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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Esquerra, sin perfil

Esquerra Republicana ha optado por el viaje hacia la irrelevancia. Ha preferido la indefinición de votar nulo, en blanco o no en el referéndum sobre el Estatuto catalán antes que asumir la responsabilidad propia de una fuerza de gobierno. Un partido que no se define en un asunto crucial no puede marcar posición. Corre el riesgo de acabar careciendo de interés para los electores, porque a éstos lo que les interesa es poder elegir entre propuestas definidas y claras. Ha primado entre los republicanos la endogamia de las claves internas, la fijación en el equilibrio de las familias del partido, por encima del compromiso exigible a un grupo que representa a un 16% de la sociedad catalana. La decisión revela el desconcierto de ERC, incapaz de sobreponerse, con un sentimentalismo comprensible pero adolescente, a la fotografía de Zapatero con Mas en La Moncloa.

ERC, que se ha volcado lealmente en esta legislatura en su apoyo al Gobierno del PSOE, no ha sido capaz de madurar como fuerza política y como partido de gobierno. Los imprudentes gestos de quemar ejemplares de la Constitución o encadenarse ante sedes de emisoras episcopales son impropias de un partido responsable. Cierto es que el Estatuto, en buena medida hijo de Esquerra, modifica sus propuestas de financiación y descabalga el término nación del articulado, para remitirlo al preámbulo. Pero estos argumentos radicales para nada empañan el hecho de que el texto de 2006 es de mayor calado autonomista que el de 1979.

La opción de ERC debilita, además, su única opción estratégica real, que es el tripartito. Difícilmente gobernará con CiU, rival que le disputa el mismo electorado y la capacidad de influencia en el Gobierno central. Su disonancia con los socialistas e ICV-EUiA enrarece más, si cabe, el laberinto de enredos del Ejecutivo catalán.

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ERC arroja así dudas sobre la solidez de su compromiso institucional y desvela que su dirección está atenazada por el asambleísmo de sus bases, más preocupada por la clave interna de soslayar los desacuerdos internos del partido que por el designio de liderazgo político. Hay una fuerte disonancia, además, entre su electorado y su febril militancia: mientras las juventudes propugnan el voto negativo al Estatuto, el 44,9% de los electores de Esquerra están a favor del mismo, y sólo un 25,1%, en contra, según la encuesta del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat. A la mayor parte de la militancia le disgusta el texto. Pero para pasar a la mayoría de edad política un partido debe tener siempre presente que es tributario de los votantes. Instalarse en la primacía de los paradigmas ideológico-utópicos por encima de la realidad de las percepciones sociales tangibles lastra el crecimiento de cualquier fuerza política. Y Esquerra no escapa a esa norma general.

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