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Vivir para ver

Presa de un repentino arrebato de grafomanía, el señor Antonio Tejero Molina regresó el otro día a las páginas del conspicuo diario Melilla hoy con una carta en la que defiende la Constitución (sic). Sostiene que, de aprobarse el Estatuto catalán, "España ya no sería España. ¡La habrían matado!" y califica el proyecto estatutario de "hecho vandálico que nos amenaza".

Desde luego, es a todas luces preferible que el ex teniente coronel de la Guardia Civil se manifieste escribiendo cartas a que lo haga como solía, conspirando o irrumpiendo a tiros en el Congreso de los Diputados; y no resulta difícil reconocerle una cierta autoridad de experto en el ramo de los hechos vandálicos y las amenazas. Ahora bien, si ver a un golpista contumaz erigirse en defensor de la Constitución ya resulta paradójico y chocante, quienes fuimos víctimas morales de su actuación el 23-F de 1981 tenemos al menos derecho a exigirle que no nos dé lecciones de celo constitucionalista. ¿Que, tras 25 años sin síntoma alguno de arrepentimiento, el hombre del "¡Todo el mundo al suelo!" ha abrazado por fin la causa de la democracia constitucional? Pues enhorabuena y bienvenido, don Antonio, pero, por favor, póngase a la cola y ahórrenos sus fervores de neófito.

En este mismo orden de cosas -en el orden de las paradojas, o de las vocaciones tardías, o de las disonancias manifiestas entre el emisor y su mensaje-, José María Aznar López nos deslumbró el pasado viernes desde Lisboa con unas sensacionales declaraciones a propósito de la OPA de E.ON sobre Endesa. Según el ex presidente del Gobierno, oponerse a dicha oferta de compra en razón de su procedencia alemana supondría "caer en un nacionalismo económico cateto"; "no estamos hablando de nacionalidad, sino de competencia", remachó el presidente de honor del Partido Popular.

¡Dios, cuánta razón tiene! ¡Y qué inmenso magisterio posee este hombre para detectar el "nacionalismo cateto", por muy escondido que esté! Él, que inauguraba cada curso político jugando una partida de dominó en Quintanilla de Onésimo. Él, que convirtió la letra ñ en logotipo del Instituto Cervantes y estandarte de la proyección exterior de la cultura española. Él, a quien todos recordamos repitiendo, transido de gozo, "me gusta mucho, me gusta mucho..." mientras veía por televisión al astronauta Pedro Duque literalmente rebozado en banderas rojigualdas durante su viaje espacial. Él, que en todas las cumbres europeas defendía cual perro de presa los intereses, las cuotas de dinero y poder de España frente a las demandas de la solidaridad y del bien común en el seno de la Unión. Él, que puso los pies sobre la mesa en el rancho de Bush. Él, cuyo dominio de lenguas extranjeras fue el asombro de la diplomacia mundial, cuyo inglés shakespeariano ha marcado un hito entre alumnos y profesores de la Universidad de Georgetown. Reconozcámoslo aunque nos duela: si existe alguien cualificado para denunciar el "catetismo", ese es Aznar; si alguien tiene currículo para decir de Endesa "antes alemana que catalana", es él.

De hecho, no será preciso esperar mucho para calibrar la magnitud del giro internacionalista, cosmopolita -anticateto, en suma- que ha adoptado el Partido Popular. Hoy mismo, éste inaugura en Madrid su Convención Nacional, y lo hará con dos platos fuertes: sendos discursos del flamante senador Manuel Fraga, y de José María Aznar. En la jornada del sábado impartirán doctrina Eduardo Zaplana, Pío García Escudero, Jaime Mayor Oreja y Ángel Acebes, mientras que Mariano Rajoy se reserva para la clausura del domingo. Pues bien, ya verán ustedes cómo, en todos esos parlamentos, no se pronuncia ni una sola vez la palabra España, ni se alude a los espantosos peligros que la acechan, ni se cita para nada el Estatuto, ni se cuela referencia alguna a los amenazados fueros de la lengua castellana en Cataluña... Todo será hablar de la globalización, sus retos y sus oportunidades, de la sociedad del conocimiento, las nuevas tecnologías o la sostenibilidad, sin la menor concesión al "nacionalismo cateto". ¿O me equivoco?

Mientras la incógnita se despeja, el documento-guía de la convención del PP, el texto que debe orientar los trabajos de sus 14 mesas de debate, contiene enunciados como éstos: "¿Cuáles serían para España las consecuencias de la entrada en vigor del nuevo Estatuto de Cataluña? ¿Cuáles serían las consecuencias de la generalización del modelo plasmado en el Estatuto catalán? ¿Es posible asegurar la viabilidad del Estado resultante?". O también: "El castellano es el idioma común de los españoles"; junto con él hay "otras lenguas", pero "desde ciertas formaciones políticas se promueve el conocimiento obligatorio" de ellas, "haciendo así de la lengua un factor de discriminación y no de entendimiento". Al mismo tiempo, la página web de los cachorros del PP, de las Nuevas Generaciones de León -en cuyo banner campea un lema tan poco cateto como España: hemos hecho grandes cosas- califica la devolución de los documentos retenidos en Salamanca de "robo", de "atropello cargado de injusticia", de "peaje" y "botín" que Rodríguez Zapatero ha pagado al "chantaje de los nacionalistas catalanes". Eso sí: uno de los cuatro grandes bloques temáticos de la convención que hoy comienza, y uno de sus 14 grupos de reflexión, se titulan respectivamente Fortalecer lo que nos une y Cuidar lo que nos une.

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En resumen: Tejero convertido en paladín de la Constitución; Aznar criticando el "nacionalismo cateto", y el PP -promotor de la campaña separadora más venenosa y eficaz del último medio siglo- invocando "lo que nos une"... Es el mundo al revés, o vivir para ver.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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