Cuatro excusas para incendiar Francia
Un Estado moderno, rico, democrático y avanzado se tambalea. ¿Qué o quién provoca la crisis? Pues unas bandas de adolescentes no organizadas, sin jefe ni programa, sin bandera ni proyecto, que coinciden en dos cosas: una voluntad de destrucción de todo lo que pueda representar el Estado y sus servicios públicos -pero no exclusivamente-, y la satanización del ministro del Interior, Nicolas Sarkozy. Tras quemar más de 6.600 coches en apenas quince días, destruir un centenar largo de edificios públicos, desvalijar y pegar fuego a centenas de comercios, tras poner en evidencia a un Estado impotente, conviene preguntarse qué hay de específico en la crisis francesa y qué puede repetirse en otros países.
En diez meses de 2005, las llamas se han llevado 30.000 vehículos de los suburbios franceses. En los últimos 15 días han sido más de 6.600
Una organización próxima a los Hermanos Musulmanes ha lanzado una fatua contra los incendios. Los jóvenes han ignorado la consigna
"Hoy los jóvenes de 14-15 años que viven en esos barrios son incapaces de escuchar a un blanco", dice Beyala. La solución no pasa por el multiculturalismo
La Francia moderna, nacida de 1789, es un país que cree en valores universalistas, que propone asimilar, integrar o insertar a los inmigrantes
1UN POPULISTA Y UN SISTEMA ENFERMO
Un primer elemento a tener en cuenta entre los parámetros de naturaleza específica es el carácter de bombero-pirómano del populismo de Nicolas Sarkozy, el ministro del Interior. Él no es el único populista de Europa, ni mucho menos, pero su gesticulación amenazante, sus palabras despectivas, su comportamiento de jefecillo de gang -un ministro no debería decir que va a "limpiar los suburbios a manguerazos", ni tratar de "gentuza" o "chusma" a quienes le abuchean e incluso le apedrean-, ha rebajado la imagen del Estado a la de un clan de privilegiados que arremete contra clanes de desharrapados.
No hay tampoco otros países en los que el presidente se haya hecho elegir y reelegir -en 1995 y 2002- en nombre de combates políticos que, una vez obtenida la victoria en las urnas, se han abandonado de inmediato. En 1995, Jacques Chirac era el paladín de la lucha contra la "fractura social", y en 2002 eliminó a Lionel Jospin de la segunda vuelta del escrutinio al acusar al socialista de incapaz de hacer frente a los problemas de "inseguridad ciudadana". En diez meses de 2005, las llamas se han llevado 30.000 vehículos de los suburbios franceses, símbolo de una fractura social que ya no es una grieta, sino una sima, y de una violencia urbana que testimonia de la desaparición del Estado en ciertos territorios de la República. En Los Ángeles, Londres, Detroit, Boston, Washington, Rotterdam o Chicago saben de barrios abandonados al control de las bandas, pero eso se asume como imponderables de una política que abandona el gasto social.
2EL FRACASO DEL ESTADO OMNIPOTENTE
En Francia, debido a una tradición que se remonta a Luis XIV y que consolidan la Revolución Francesa, Napoleón y De Gaulle, el Estado tiene una importancia casi soviética, protector e impulsor. Cuando falla o se desatiende, el motor ratea. Además, a lo largo de los años, de cohabitaciones sucesivas y de incapacidad de reformarse, ese Estado está en manos de una clase política escasamente representativa. Chirac, en la primera vuelta de 1995 y 2002, no fue votado ni siquiera por el 20% de los votantes. Partidos o movimientos cuyo peso electoral está por encima del 5% -la extrema derecha, pero también el trotskismo- carecen de representación parlamentaria, pero el menguante PCF sigue ahí, con grupo parlamentario. La credibilidad del sistema político es, pues, muy escasa, y la inconstancia chiraquiana la acrecienta.
La Francia moderna, nacida de 1789, es un país que cree en valores universalistas, que propone asimilar, integrar o insertar -cada verbo corresponde a una época- a los inmigrantes que llegan a su territorio. Todo se hace en nombre de la igualdad, igualdad de oportunidades y derechos. El comunitarismo y el multiculturalismo tienen mala prensa en un Estado que, en teoría, no toma en consideración ni la religión ni el origen ni la raza de sus ciudadanos. Todos son franceses. Pero un francés es también alguien que tiene grandes dificultades para comprender que lo que dicen las leyes, lo que se escribe en los periódicos o tratados, no siempre corresponde con la realidad. Y en las banlieues, en los suburbios, teoría y práctica andan divorciadas. No se respeta la igualdad. Como escribe Jacques Julliard en Le Nouvel Observateur, "el comunitarismo anglosajón es inadaptado, pero la integración francesa es inaplicada".
3LA FALTA DE HORIZONTES PERSONALES
Es grave, sobre todo porque Francia es el país de Europa que cuenta con mayor número de extranjeros en su territorio y el que más ha recibido en los últimos veinte años. Claude Imbert, en Le Point, denuncia "una inmigración tan extranjera a nuestras creencias, costumbres y leyes que ya de entrada hacía difícil el lento trabajo de biología social que requiere una integración feliz". Imbert recurre a la metáfora médica, a la asimilación de un cuerpo extraño, cuando quiere referirse a esos grupos de muchachos de color -un porcentaje muy alto de los pirómanos de estos días son negros- que, según la escritora Calixte Beyala, ella misma negra también, tienen como únicas banderas "la denuncia del esclavismo y el racismo de los blancos".
