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Columna
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Tomar medidas

Alguien, por una vez, ha tomado medidas. Parecía imposible y, en el fondo, era algo de lo más sencillo. No hizo falta recurrir a un programa informático como los que empleó Frank Gehry para hacer realidad el suflé de titanio del Guggenheim. Tampoco fue preciso recurrir a un equipo de topógrafos, cartógrafos y geógrafos. No hicieron falta extrañas conjunciones de planetas, ni la utilización de sofisticados satélites soviéticos o norteamericanos. Bastaba una sencilla regla de medir.

La distancia más corta entre dos puntos, también por una vez (por esta vez) era la línea recta. Los complejos sistemas actuales de medición no fueron necesarios porque no hacían falta. Era como beberse un baso de agua. Estaba claro. Bastaba con pintar esos pasos de cebra; bastaba con plantar unas señales; bastaba con dejar de marearnos hablando de "flujos semafóricos", "usuarios de riesgo" y demás palabrería huera; bastaba con poner esos semáforos. Había, sencillamente, que prestar atención y escuchar la voz del peatón, la voz del barrio (la del único pueblo soberano, no la voz ancestral de los fantasmas), y soltar de una vez el cubilete. Un político no debería ser un mal trilero, ni debemos permitir que lo sea. Los políticos, que a menudo son gente con mucha vista, suelen ser ciudadanos con problemas de oído a los que el cargo puede, definitivamente, volver sordos.

Después de cinco años, la Avenida Montevideo del barrio bilbaíno de Basurto ya tiene los semáforos solicitados. La ejecución de medidas que desde hace un lustro demandaban los vecinos del barrio ha sido, al fin, después del atropello y muerte de dos niños de 4 y 7 años, tomada en consideración y puesta en práctica. La tragedia ocurrida en este conocido punto negro de la capital vizcaína ha puesto en su lugar (un lugar realmente muy incómodo) a los responsables municipales y forales. No tenían más remedio esta vez, por una vez, que tomar las medidas necesarias, las que se les venían exigiendo desde hace cinco años.

Ellos (los responsables municipales y forales de este, digamos, desajuste operativo) se sentirán, con aplastante lógica, víctimas inocentes de una situación ingobernable como el mismo tráfico. Ellos, al fin y al cabo, han sido atropellados por este desgraciado suceso. Nadie como un político para sentirse víctima de cualquier situación catastrófica o simplemente trágica. Lea usted las memorias de cualquier gobernante, si tiene cuajo y ganas (que ya es tener), y podrá comprobar que las mayores víctimas de las mareas negras, los incendios, las guerras, el terrorismo, los accidentes aéreos y de tráfico, las intoxicaciones o la violencia callejera son ellos, siempre ellos, la sufrida vanguardia de la polis. Oigan el llanto compungido de Acebes. Escuchen la justa ira shakespiriana de Federico Trillo. Su lógica, ya digo, suele ser aplastante. Después de las tragedias, el horizonte pinta siempre negro o tirando a marrón para ellos, hay que reconocerlo. Si no se toman las medidas exigibles, malo. Si se toman, también, porque eso significa que debieron haberse tomado antes y quien debió tomarlas no lo hizo. Hay que tener entonces, ya que antes no se tuvo o se quiso tener, responsabilidad.

Resulta escandaloso, en cualquier caso, que los responsables políticos de un mismo partido no hayan sido capaces, en un lustro, de escuchar una demanda cívica y ponerse de acuerdo para colocar unos semáforos. Esto demuestra que la receptividad institucional de nuestro país ante las demandas vecinales es, cuando menos, escasa. En Euskadi, pedir una nación tiene más visos de éxito que pedir un semáforo, está claro. No se puede decir en este caso, como afirma el refrán, que bien está lo que bien acaba, porque la historia del doble atropello de Bilbao ha terminado definitiva, irreparablemente para los familiares de los dos niños muertos. La magnitud de dos cadáveres infantiles puede ser imposible de medir, algo impensable, como medir un agujero negro.

Uno piensa que en una sociedad realmente avanzada, civilmente civilizada, se deberían exigir y rendir responsabilidades ante un suceso como el de Bilbao. ¿A quién no hay que votar para que un concejal o un diputado desoiga durante cinco años una petición justa, razonable y urgente?

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