_
_
_
_
_
Reportaje:

Danza verde sobre el cemento

Los Veranos de la Villa propone nuevas coreografías con aires ecológicos

Sobre el ingrato cemento, un bailarín rompe y desgrana manzanas verdes: es el inicio de un espectáculo compuesto por cinco performances continuas de importantes creadores, que desarrollan su labor en la Comunidad de Madrid, donde el tema de la ecología y el paisaje ocupa una parte fundamental del argumento colectivo.

Poco a poco, militantes del sector convocados, ocasionales paseantes y gente del barrio llenaron la todavía hoy inhóspita plaza que colinda con el Pasillo Verde. Los Veranos de la Villa y la sala Cuarta Pared han ideado este programa que quiere acercar este sector de la ciudad a las expresiones más actuales del baile. La experiencia de ayer por la tarde lo consiguió plenamente.

El argentino Martín Inthamoussú, envuelto en tres micrófonos de mano con sus largos cables, cortó las manzanas verdes y las esparció sobre el pavimento, haciendo de la acción colectiva algo que aunaba cotidianidad con arte. La aceptación del público fue una demostración de que la danza no está tan distante ni es ajena a lo que nos pasa a todos; se trata de hacerlo bien, de comunicar, de que los artistas exporten su sinceridad desde el estudio a la calle, y en la calle está, probablemente, su futuro y su público básico.

El mensaje ecológico estaba muy presente en todo: el agua de Carmen Werner, las manzanas de Martín y el árbol huérfano de Daniel Abreu aportaban una voluntad expresiva clarísima y un compromiso que desde la primera pieza del argentino se hacía en un espacio acotado en los que cantaba, sufría y buscaba una respuesta del espectador.

Hubo en todas las piezas una interacción con mucha lógica entre voz-sonido, movimiento y performance, y eso es quizá lo que pide hoy el arte de la acción callejera de la danza para conectar con un público emergente, que no tiene que ser refugio sino futuro.

El francés Nicolas Rambaud, sentimental y técnicamente impecable, hizo un solo expresivo y de desamor que sirvió de tránsito a la sensualidad de Mónica García y a Daniel Abreu, irónico y ecologista, vestido como un Jack Twist que planta obcecadamente un árbol sobre el cemento, trae la tierra, lo riega y le da vida.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Finalmente, Carmen Werner y su compañía, cuando el público prácticamente se había duplicado y anochecía, hizo una coreografía de grupo basada en el agua: las bocas de riego bañaron a los bailarines y llegaron hasta el público, que no rechazó y recibió con alegría la irrigación. El mensaje de Werner era muy claro: los bailarines llegaron al espacio decidido con una margarita en la mano, y se trataba de dar vida a la flor con la energía del baile y del preciado líquido.

La experiencia del Danzacalles en el Pasillo Verde da un resultado asombrosamente positivo, donde se reúne la energía de la danza contemporánea madrileña con la aceptación del colectivo urbano. La experiencia se repetirá mañana y pasado, a partir de las ocho de la noche.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_