En ese sentido, los jóvenes bárbaros de Imbert y Beyala son idénticos a los que pululan por las barriadas estadounidenses, tan idénticos que se autodenominan blacks. Y en su caso el islam, las convicciones religiosas, no son determinantes, aunque forman parte del panorama. La UOIF, próxima a los Hermanos musulmanes, ha lanzado una fatwa recordando que "a Alá no le gustan los que siembran el desorden", pero eso no ha impedido que los coches siguieran ardiendo. El papel de "policía colonial" que Sarkozy pretendía delegar en las organizaciones islámicas francesas no ha sido asumido por los supuestos creyentes.
El caso francés es un espejo en el que mirarse en tanto que las consecuencias de la desindustrialización son parejas en muchos países de Europa y porque en muchos de ellos afectan de manera especialmente intensa a los inmigrados. También compartimos con los jóvenes y adolescentes galos -hijos de inmigrantes o no- la misma falta de horizonte y utopías, un mundo en el que el único valor es un triunfo individual que se mide en presencia televisiva y dinero. Zidane es su Dios, la palabra del futbolista tiene una credibilidad de la que carece el más honrado e irreprochable de los políticos. Los chavales queman coches para salir en televisión, y salen en televisión porque queman coches. Ese círculo, más estúpido que vicioso, lo han roto las autoridades galas y los medios de comunicación el día en que han dejado de contribuir a la competición de la quema de vehículos: se acabó dar cifras, participar en la información sobre nuevos récords de auto abrasado, de población más destructora. Una lección a retener. Como también hay que retener que los millones que gana Zidane u otros triunfadores pueden transformarse en un bumerán, tal y como sucede con las indemnizaciones millonarias que acompañan el despido de ejecutivos cuyo mayor mérito, a menudo, ha consistido en poner en la calle a miles de trabajadores para satisfacción de los accionistas. El caso del presidente de Carrefour y sus 29 millones de euros de "subsidio de paro" no contribuye precisamente a la paz social.
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LIBERTÉ, ¿ÉGALITÉ? Y FRATERNITÉ
Francia paga también la transferencia del esfuerzo inversor del Estado. Lo que antes se dedicaba a "lo social", ahora se invierte en lo penal y policial. Cada día hay más gente en la cárcel, y cada día tenemos más policías. "Había un problema y lo hemos resuelto", decía Mayor Oreja tras enviar, convenientemente drogados, a unos emigrantes africanos de vuelta a su país de origen. Sarkozy promete expulsar a 120 extranjeros cuando sólo cinco han sido ya considerados culpables por la justicia. Estados Unidos es, en ese sentido, el modelo, sólo que ellos, además de en cárceles, gastan sobre todo en ejército, no en vano se han auto-arrogado el papel de centro del imperio.
La creación de guetos es un fenómeno también común a muchos países desarrollados. En su momento, los franceses creyeron poder combatirlo a base de renovación urbanística e inversión en educación. En vano. Cuando un barrio pasa a acumular los inconvenientes -paro, delincuencia, desestructuración familiar, bajo nivel cultural, miseria moral, etcétera- acaba por homogeneizarse, por expulsar a quienes no tienen la misma religión, los mismos códigos de conducta y el mismo color de piel. "Hoy los jóvenes de 14-15 años que viven en esos barrios son incapaces de escuchar a un blanco", dice Calixte Beyala. La solución no pasa por el famoso multiculturalismo. "Hoy lo único a compartir es la incultura", tercia el politólogo Alain-Gérard Slama. La escuela, a pesar de los millones volcados en ella, es impotente ante familias y guetos que no hablan en francés, ante familias polígamas de cuatro esposas y treinta retoños que duermen por turnos y crecen en la calle, abandonados a su no futuro. En definitiva, hoy, de la famosa divisa de la República Francesa -liberté, égalité, fraternité-, el segundo término, la "igualdad", se aplica poco y mal.
Cómo empezó todo
UN GRUPO DE JÓVENES musulmanes jugaban un partido de fútbol el jueves 27 de octubre por la tarde en los Clichy-sous-Bois. Cuando se dirigían a sus casas para romper el Ramadán a la puesta del sol, unos policías aparecen y detienen a seis de ellos sin que se conozcan los motivos. Dos de ellos, Bouna Traoré (de 15 años) y Zyed Benna (de 17), salen corriendo y son perseguidos por los agentes. Se encuentran con Muhittin Altun (17); los tres corren por una cantera y se encuentran con la valla metálica de una central eléctrica. Saltan la valla y penetran en la central. Bouna y Zyed mueren electrocutados, mientras que Muhittin resulta herido, pero salva la vida. Éste declara a la policía que corrían para evitar ser capturados por los agentes y que por esa razón penetraron en las instalaciones de la central a pesar de los carteles que advertían del riesgo mortal que corrían. Estuvieron una hora allí, y de pronto uno de sus compañeros tocó algo, él sintió un golpe y el ruido que hace la corriente eléctrica al atravesar una resistencia. Y así saltó la chispa que desencadenó la ola de incendios y disturbios.
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