las montañas de alrededor daban mucha impresión. Se veía todo de color naranja", asegura Arévalo. "A aquella hora los clientes ya habían sido desalojados. El personal de servicio cogimos el móvil y un poco de dinero y nos repartimos entre un coche nuestro y el de los mossos. Fuimos todos al centro social de Viladamat", cuenta Arévalo.

Allí pasaron la noche con unas 50 personas de todas las edades. "Había colchones para los niños, pero ellos tampoco durmieron, jugaron toda la noche". La dirección se pudo quedar en el hotel ayudando a los bomberos; la piscina del hotel Albons fue, durante todo el día, una de las principales fuentes de recarga de los helicópteros. Sobre las seis de la tarde, se permitió regresar a los clientes y el personal. María y el resto del personal, claro está, regresaron todos. De los clientes, sólo volvieron la mitad.

Viladamat también permaneció bajo el foco informativo durante la tensa jornada del sábado. Aunque el fuego no le afectó, este pequeño pueblo se convirtió en la sede del centro de mando avanzado. Eso supuso que varios consejeros del Gobierno catalán ocuparan la casa consistorial y rompieran por un día la vida tranquila de los vecinos.

A Eva y José, un matrimonio de Barcelona, la noticia del incendio les sorprendió mientras pasaban las vacaciones en Viladamat. "Lo peor fue de noche, debido a la gran altura y a la densidad de las llamas", relata José. A sus hijos los dejaron durmiendo como si nada; al día siguiente, se levantaron tan tranquilos. Algo muy distinto de lo que vivió Jordi, un bombero voluntario que luchó todo el día contra las llamas: "El viento entraba con fuerza, de cara, y eso ha hecho que se quemase todo el sotobosque".

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