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Columna
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Consenso a palos

Las quejumbrosas demandas del PP en pro del restablecimiento del consenso sobre la política antiterrorista entre los dos grandes partidos encierran una hipócrita contradicción: mientras Rajoy extiende una mano abierta al Gobierno para reanudar un diálogo abandonado en la práctica, con el otro puño enarbola un grueso garrote para sacudir sin compasión al presidente Zapatero. Por lo pronto, la afirmación según la cual los socialistas serían los culpables de la suspensión del Pacto por las Libertades de diciembre de 2000 es incierta; los populares incumplieron previamente los dos principios básicos del acuerdo: que la dirección de la política antiterrorista corresponde al Gobierno y que esa materia debe quedar al margen de la confrontación pública. Sólo Aznar recurrió entre 1993 y 1996 a la felonía de utilizar el terrorismo como arma masiva de destrucción política del adversario; las conversaciones de Argel en 1989 y de Suiza en 1999 entre los representantes del Gobierno (socialista o popular) y los jefes de la banda armada no fueron malinterpretadas -como el PP hace ahora- para deslegitimar al Ejecutivo. La táctica fraudulenta del consenso a palos puesto en marcha por los populares está más próxima a la concepción de la política de Carl Schmitt que a la teoría democrática; tras culpar al 11-M de su derrota electoral, se diría que los dirigentes del PP han inventado un presunto derecho a la venganza para regresar al poder mediante la demagógica manipulación del terrorismo.

El macabro recurso del principal partido de la oposición a la memoria común de los muertos es otra muestra más de calculada vileza. El móvil de la inextricable alianza del PP con la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) -espectacularmente visible durante la manifestación del sábado- no es la solidaridad genérica hacia los familiares de los asesinados o los supervivientes de los criminales atentados; de otra forma, los populares no discriminarían groseramente a otras agrupaciones de víctimas por razones meramente ideológicas. Mientras los directivos de la AVT quieren usurpar los cometidos propios de los actores políticos en pie de igualdad con -o incluso por encima de- los representantes de la soberanía popular, a la hora de tomar decisiones sobre la lucha antiterrorista, el principal partido de la oposición se conforma con teledirigir el rumbo antigubernamental de esa organización convertida en su satélite. La fúnebre reivindicación por el PP del monopolio de honrar la memoria de los muertos no se propone sólo parasitar en beneficio partidista los sentimientos de las personas golpeadas por el terrorismo, a la rastrera busca de réditos electoralistas; esa oportunista estrategia también intenta expulsar al Gobierno fuera del marco de los valores y principios constitucionales.

Es absurdo imaginar que el manifiesto leído el pasado sábado por el presidente de la AVT -un orate digno del retablo de Maese Pedro- no había sido previamente aprobado por los dirigentes del PP que se sumaron al acto. Los juicios de intención, las sospechas paranoides y las imputaciones sin pruebas del bochornoso texto reproducían en gran medida la sarta de falsedades divulgadas anteriormente por los populares y convertidas en premisas sagradas del silogismo que arroja la conclusión irrefutable según la cual ETA vendría gozando de una completa impunidad durante los últimos años. La estrafalaria moraleja extraída por el presidente de la AVT coincide igualmente con las calumniosas acusaciones del PP: "No debemos permitir por un día más que el Gobierno se arrodille ante ETA", ni tampoco que 30 años de crímenes "acaben con una rendición del Estado de derecho y la humillación de las víctimas y, por ende, de toda la sociedad española".

Por supuesto, el presidente del Gobierno corre con la responsabilidad de la catástrofe; el presidente de la AVT hace suyo el término traidor acuñado en su día por Rajoy en el Congreso para acusar bajunamente a Zapatero de traficar con los muertos. El manifiesto desgranó el rosario de misterios dolorosos que los portavoces oficiales y periodísticos del PP salmodian ritualmente, incluida una reveladora referencia al 11-M: pese a sus peticiones de "saber la verdad" sobre "cómo y por qué" pudo producirse el atentado, las investigaciones "sólo arrojan más dudas" y las víctimas "sólo hemos recibido la callada por respuesta".

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