Timor despierta del sueño
El pequeño país que se granjeó la simpatía del mundo se tambalea por el pulso entre sus dirigentes, la Iglesia y las potencias extranjeras
Bandas de adolescentes violentos siguen aterrorizando con sus peleas étnicas de cada día el barrio de Comoro; ayer hubo un herido grave por golpe de catana y varios incendios de chabolas y casitas. Mientras, los tanques y helicópteros australianos patrullaban la ciudad. Nadie detuvo a nadie. El ejército está acantonado, la justicia no funciona (aunque los países lusófonos tratan de ponerla en marcha), la policía lleva un mes desaparecida, la población hace colas de horas para recibir arroz y el pánico a los ataques ha producido ya 60.000 refugiados y desplazados, que ayer no se movieron de sus escondites pese a estar ya en vigor las medidas especiales de seguridad.
Bienvenidos al paraíso: Timor Oriental, uno de los países más pobres, queridos y pequeños del mundo. Tiene 857.000 habitantes y la misma extensión que la provincia de Albacete. Un país bellísimo, amado por mucha gente (el ex presidente de EE UU Bill Clinton y el secretario general de la ONU, Kofi Annan) pero quizá demasiado bien situado: desde el principio de los tiempos vivió invadido por viajeros (chinos, portugueses), muchas veces fue apaleado y asesinado por sus vecinos (chinos, japoneses, indonesios, malayos).
¿Qué diablos ha ocurrido para que el mundo haya pasado de festejar como un triunfo global la independencia de Timor, en 2002, y de halagar el coraje y la bonhomía de sus heroicos gobernantes a pensar que es un Estado fracasado al borde del precipicio? La respuesta es complicada, porque como dice un asesor del presidente, Xanana Gusmão, "en este país nada es nunca lineal"; pero hay un conjunto de factores que asoman poco a poco como motores de la aguda crisis actual.
Timor tiene la tasa más alta de fertilidad del mundo (7,8 niños por mujer), un suelo árido y pobrísimo que apenas llega para alimentar a la gente, una edad media de 20 años, ninguna industria digna de ese nombre y un paro galopante y sin subsidios que lo cubran. Parece suficiente para poner en apuros a cualquiera.
"El Estado está en transición y construcción, la mitad de la ayuda externa se dedica a pagar a los asesores extranjeros, todavía no hay pensiones, ni ley electoral, ni cuadros técnicos bien formados, y [Mari] Alkatiri [primer ministro] prefiere guardar los réditos del petróleo, cuyo fondo de reserva suma más de 600 millones de dólares, a repartirlo demagógicamente entre la gente", señala un diplomático europeo.
Pero es el deterioro de la relación institucional entre las tres máximas figuras políticas del país -el presidente, Xanana Gusmão; el primer ministro, Mari Alkatiri, y el ministro de Exteriores, José Ramos-Horta- lo que parece estar ahora en el centro del problema. "Los tres son amigos desde la adolescencia, así que no se toman muy en serio", dice una fuente cercana a Gusmão. "Alkatiri y Gusmão se respetan y se temen a partes iguales, pero acaban siempre entendiéndose", matiza un asesor del presidente.
La pareja Alkatiri-Ramos es la que ha hecho crack. La Iglesia, Australia, Estados Unidos, el petróleo y la ambición de poder asoman como las cuestiones clave de una bronca que empezó florentina y empieza a ser tabernaria ante la negativa de Alkatiri a dimitir y la necesidad imperiosa de colocar a Ramos-Horta al frente de Defensa para recomponer el Ejército y la policía.
Pero Ramos-Horta quiere más que el Ministerio de Defensa. Sabe que tiene todo el apoyo y la influencia internacional de una Iglesia católica que presume de contar con un 98% de católicos en el país y que no ha dudado en catalogar al primer ministro como musulmán y comunista. Los curas han criticado ferozmente la apuesta por separar Iglesia y Estado (hay religión y opcional en las escuelas) y tachan sus políticas sociales como propias "del Tercer Mundo más retrógrado" (Alkatiri manda estudiantes becados a Cuba y a cambio ha contratado a 500 médicos cubanos para los hospitales públicos).
Según señala una fuente de la cooperación europea, se trata de una lucha sin cuartel: "El partido de Alkatiri, el Fretilin, es la única organización, con la Iglesia, implantada en todo el territorio. Para los curas timorenses, es un partido de Marx contra Dios".
Hace justo un año, en abril de 2005, los obispos de Dili y Baucau, con la colaboración del embajador de Estados Unidos, John Rees, hombre de confianza de Bush, que ayudó a repartir comida entre los manifestantes, echaron el primer pulso en la calle al Gobierno infiel de Alkatiri. "Pusieron autobuses y bocadillos y organizaron un campamento en el centro de Dili. Fue mucha gente y gritaban: 'Viva Cristo, muerte a Alkatiri", recuerda un funcionario de la ONU.
La isla del sándalo
La isla de Timor aparece por primera vez en un mapa occidental en 1512. Fue localizada por los portugueses y recibió el nombre de A ilha onde nasce o sândalo, La isla donde nace el sándalo. Ya en esa época, la isla de Timor estaba dividida en dos reinos, Samby, en la parte oeste, y Behale, en el este (en portugués, "no leste"). Por eso, los portugueses llamaron a la parte oriental de la isla Timor Leste (y porque la palabra "oriental" no existe en portugués). Y así se llamó también cuando el 28 de noviembre de 1975 los timorenses declararon su independencia. En julio de 1976, la zona fue declarada oficialmente la 27ª provincia indonesia, pasando a llamarse, en tetum (lengua local) Loro Sae (Oriente, Amanecer) a pesar de las sucesivas resoluciones de la ONU que consideraba ilegal la ocupación. Timor Oriental es la traducción y la denominación en español del país, según la Real Academia y su recién publicado Diccionario panhispánico de dudas.
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