Memoria

Imagínense el tiempo vacío de una mujer, Clara, que cuida a su padre, Jonás, enfermo de alzheimer, postrado en una cama. Un tiempo que la protagonista de esta historia llena con un diario dirigido a su madre muerta hace años. Este es el arranque de la novela Rosas de mi jardín de invierno de Pablo Zapata.

La psicología de la protagonista llena todo el libro en esa especie de carta de memoria de su vida que dirige a quien no puede ya contestar. La secuencia temporal se abre el 19 de marzo de 1995, día del Padre -tres años antes su padre prendió fuego en medio de la cocina, mostrando claramente los síntomas de una enfermedad que le postrará-, para terminar el 25 de diciembre del mismo año y añadir un epílogo inesperado, tres años después de la muerte de su padre. En ese tiempo, cada tres años florecen las rosas de invierno, la narradora bucea en su historia de frustración a través de los recuerdos que en ella suscitan las fotos familiares.

Si el tiempo toma una secuencia larga, el espacio, lógicamente, está reducido a la habitación donde la narradora escribe, buceando en el pasado y hablando con la tía Elisa, testigo de los acontecimientos que se le escapan a la protagonista. Algunos breves paseos permiten salir del espacio cerrado y abrir alguna ventana al tour de force en el que se convierte la narración.

Los recursos técnicos pueden ser conocidos (fotografías como fuente de la memoria, historias enhebradas, algunas con tintes melodramáticos), pero el empeño está bien equilibrado. Zapata trata de trazar la figura de una mujer cincuentona del ambiente rural navarro a través de un lenguaje cuidadoso con los elementos del campo y la naturaleza.

Pablo Zapata Lerga: Rosas de mi jardín de invierno. Hiria. San Sebastián. 199 páginas.