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Columna
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Palabras pintadas

¡Viva la Universidad libre! ¡Abajo el fascismo! ¡Libertad!, las palabras pintadas en el invierno de 1947 sobre los muros de la Universidad Complutense de Madrid fueron labradas sobre la piedra por orden de las autoridades que ordenaron borrarlas. Loor a los celosos funcionarios de limpieza que no picaron ni un centímetro más de lo pintado y convirtieron en epigrafía imperecedera los airados brochazos que desde hace unos días tienen autor reconocido, y fotografiado en estas páginas junto a su histórica pintada, reivindicada unos días atrás en un coloquio del Ateneo.

Por las mismas o parecidas fechas, emergían en la fachada de un comercio en obras de la calle de San Bernardo, la embetunada efigie, en plantilla, de José Antonio Primo de Rivera y un viejo e historiado cuño falangista, iconos tristísimos, con los que los vencedores sellaron y marcaron como una res a la ciudad conquistada. La calle de San Bernardo fue también calle universitaria hasta la década de los cincuenta, cuando los últimos estudiantes fueron enviados definitivamente a los cuarteles de la Ciudad Universitaria, lejos del centro de la ciudad cuya implacable calma perturbaban con sus pintadas y sus algaradas periódicamente.

Cuando falta la libertad, se escribe en las paredes lo que no se puede escribir en los periódicos y en los muros de la Ciudad Universitaria, se ha escrito mucho y se ha borrado más, como en el caso de la pintada grabada en la piedra, los muros son un palimpsesto en continua reelaboración. Recuerdo que en vísperas de las últimas elecciones municipales, sufrieron los edificios de la Ciudad Universitaria, una espectacular operación de limpieza gráfica y crítica que dejó desnudo, inerme y acrítico durante unos meses el campus y su entorno, una sequía que no tardaron en paliar cientos de nuevos brotes, pintadas, pancartas y pasquines. Siempre hubo mucho talante artístico desperdiciado en la confección de pintadas callejeras y pancartas de un solo uso, obras de ejecución urgente y clandestina, donde no cabían adornos ni florituras, ni frases demasiado largas, las pintadas más elaboradas en lugares muy públicos siempre inspiraron sospechas sobre la impunidad de sus autores.

Y hubo un momento, en el último tercio del siglo, en el que los graffitis empezaron a imponerse a las pintadas y los nuevos pintores de fachadas, aerosol en mano, compartieron con sus antecesores los riesgos, aunque menores del oficio, cuando salían a embadurnar trenes, vallas o parques con sus coloristas y crípticos mensajes. De la pintada política se pasó al narcisismo de la firma del "grafitero" en su acto de autoafirmación adolescente. Hay entre esta legión de artísticos vándalos grandes maestros del color radiante y de la caligrafía fantástica, artistas anónimos para los no iniciados pese a la rotunda evidencia y autocomplacencia de sus rúbricas. La visión en algunos apartaderos y factorías de RENFE de kilométricos convoyes de vagones de Cercanías profusamente ilustrados es una imagen de gran impacto plástico, aunque suponga una pesadilla más para la empresa ferroviaria. En algunos barrios y en ciertas ciudades de la periferia madrileña han tratado de domesticar a estos artistas urbanos ofreciéndoles superficies públicas para expresarse, superficies temporales donde plasmar pedagógicos y artísticos murales con desiguales resultados.

Las zonas prohibidas y los trenes suburbanos tienen un atractivo irresistible sobre todo para los más jóvenes e inexpertos emborronadores que trazan sus primeros y torpes garabatos en cualquier parte, contraviniendo sin saberlo una de las primeras normas de su arte, tan importante es la ubicación de la obra en el espacio como la obra en sí misma. Axioma demostrado cientos de veces por el sencillo y contundente genio de Muelle que se apropió con su firma de algunos rincones muy significativos de la ciudad.

Hoy han vuelto al arte callejero las plantillas como las de la calle San Bernardo, pero con diferentes protagonistas, intenciones y estéticas, plantillas políticas, psicodélicas y satíricas, como el retrato azul del ex presidente Aznar con sus coquetas orejas de Mickey Mouse que todavía puede verse por algunas esquinas del centro de la urbe.

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